Puuuuf, yo es que eso del feminismo me la resbala por completo... Sinceramente, nunca le vi demasiado sentido al hecho de enorgullecerse por formar parte de uno de los sexos. Como si significara algo. Siempre me ha dado la impresión de que las feministas son como un rebaño caótico de ñus que, desorientados, arremeten contra la primera víctima que está al alcance: los varones. Que buscan algún motivo para existir, y al no encontrarlos por ser personas normales y corrientes como todos, deciden diferenciarse del resto en base al sexo y se inventan una ideología ad hoc. Porque, en el día a día, prácticamente no noto machismo en absoluto. Recuerdo que, una vez, oyendo hablar del feminismo, le pregunté a mi madre (una mujer que se independizó con 16 años, una persona inteligente, cerebral y sensata) si alguna vez se había sentido discriminada por ser mujer. Evidentemente, respondió que no. Y es que, joder, cada persona alcanza sus objetivos en función de sus capacidades y esfuerzo aplicado. Yo lo veo así de sencillo, no hay más. ¿Que un jefe dice "vaya tía más buena, la voy a elegir a ella"? Pues por algo será, uno siempre trata de elegir lo mejor: si dos mujeres con las mismas capacidades se diferencian por el aspecto físico, evidentemente se escogerá a la que dé mejor impresión. No es machismo, es la vida tal cual. Una mujer haría lo mismo si los candidatos fueran tíos. Y si elige a la tía tonta pero guapa, pues peor para él, ya aprenderá a elegir mejor. Tampoco es machismo, sólo es estupidez/inmadurez.
Difícilmente puedo imaginarme a TANTAS mujeres puteando a los que una vez le han dado tanta felicidad. Veo más factible que se estén comportando como borregos en manada, o mejor dicho, gallinas. Y si ganan dinero haciendo eso, mejor. Pero lo importante para ellas es sentirse parte de un colectivo. Y claro, lo que está en auge hoy en día es lo feminista, hay una barbaridad de asociaciones, y si una mujer dice que no piensa tal como lo políticamente correcto dicta que se debe pensar, deja de formar parte del colectivo femenino más numeroso que existe hoy en día. Y eso es una GRAN putada, porque las mujeres, por regla general, no soportan la soledad.
Se valen de amigas, de consejos de amigas, de complicidades. Gracias al apoyo de esas chicas, -chica, él es un cabrón, púteale, no te merece-, las mujeres que hacen denuncias falsas y joden la vida a aquel que tanto amor les ofreció en su día, se ven capaces de hacerlo, porque están impulsadas a hacerlo, siguen la corriente, están exentas de culpa: "Si ellas me dicen que lo haga, si ellas harían lo mismo...". La gran mayoría de las mujeres son tontas, bueno, no tontas, saben leer, escribir, sumar, restar y todo eso, pero no están cultivadas, no saben fabricarse opiniones propias. Son más influenciables que los hombres, por su naturaleza colectiva, y por ello, no necesitan pensar demasiado. Se dejan guiar por los consejos de las que les parecen más inteligentes, aunque realmente no lo sean -y no creo que vayan a darse cuenta de ello nunca-. Las más inteligentes, para ellas, suelen ser las que llevan la voz cantante en el grupo. Lo cual significa poco, claro.
Los hombres son racionales, por eso son capaces de ejecutar a sangre fría crueles órdenes que provengan del más altísimo mandatorio. Las mujeres no: necesitan que se apele a una causa que les llegue al corazón. Y nada les llega más al fondo del corazón que el hecho de ser maltratada/discriminada/repudiada por ser mujer, conditio sine qua non inherente al sexo femenino, como es lógico. No necesitan que nadie les ordene nada; sólo necesitan el apoyo. Sin él, su voluntad se tambalea, por más que por teléfono, el Führer le reviente el tímpano con aullidos y golpes sordos sobre una mesa de madera cada vez más tambaleante. Para dejar de realizar la orden, necesita que miles de ojos la miren desaprobando su futura acción. Aprobación, reprobación. Sentirse querida, parte de un colectivo. Bibiana Aído y su ministerio de Igualdad, junto con la ley de Violencia de Género, están haciendo furor entre las mujeres, que sienten su poder más revitalizado que nunca, y no tienen remordimientos ni culpa, prefieren ser felices formando parte del enorme colectivo de moda que haciendo felices a las personas cercanas.
Es imposible no recordar aquello que me pasó a la tierna edad de once años, por la sencilla razón de que todo lo que expuse anteriormente tiene su origen en ese hecho que voy a describir a continuación:
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Teníamos que elegir al delegado de... no recuerdo muy bien qué, lo que sé es que no podía ser un cargo únicamente para nuestro curso, dado que había votado alguien a quien recuerdo MUY BIEN, y no era precisamente alguien que fuese a mi clase. De todos modos, los candidatos eran alumnos de mi clase: María, la chica que tenía dominado al equipo femenino entero, y Francisco, el alumno bajito y con rizos negros, pero exquisitamente inteligente, sensato y buena persona. Éramos Francisco y yo los mejores alumnos de la clase, por cierto.
Francisco no encabezaba ningún grupo/partido, bueno, mejor dicho, no deseaba hacerlo. Sólo se consideraba un buen candidato, así como todos los demás varones, los cuales lo presentaron a la candidatura. María, en cambio, había formado un partido 'feminista', creía estar luchando contra el sexo masculino y reafirmando el suyo propio. Las demás chicas le seguían la corriente, y no paraban de gritar, insultar, etc... a los desconcertados chicos, quienes no tenían más remedio que replicar y ponerse en el mismo plan, para no desentonar con ellas.
Las chicas me exigieron que votara a María, era INDISPENSABLE que lo hiciera. Menuda presión. Hay que tener en cuenta que yo no era la chica más querida del colegio -la falta de habilidades sociales es lo que tiene-, así que sabía la que me caería encima si no votaba a ella.
Por un lado, sabía que ser delegado no era algo muy importante, por lo que no había por qué tomarse la votación en serio. Pero, por el otro, esas chicas no me caían NADA bien, yo no formaba parte de su grupo, ni deseaba hacerlo. También estaba el hecho de que Francisco me parecía el MEJOR candidato, el idóneo, la persona que podría ser el mejor jefe que nadie podría tener en su vida. Así que, rezando por que la represalia no fuese muy dura, voté por él.
Los resultados fueron obvios, salvo dos: las chicas 'guerreras' votaron a María; los chicos, hartos, votaron a Francisco. Menos uno, que era un alumno de una clase inferior a la nuestra, y padecía una particular discapacidad: era enano. Eso sí, Gabriel -así se llamaba- era uno de los chicos más queridos del colegio, porque era muy simpático y buena persona. Ese chico votó algo diferente, y me sorprendió el resultado: había votado en blanco. Cuando salió su resultado, puso cara de "Yo no me meto en el juego". Un AMO. Las chicas protestaron, claro.
Luego salió el mío, y las chicas se cabrearon un montón. Pero yo no me amedrenté y les dije que Francisco me parecía el mejor candidato, y que me alegraba de que mi voto hubiese marcado la diferencia (estábamos empatados).
Al final no me pasó nada. Bueno, quiero decir que no me dieron una paliza al salir del colegio y todo eso. Lo de mejorar las relaciones, sin duda no pasó. En fin, eso es otro tema.
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Es curioso notar que tanto Gabriel, el enano, como yo, éramos discapacitados, los únicos del colegio, valga decirlo. Y votamos lo que quisimos, sin dejarnos influenciar por la presión social ni buscando pertenecer a ningún grupo en concreto. Y eso que él era hombre, y yo soy mujer. La discapacidad es como si nos despojara de la condición sexual a nivel grupal. Será que teniendo una discapacidad, la pertenencia a tal sexo u otro deja de tener relevancia, puesto que eres diferente más allá de lo puramente sexual. Y eso es lo que nos salva de la idiotez generalizada y nos obliga a centrarnos en lo que realmente importa: las putadas que te hace la vida.