Tengo un anecdotón que contar respecto a los gorrillas, y es que resulta que en una ocasión conocí a una loca en una página de contactos de la internet y tras unos pocos días de conversación, después de que me confesase que me hamaba y que teníamos que conocernos y que tal y que cual, decidí emprender un absurdo viaje a Valencia, ciudad que, por otra parte, y gracias a la maravillosa autovía mudéjar nos queda a cuatro pasos desde mi pueblo. El camino fue plácido hasta llegar al puerto de Sagunto, donde me lié porque la tipa en cuestión no vivía en Valencia sino en una pedanía de mierda que parecía sacada de aquellas imágenes de los años 60-70 del chabolismo con los andaluces y demás muertos de hambre del orbe peninsular.
La cuestión es que acabé en un barrio periférico de Valencia, desde donde traté de buscar ayuda, y me guié primero por mi instinto sexual para ello, pregunté a una bella dama que iba así como muy ligera de ropa, era verano, y no tenía ni putísima idea de como guiarme, lo único a lo que me ayudó fue a aumentar el diámetro de mi impaciente pene, convertido en un troncho incandescente de ardor y deseo. Por lo demás, y aquí entra en acción el tema del hilo. Resulta que andaba por allí un puto infraser con un carro del Mercadona lleno de basura, objetos inservibles y demás que me escuchó preguntar por el lugar al que pretendía dirigirme, a lo que cuando la hembra de buen ver siguió su camino se dirigió a mí y me dijo que él podía ayudarme y tal, a lo que no presté demasiada atención en aquel momento porque era un puto pordiosero parduzco, sospecho que gitano o similar, a lo que añadió que si le daba 10 euros me daba información detallada. En ese momento, y ante la urgencia que tenía por dar con la jamelga y darle hamor, cedí a las exigencias económicas de aquel engendro, que por cierto apestaba a una mezcla de alcohol, inmundicia y demás hez inclasificable. En un puto cartón me dio las instrucciones con desvíos incluidos, y de paso me contó, como a modo de excusa por pedirme ese dinero que trabajaba de gorrilla por los alrededores.
Lo mejor de todo es que cuando cogí el coche y me encaminé hacia mi destino final, recuerdo que había que tomar dirección Livia, las indicaciones eran más que correctas, y pese a que creo que fue más despiste mio que culpa del andrajoso ese, finalmente, dando algunas vueltas de más, conseguí alcanzar el lupanar donde habitaba esa zorrilla caliente.
En conclusión puedo decir que un gorrilla me salvó un par de polvos bien aprovechados en la ciudad de los nanos, y por ello no puedo hablar mal de ellos. Para mi son seres celestiales, de luz y amor.