A la luz de los acertados comentarios del niño tonto de los espaguetis de sobre he comprendido lo equivocado de mi orientación, hablaré con el chico de Bangladesh que me actualiza el user para encontrar un nuevo rumbo que os resulte a todos más satisfactorio. Tordacs, philetes, etc.
Mirad: hay dos formas de utilizar el foro. La primera es inventándote un personaje e intentar sorprender y caer bien a la gente. La segunda es ser tú mismo, parecer un cretino y no follar. Yo opté por lo segundo, pero soy tan cretino que los sabios interpretan lo primero. Y encima no follo. Me he labrado una fama de perdedor, loser y miserable (completamente merecida, por cierto). Algunos pensarán que exagero, están en su derecho. Yo siempre he intentado colaborar abriendo mi corazón: no he podido, tengo una caja torácica bastante robusta. Tampoco es cierto que siempre acose a mujeres guapas o que todas mis historias sean un fracaso absoluto, la mayoría son un fracaso sutil, como cuando consigues pasaje para un crucero con todo pagado pero se te caen las llaves de casa por la barandilla de cubierta, completando un ciclo vital que bien se podría calificar de auge y caída del forero medio.
Fijaos si no en el siguiente suceso, que estaba llamado a ser el inicio de una bonita historia pero terminó ocupando el primer lugar del ránking de mis momentos más miserables del año pasado.
ANTECEDENTES: Llevaba más de un año teniendo una especie de relación a distancia con la chica más idónea que había conocido, una de esas por las que el sargento de marines Patrick podría comer, cito (ojo SPOILER), un kilómetro de mierda suya. Se acercaban las navidades y, con ellas, los días en los que el amor y los buenos sentimientos ocupan más de lo normal los corazones de los hombres. Sabiendo que ella tenía que marcharse un tiempo a trabajar al extranjero, en un arranque de entusiasmo le propuse ir a visitarla antes de que se fuera.
El viaje fue en AVE, que es todo un invento. La cita la verdad es que no tuvo nada de loca, fue genial. Tras recibirme mi amada en la estación con pomposidad y agasajos cogimos un carruaje para ir al teatro. De vuelta me dio un paseo por la fastuosidad de las calles de la capital, allí incluso me compré un bastón de dandy y un sombrero de copa, que siempre me han parecido complementos la mar de elegantes. Ya os podéis imaginar cómo iba de elegante que la gente se giraba para mirarme, pues la elegancia que irradiaba dañaba la sensible vista de los humildes madrileños.
Lamentablemente llegó el momento de volver. Fuimos al aeropuerto donde la despedí cálidamente, tras jurarle que le escribiría mientras lágrimas de emoción rodaban por sus mejillas. La vi desaparecer por la puerta de embarque sabiendo que, probablemente, no la vería nunca más, porque así son las mujeres con ojos de gata y tenemos que comprenderlas. Para hacer tiempo hasta que saliera mi AVE de vuelta me senté a comerme un tupper (boniatos, ternera, mantequilla) y ahí, con el estómago lleno y viendo el ir y venir de personas de mil lenguas y procedencias distintas, pasó lo inevitable: me dormí. De hecho me dormí tan profundamente que probablemente aún estaría ahí durmiendo si no me hubiera despertado un negro del top manta, alarmado por la sonoridad de mis ronquidos, que según él le espantaban la clientela. Malhumorado y en un ademán puramente mecánico me miré el reloj, y al ver la posición de las agujas en la esfera el mensaje llegó a mi cerebro como una bomba de espoleta retardada: iba a perder el tren. Ahí empezó el horror.
Yo el día siguiente tenía que estar en mi pueblo porque tenía un compromiso muy importante (entreno), no podía faltar. Y aún así, estaba a punto de hacerlo. Estaba en el aeropuerto y era casi imposible físicamente estar en la estación a tiempo. Temiendo serias represalias de mi entrenador pasé rápidamente a la acción, dando inicio al periplo que bauticé como "tontín Express". Corrí como un poseso hasta el cercanías, pero me bajé en la parada de Atocha sin fijarme en que la de la estación era la siguiente, misteriosamente bautizada "Atocha estación". El guardia de seguridad no lograba empatizar conmigo lo suficiente como para dejarme pasar otra vez por el tornillo hacia dentro, así que fui hasta la estación corriendo. Una vez dentro me empleé a fondo con todo mi arsenal de carisma para convencer a una chica de información para que me cambiara el billete del AVE, que acababa de salir, por uno de un altis que tardaba un poco más pero tampoco llegaba demasiado tarde. Me subí al tren como el que sube los escalones hacia la gloria, pensando en mi pericia a la hora de redrezar la situación, cuando pasó lo inimaginable: me entró un apretón, uno de los serios. Se me iba el alma por el culo. Al entrar en los baños del tren empecé a reflexionar sobre cómo las diferencias entre el AVE y el resto de trenes de larga distancia no se reducen solamente a la oferta del vagón restaurante, pocas veces he visto tanta miseria como en aquél retrete químico, y lo digo yo, que he cagado en sitios como este:
Y yo, que iba sueltísimo, me vi obligado a cagar en la mismísmo corazón de Barad-dûr, mientras mi Ojo de Sauron lloraba lágrimas de ñordo.
Por fin llegué a la estación de Sants, miré el panel de cercanías para darme cuenta de que el último tren a mi pueblo había salido hacía 5 minutos, justo al mismo tiempo que me daba otro apretón. No había casi nadie en la estación, por lo que estaba solo en los retretes. Cuando estaba estucando el váter escuché a alguien entrar. Yo seguí a lo mío. Me inquietó mucho que la persona en cuestión se situara justo en el lavabo de al lado del mío, sólo separados por una pared ínfima. Mientras seguía la chocolatada, no tardé en escuchar unos gemidos desde la cabina de al lado, acompañados de un sonido a cadencias regulares, "fap, fap, fap". El tío estaba cascándosela, imaginando cómo cagaba, ayudado de potentes estímulos olfativos.
Intenté acabar con aquello lo más rápido posible. Di todo lo que me quedaba por dar de mí mismo, me limpié y tiré de la cadena. De tanto material depositado el retrete se embozó, y con la presión a la que salía el agua aquello subió hacia arriba, como auspiciado por una levadura mágica. No sólo tenía a un pavo pajeándose a mi lado sino que ahora también tenía los cojones manchados con mi propia mierda.
Justo en ese momento me vino un flashback de sólo unas horas antes. En esa imagen yo paseaba feliz por Madrid con mi enamorada cogida del brazo, con un sombrero y un bastón, la elegancia hecha persona. Y ahora estaba con los huevos manchados de caca en una estación de tren mientras un hijo de puta, probablemente resquemor, se zurraba la sardina a sólo medio palmo de mí.
Auge y caída del forero medio.