En el bar te emborracharás y al downie echarás

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Creo recordar que la superdotación andaba por los 120 o así. Yo llegué a tener 135 y mira para lo que me ha servido.
A mí me dijo el psicólogo que la frontera para ser forero premium está entre 130 y 140, depende de a quién preguntes. Si es así con 120 eres un gandaluz de altas capacidades pero no superdotado.
 
A Spawner no se le contagió el retraso estando con Falete. Por cierto, ¿qué fue de él?
 
Es arquitecto y forea por los subforos. Dicen que va por Graná con barbas y bici de esas de piñón fijo.
 
Es arquitecto y forea por los subforos. Dicen que va por Graná con barbas y bici de esas de piñón fijo.
Tiene 6 piñones pero es plegable para meterla en la oficina. Me puedes tomar por listo o por monguer y seguramente aciertes en ambos casos.
 
Dejad que termine la historia de falete a su amor, coño, que no queréis más que saber el final. Luego no queréis que os cuenten juego de tronos.

Al final mueren todos, los kaleshi para todos, los tony stark y los otros, los de silifono.

@spoiler
 
Un día me llamó Don Miguel al terminar una clase y me dijo que quería hablar conmigo a solas de un tema. Yo no imaginaba sobre qué quería conversar pero deduje que se trataría de algo relacionado con la olimpiada matemática de la que hablaba constantemente o de algún tipo de orientación académica ya que durante el curso siguiente, al entrar en vigor la reforma educativa, me tocaría empezar la ESO y trasladarme de centro.

Me llevó a una especie de aula que, en teoría, debíamos usar como laboratorio de ciencias; la realidad era que, a falta de cafetería, el profesorado la había convertido en su personal sala de reuniones distraídas y allí había bollos, un frigorífico y una cafetera americana. Don Miguel me ofreció un vaso de leche con colacao y se sentó frente a mí. Era un hombre mayor, de en torno a los 60 años, parcialmente calvo, muy alto y siempre vestido con unos pantalones de raso y camisa; camisa que, por cierto, solía llevar ampliamente desabrochada y a través de la cual se asomaban unos cuantos pelos canos del pecho. A ver cómo te digo yo esto ahora -dijo mientras se encendía un cigarro. Yo no respondí nada, era un hombre muy enigmático para mí, con sus gafas de lentes oscuras; me intrigaba no saber de qué color tenía los ojos ese señor de voz tan grave que rara vez hacía una broma más allá de llamar la cuchipanda a los que formaban alboroto al fondo. Spawner, Falete se tiene que ir -dijo tras dar una larga calada a su cigarrillo.

Yo no entendía nada, no podía imaginar que un colegio pudiera expulsar a alguien así, sin motivo alguno. Así que pedí explicaciones. Porque no estamos preparados para él y, de hecho, no aprovecha el tiempo aquí con nosotros -dijo. El Gordito Pinchauvas ha repetido y este año ha suspendido 4 y no lo echáis -dije yo enfadado. Ya, pero tienes que entender que no es lo mismo, Spawner, Falete es distinto.

Creo recordar que me sentí muy triste, pero, sobre todo, enfadado. Y Don Miguel debió notarlo porque, además, yo siempre había sido un chico muy medido, muy tranquilo y rara vez generaba conflictos. ¿Qué edad crees que tiene Falete? -me preguntó. Pues no sé, como el resto de la clase, imagino, 11 ó 12 años. Don Miguel sonrió. No, Spawner, acaba de cumplir 18 y ya no tiene la obligación de estar escolarizado. ¿Y por eso le dan la patada? El no ha hecho nada malo... -dije y me fui; llorando como una nena, me fui.

Pasé el resto del día encabronado y Don Miguel no me dirigió la palabra hasta la mañana siguiente. Falete me notó triste e intentó hacerme mohínes y muecas para que me riese un poco. Pero sus azofaifas y alcahofas en esa ocasión no me hacían gracia.

Al llegar a casa le conté a mi madre lo ocurrido y lo primero que me dijo es que tendría que disculparme con el profesor, que había sido un desplante fuera de lugar que, de hecho, ella me acompañaría al día siguiente. Además, intentó hacerme ver, y creo que lo consiguió, que quizá el profesorado estaba en lo cierto y ellos no estaban preparados para ayudar a Falete. Tu profesor tiene 60 años, se crió en la dictadura y empezó a ejercer de maestro cuando ésta terminaba. Él, como yo, habrá vivido la vara verde y seguro que en sus inicios habrá castigado con la regla a sus alumnos, ¿no crees que enfrentarse a las situaciones que genera Falete, para un hombre tan mayor, debe ser duro? ¿No crees que se ha esforzado lo suficiente por intentar hacer que Falete sea uno más?. Me hizo pensar y creo que terminé por darle la razón.

Al día siguiente pedí disculpas como el buen alumno que era y Don Miguel dijo que no eran necesarias que entendía mi reacción y que él mismo tenía un sabor agridulce en los labios. Como el que se te queda cuando mascas tabaco, recuerdo que me dijo. Sin embargo, sí me pidió que yo estuviera presente cuando le comunicasen la noticia a Falete. Su madre había rogado que no fuera ella sola quien se lo comunicase sino que tanto Don Miguel, como el director, su hermana, ella misma y yo estuviéramos presentes. Es mejor así, me dijo mi profesor poniéndome un brazo en el hombro; y yo accedí, claro.

A los pocos días me comunicaron que al día siguiente habríamos de decírselo al bueno de Falete. Yo me encargaría de dar una vuelta con él por el patio y comentarle que teníamos que ir al despacho del director, que no pasaba nada malo pero que querían contarnos algo. Lo de acariciarnos la cabeza mutuamente se había convertido en una especie de juego, así que cuando lo vi ponerse nervioso y menear los ojillos de manera compulsiva, le planté mi mano derecha en el cholón y le dije que todo iba a ir bien.

Sorprendentemente, se lo tomó bien. Imagino que supimos venderle la historia. Iba a ir a un lugar a pasar las mañanas y parte de la tarde con gente que, como él, tenía dificultades para leer o escribir con soltura y, además, las clases serían más distraídas, pocas veces tendría que estar sentado y el juego sería una constante. Él era bastante consciente de que había cosas que no era capaz de hacer, que tenía limitaciones; seguramente no sabía lo que era el Síndrome de Down pero sí tenía muy claro que era diferente a los demás.

Se tomó un poco a mal que yo no fuera con él. Al principio, imagino, pensó que, como no podía ser de otra manera, yo iría con él a donde él fuera y enterarse de que yo me trasladaba a un centro distinto le entristeció; pero yo le prometí ir a visitarlo cada día y, de cuando en cuando, dejarme caer por su nuevo colegio.

A la semana ya no estaba entre nosotros. Se trasladó a mitad de curso y a mí me colocaron al lado a otro compañero de pupitre, al Gordito Pinchauvas. Por las tardes me acercaba a casa de Falete pero cada día llegaba a una hora diferente y, con frecuencia, no estaba en casa cuando yo llamaba al portal. Los teléfonos móviles no existían aún y su madre y él llegaban tarde de la asociación. Así que, poco a poco, mis visitas se limitaron a los fines de semana en que él no tuviera ninguna actividad programada.

Cuando nos veíamos, todo era igual, al menos al principio. Me enseñaba sus dibujos, en los que siempre aparecía yo, y me contaba, a su manera, qué había hecho esa semana. Sus medio ligues, sus amigos y sus travesuras. Sin embargo, conforme empezó a pasar el tiempo, al dejar de compartir cosas en común, empecé a notar que las cosas entre nosotros estaban cambiando. Recuerdo la primera vez que me enseñó un dibujo en el que no salía yo. Me sentí extrañamente traicionado. Había dibujado a todos sus nuevos compañeros, a sus profesores, a sus monitores pero se había olvidado de mí. Creo que entendí que nuestra vida, irremediablemente, terminaría por discurrir por caminos cada vez más distanciados.

Aún así nos seguimos viendo, aunque cada vez menos. Una vez yo me incorporé al instituto, uno que estaba lejos de casa, y empecé a tener más tareas y ser de los más pequeños del nuevo centro de estudios, me di cuenta de que se me hacía más difícil sacar horas para ir a visitar a Falete; además, él no era muy de salir de casa. Para colmo de males, se mudaron a un piso que estaba más cerca del nuevo colegio al que él iba y que a mí me pillaba a tomar por culo. El hecho es que dejamos de quedar y de saber el uno del otro.

Pasaron los años sin noticias y habiendo olvidado en parte esta época de mi vida hasta que un día, uno en que estaba con mis padres tomando algo en un bar celebrando las buenas calificaciones de Selectividad, una muchacha rubia se acercó a mi madre y a mí. En un primer momento yo no la reconocí y de no ser porque ella se presentó creo que mi madre sólo habría pensado que se trataba de una chica mona.

Era la hermana de Falete y estaba muy ilusionada de volver a vernos. Terminó la carrera, se había casado -con un señor gordo y mayor que ella que estaba apoyado en la barra del bar- y esperaba un hijo. Todo le iba bien y era feliz. Irremediablemente le preguntamos por su hermano y, al hacerlo, su mirada se nubló. Falete había fallecido hacía un año. Aunque yo no lo había sabido con certeza, siempre había tenido problemas coronarios; de hecho había sido intervenido en alguna ocasión y, por ello, una amplia cicatriz recorría su pecho longitudinalmente y le provocaba tener la caja torácica proyectada hacia fuera, como si las costillas, a la altura del esternón, se unieran en un ángulo más agudo de lo habitual. Al parecer, finalmente sufrió un infarto y murió; sin apenas haber cumplido los 27 años murió.

Me sentí muy triste, extrañamente triste. La hermana, que se dio cuenta, nos pidió perdón por haber interrumpido un día de celebración para mí con una mala nueva como esa y, con lágrimas en los ojos, se me abrazó y me susurró "Nos equivocamos al mudarnos, Falete te extrañó mucho y siempre quiso volver a verte pero estábamos lejos. Siempre fuiste su mejor amigo, no lo olvides nunca".

Y aquello fue un acabóse de lágrimas.
 
Requiescat in pace.
 
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La historia que emocionó a Spielberg.

Cómo puedes hacerte amigo de un downard?
 
Mejor morir de pena que vivir en Villena
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Jajajajajajajaja
Fcksized
 
No sabía que había argentinos de luz .

 
a ver, yo entro a un bar y me encuentro a 20 mong y de primeras me quedo, a ver que pasa-
 
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