EN 1989 todos nos conmovimos con la historia de superación de la película Mi pie izquierdo . Daniel Day-Lewis, el mejor actor de su generación, se llevó el Oscar interpretando a Christy Brown, décimo de 22 hermanos dublineses, nacido con una parálisis cerebral irreversible, que sólo le permitía mover la cabeza y su pie izquierdo. Con un tesón de hormigón, Christy aprendió a pintar con ese pie y dejó escrita su admirable autobiografía.
En Galicia también conocimos el drama de una hombre varado cuya historia acabó en el cine, Ramón Sampedro. Otra vez le cayó el papel a un actor en gracia, Bardem, y de nuevo llovieron premios. La opción de Sampedro es comprensible ante la magnitud de su tragedia. Nadie puede decir que en trance similar no sentiría lo mismo y no pediría a gritos idéntica salida. Pero eso no evita que mucha gente saliese de ver Mar adentro con una vaga pesadumbre: la película acaba convirtiéndose en una loa al suicidio como única salida en una cárcel como la de Ramón. De hecho, se ridiculiza a otro personaje, un cura, que en situación idéntica intenta animar a Sampedro.
Esta semana, José Antonio Navarro, que vive en un centro para minusválidos de Catabois, le ha regalado al mundo otra película. José no tiene ni pie izquierdo. Tetraplejico desde que nació hace 42 años, sólo puede mover la cabeza, pero no ha perdido el apetito de vivir. Su saga-fuga de diez kilómetros en su silleta eléctrica, autovía abajo en busca de una casa de lenocinio, tiene más épica que todos los goles que pueda meter Ronaldinho en tres vidas. José, que hasta conserva el don del humor, le hace justicia poética a todas las personas anónimas que en el más cruel de los mundos sacan a flote lo mejor del ser humano, lo que va dentro.
Gracias por tu ejemplo y tu lección. Y ojalá que te queden muchas y muy amenas excursiones por delante.