La iluminación, para el Hombre, es un momento de completa paz. No será en todos igual, algunos lo hacen antes porque su tío Gerardo tenía los dedos largos y fríos; algunos porque su padre se fue a por tabaco y con 16 años ya bailaban en las brasas de la vida entre trabajo y estudios. Está ese primo pijo que tuvo una infancia de empresario. Conozco a unos que alcanzaron la iluminación porque su madre se suicidó, otros porque son unas malditas bolas de grasa y el bullying les acaba friendo el cerebro; el nuevo milenio nos trajo, entre millones de cosas, una iluminación forzada a causa de la terrible y maníaca forma de ser de los humanos, nos trajo adolescentes prepubers que se matan por reducir el mundo entero a los 30 o 40 monos que se meten con su IMC.
La paz completa es este estado vital en el cual la esperanza se vuelve áspera y pesada. La ilusión es un afilado sable que danza a nuestro alrededor haciéndonos pequeños cortes quirúrjicos en el alma. La paz nos permite tener el rostro inalterado ante los ecos del pasado y los terrores del presente.
Esos locos bajitos que bufan y sonríen cuando admiten haber leído los hermanos karamazov con 14 años MIENTEN. La paz no se alcanza siguiendo la estela del conocimiento impulsado por el ego, no, la paz llega como una tormenta en mitad del océano: suena ridículo, pero llega cuando tiene que llegar y cuando no, no.
Ese humeante y tenebroso alquitrán, resultado del mejunje esperanza + ilusión + esfuerzo, se nos atraganta oprimiéndonos el pecho. Es una sensación que todos hemos experimentado. ¿Merece la pena? ¿Fue buena idea? Personalmente me hacen gracia esos tiburones que dicen alimentarse de ese dolor para llegar más lejos. Tristes bastardos, solo me hacen falta dos minutos con ellos, cuando reconozco a alguno en algún bar o en una fiesta, para que rompan a llorar y se desmoronen desgranándose en cientos de problemas, animalicos.