Asta
Freak
- Registro
- 26 Nov 2003
- Mensajes
- 7.792
- Reacciones
- 2
Nació en Cafarnaúm, pero ya era toda una mujer, con sus propiedades de serie y sus lógicas ansias femeninas.
Se podía evocar en sus ojos la sensibilidad del ciervo acosado mientras su pecho subía y bajaba para facilitar la torrencial entrada del aire con que su cuerpo daba respuesta a la agitación sexual de la anticipación.
Sentada generosamente frente al televisor tras acomodar sus leves 235 kilos de peso, esperaba con nerviosismo mal contenido la llegada del trabajador social que, sin fallar un día -salvo cuando tuvo que llevar a su padre al taller para reparar un manguito- la visitaba desde hacía más de dos años.
Apocado y de ratoniles ademanes, Ireneo limpiaba con esmero las escaras de su cuerpo enamorado, las palpitantes ingles e incluso los tres pliegues de cada uno de sus sobacos llegando hasta los omoplatos. Tanto ella como Ireneo se sonrojaban violentamente cuando el muchacho llegaba al cuadrante de popa, pero él era un profesional y no dejaba de frotar hasta que cesaba de salir la sudorosa mugre convertida en largos churritos. Churritos de amor esencialmente vital.
Ambos compartían algunas aficiones, como dejar caer en libertad hilillos de baba durante las siestas e incluso tenían en común el asco insuperable a Eduardo Punset, aunque ella no sabía quien era sin que por ello no tuviera en su poder un muñeco para hacerle vudú, fabricado a partir de una patata con yemas crecidas.
A él le gustaba su trabajo y a ella imaginar la cabeza de Ireneo asomando bravía tras la gomilla del pantalón de chándal.
Parecía como si se amasen en silencio, aunque él tenía una novia bajita y ella un hámster.
Un día Ireneo no volvió a su casa, porque había aprobado una oposiciones de algo de estarse sentado y, en su lugar, mandaron a un señor resabiado que casi no le hablaba ni le miraba, limpiaba un poco su cuerpo con descuidado e incluso grosero gesto, protestaba a gritos contra el gobierno y escupía en el lavabo. Se iba dando un portazo.
El drama de los usuarios de trabajadores sociales a domicilio no tardó en aparecer.
El nuevo ayudante de cuerpo no llegaba a comprender que, además de limpiarle el tórax y tirar la basura, no hubiera estado de más atender una esencial necesidad femenina: el depilado.
Así, a ella pronto le empezaron a crecer las cejas para arriba, el bigote para abajo y el vello de las piernas para todas partes.
Un día funesto el señor del cuerpo abrió la puerta y se encontró con un ser peludo sobre una silla, sin poder reconocerla en absoluto. Llamó al Seprona y uno de sus efectivos, asustado, le metió un tiro porque no constaba como animal en peligro de extinción. Consecuentemente, no le hicieron autopsia por lo que nunca supieron que era un ser humano que se llamaba Julia y cuyo cuerpo fué devorado por CIENTOS DE GALLINAS en un muladar.
Ireneo se pegó un tiro porque le hacían mobbing (gracias Sabreman).
Inclusión de imágenes a petición de uno con una pistola
Se podía evocar en sus ojos la sensibilidad del ciervo acosado mientras su pecho subía y bajaba para facilitar la torrencial entrada del aire con que su cuerpo daba respuesta a la agitación sexual de la anticipación.
Sentada generosamente frente al televisor tras acomodar sus leves 235 kilos de peso, esperaba con nerviosismo mal contenido la llegada del trabajador social que, sin fallar un día -salvo cuando tuvo que llevar a su padre al taller para reparar un manguito- la visitaba desde hacía más de dos años.
Apocado y de ratoniles ademanes, Ireneo limpiaba con esmero las escaras de su cuerpo enamorado, las palpitantes ingles e incluso los tres pliegues de cada uno de sus sobacos llegando hasta los omoplatos. Tanto ella como Ireneo se sonrojaban violentamente cuando el muchacho llegaba al cuadrante de popa, pero él era un profesional y no dejaba de frotar hasta que cesaba de salir la sudorosa mugre convertida en largos churritos. Churritos de amor esencialmente vital.
Ambos compartían algunas aficiones, como dejar caer en libertad hilillos de baba durante las siestas e incluso tenían en común el asco insuperable a Eduardo Punset, aunque ella no sabía quien era sin que por ello no tuviera en su poder un muñeco para hacerle vudú, fabricado a partir de una patata con yemas crecidas.
A él le gustaba su trabajo y a ella imaginar la cabeza de Ireneo asomando bravía tras la gomilla del pantalón de chándal.
Parecía como si se amasen en silencio, aunque él tenía una novia bajita y ella un hámster.
Un día Ireneo no volvió a su casa, porque había aprobado una oposiciones de algo de estarse sentado y, en su lugar, mandaron a un señor resabiado que casi no le hablaba ni le miraba, limpiaba un poco su cuerpo con descuidado e incluso grosero gesto, protestaba a gritos contra el gobierno y escupía en el lavabo. Se iba dando un portazo.
El drama de los usuarios de trabajadores sociales a domicilio no tardó en aparecer.
El nuevo ayudante de cuerpo no llegaba a comprender que, además de limpiarle el tórax y tirar la basura, no hubiera estado de más atender una esencial necesidad femenina: el depilado.
Así, a ella pronto le empezaron a crecer las cejas para arriba, el bigote para abajo y el vello de las piernas para todas partes.
Un día funesto el señor del cuerpo abrió la puerta y se encontró con un ser peludo sobre una silla, sin poder reconocerla en absoluto. Llamó al Seprona y uno de sus efectivos, asustado, le metió un tiro porque no constaba como animal en peligro de extinción. Consecuentemente, no le hicieron autopsia por lo que nunca supieron que era un ser humano que se llamaba Julia y cuyo cuerpo fué devorado por CIENTOS DE GALLINAS en un muladar.
Ireneo se pegó un tiro porque le hacían mobbing (gracias Sabreman).
Inclusión de imágenes a petición de uno con una pistola