Gabriela - Puerto Banus
No comprendía a esos puteros que afirmaban enamorarse de alguna lumi. Siempre dejo a un lado los sentimientos cuando acudo al sexo de pago y siempre lo consigo. Si es verdad, que cuando ocasionalmente me he topado con una diosa, los momentos vividos en la alcoba se me quedan grabados durante algún tiempo y me regocijo con ellos temporalmente en mi soledad. Pero solo son eso, estupendos y efímeros momentos de lujuria pornográfica.
Entonces conocí a Gabriela. En Puerto Banus. Este es el rollo:
Me levanto el viernes temprano, para la hora en que me dormí, con la cabeza resacosa del alcohol, la farla y el texas hold’em de la pasada madrugada. Había llegado a aquel vergel de exuberancia y excesos el día antes. Reviso mis contactos y llamo a una rubia brasileña (se hace llamar Helen) que se anuncia con su amiga, Linda, ésta de cabellos negros. Fundadora, Helen, de la página Sexybanus.com, me atiende amablemente y se ofrece, tras negociar precio-tiempo-servicios, a recogerme en el lugar donde me hospedaba y llevarme a su casa. Así fue. Me recoge, vamos a su casa y echamos el par de polvos de rigor. Está buena esta Helen y le pone energías. Es simpática y una cachonda mental. Es menudita, de tetas operadas y cuerpo esculpido en constantes sesiones de gym. Por allí andaba su amiga, Linda, con un vestidito estampado amplio, de estar por casa. Fumaba un cigarrillo de maria. Le subí el vestido y le azoté un glúteo (que buena estaba, joder) me sonrió y me pasó el peta. No tenía yo el cerebro para fumar de buena mañana (aunque ya rondaban las 2 de la tarde…).
Total, que les propongo el numerito lésbico con mi amigo casadero al día siguiente en la casa que habíamos alquilado para su despedida de soltería. Acceden tras negociar los detalles de siempre. Lésbico, baile con todos y trío con el novio. 200 cada una. Como éramos bastantes a repartir costes, no me pareció mal.
Llega el sábado a la hora acordada, me llama y me dice que su amiga Linda, está enferma y no puede acudir. Mierda! pienso, con lo buena que estaba. En su lugar acudirá, Gabriela. ¿Pero está tan buena como vosotras?, pregunto. Claro que si, amor, tranquilo, me contesta. Le digo: Cuando llegues, me das un toque para recibiros. Ok.
Al rato, suena mi teléfono. Son ellas. Salgo del edificio a recibirlas. Atravesando el jardín, veo venir a una chica delgada, rubia, ataviada con un vestidito azul y unos taconazos a juego de PdH con mucha clase. ¿Gabriela?. ¿Si?. Me dirijo hacia ella. Cuando llego a su altura nuestras miradas se fijan. Conectamos en ese mismo momento. Le digo mi nombre. Nos besamos, 2 en las mejillas, 1 en los labios. Que belleza en ese rostro. Que dulzura en esa voz. Delicada, preciosa. Escultura viviente de lo femenino. Me atrapó allí mismo, en el jardín. Antes de conocer a mí amigo, antes de rozarse lasciva e interesadamente con los invitados con intenciones mercantiles. Me adelanté a todos susurrándole al oído: “necesito follar contigo”. Me acarició la cara y me dijo, no lo dudes, eres un amor.
Tras el Show y el novio, me llamaron. Y allí estaba ella. Tumbada en la cama con aquella estupenda melena rubia. Aquellos preciosos ojos azules, vivos, llenos de expresividad y de amor. Todo lo que viví con ella en aquella habitación fue lo mejor que me había pasado con una mujer en años. Nos entregamos como si de una pareja de recién enamorados se tratase. No dudo, ni por un momento, que todo era estudiado por su parte. Pero lo hacía tan bien, fue tan intensamente cariñosa conmigo, que aún hoy, cuando pienso en hacer el amor, su nombre, su belleza y su exquisito trato resuenan en mi interior una y otra vez , provocando un dolor tan real como la certeza de su lejanía. Me enamoré de una puta, si. Nunca lo hubiera dicho pero así fue. Desde esa noche creo en algo de lo que siempre me había burlado: la química del amor.
Más tarde, ya inmerso en mi delirante y absurda cotidianía, al pensar en aquellos magníficos momentos, me alegro tristemente de ser afortunado y vivir lejos de allí, lejos de ella, de sus susurros, de su cuerpo y de su alma. De no ser así, viviría sufriendo, atrapado, como uno de muchos a los que antes no creía cuando me aseguraban haber encontrado el amor en una mujer de pago.
Salud.
A. Bandini