Estudié bachillerato en Lugo, en plena efervescencia del boom del basket de principios de los 80. El Breogán en División de Honor, 2 años seguidos entre los 8 primeros para los playoffs. Manel Sánchez con su fiebre anotadora y unos americanos de lujo para un team modesto. Y un equipo de zorrupias, el Xuncas, que contrató una americana de color. Algún compañero de instituto jugó pachangas contra ella: era fuerte y coordinada, se medía más o menos con adolescentes hispanos de la época. Un día en un supermercado tuve una visión impactante:
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Ahí estaba, con sus 2,08, una torre de ébano que convertía en utópica la posibilidad de acercarse a él con un balón e intentar hacer algo útil. La mismísima visión de un cancerbero del averno con el perro urco atado con una cadena de tres dedos de grosor.
Y con esta simple visión, quedé curado para siempre de las tonterías de las Juanitas de turno.