La verdad era que sólo conocía a aquel hombre por su reputación... pero era una reputación aterradora. Cuando apenas tenía dieciséis años encontraron al príncipe Oberyn en la cama con la amante del viejo Lord Yronwood, un hombre corpulento de fama cruel y genio pronto. Se acordó un duelo, aunque en consideración a la juventud y la noble cuna del príncipe sólo sería a primera sangre. Ambos hombres recibieron heridas, y el honor quedó satisfecho. Pero el príncipe Oberyn no tardó en recuperarse, mientras que las heridas de Lord Yronwood se infectaron y acabaron por matarlo. Después de aquello se rumoreó que Oberyn había luchado con una espada envenenada, y tanto amigos como enemigos empezaron a llamarlo Víbora Roja.
Por supuesto, aquello había sucedido hacía ya muchos años. El muchacho de dieciséis años tenía ya más de cuarenta, y su leyenda se había hecho mucho más sombría. Había viajado a las Ciudades Libres para aprender la profesión de envenenador y, si se podía dar crédito a los rumores, artes aún más oscuras. Estudió en la Ciudadela y llegó a forjar seis eslabones de la cadena de maestre antes de aburrirse. Sirvió como soldado en las Tierras de la Discordia al otro lado del mar Angosto, y cabalgó durante un tiempo con los Segundos Hijos antes de formar una compañía propia. Se hablaba mucho de sus torneos, sus batallas, sus duelos, sus caballos, su sensualidad... Corría el rumor de que se acostaba tanto con hombres como con mujeres, y había engendrado hijas bastardas por todo Dorne. Los dornienses las llamaban «serpientes de arena». Que Tyrion supiera, el príncipe Oberyn no había engendrado nunca un hijo varón.
Y, por supuesto, había dejado tullido al heredero de Altojardín.