stavroguin 11
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- 14 Oct 2010
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La cabra siempre tira al monte. Firme e inamovible era mi proposito de no martirizar a la selecta concurrencia de anormales que aqui se dan cita con uno de mis habituales hilos deprimentes. Pero es sabado a la noche tambien para mi, y este infecto muladar sigue siendo una excelente escupidera cuando necesito un desahogo vital sin molestar a nadie de carne y hueso.
Hace tiempo comentaba aqui lo deletereo que puede ser para el animo una inacabable sucesion de fines de semana solitarios. Hasta el viernes estamos demasiado ocupados para hacer introspeccion, e incluso disfrutamos de nuestros momentos de soledad. Pero cuando se alargan las sombras de una tarde sabatina, los espectros empiezan a perfilarse, a coger sustancia, casi los oimos respirar en nuestro oido...
Hace un millon de años que no espero felicidad de un week end cualquiera, aunque a veces el buceo me proporciona un agradable sucedaneo. Me conformo con el hecho de que a la hora de acostarme, la garra invisible no me apriete la garganta.
Muchas veces yo mismo suelo contribuir a armar el cepo que me apretara los cojones. Sabiendo perfectamente que lo que deberia hacer en la noche del sabado es quedarme tranquilamente en casa con cine o lectura, me empeño en salir a cenar fuera, pasear, tomar una copa...
Y asi la garra empieza a apretar poco a poco, al principio con guante de seda, luego con mas fuerza, hasta llegar a la intensidad de un anillo de garrote vil fracturando las vertebras cervicales. El espectaculo de la aparente felicidad de un millon de parejas, a veces agravado si me encuentro con alguna mujer conocida que me resulte atractiva me arruina lo que queda de fin de semana. Cualquier actividad de ocio me parece un paliativo lamentable. La noche de sabado es inutilizable: la idea de irme a casa a leer un buen libro me hace sentir todavia mas pringado, encerrado entre cuatro paredes en el momento de la fiesta generalizada. A veces recurro a alcohol o a las putas, para acostarme sintiendome una piltrafa. El domingo soy un zombie, el lunes la garra afloja, y vuelvo a respirar hasta el sabado siguiente. Una rueda desesperante de eterno retorno que la experiencia de los años no me ha enseñado a romper.
Hace tiempo comentaba aqui lo deletereo que puede ser para el animo una inacabable sucesion de fines de semana solitarios. Hasta el viernes estamos demasiado ocupados para hacer introspeccion, e incluso disfrutamos de nuestros momentos de soledad. Pero cuando se alargan las sombras de una tarde sabatina, los espectros empiezan a perfilarse, a coger sustancia, casi los oimos respirar en nuestro oido...
Hace un millon de años que no espero felicidad de un week end cualquiera, aunque a veces el buceo me proporciona un agradable sucedaneo. Me conformo con el hecho de que a la hora de acostarme, la garra invisible no me apriete la garganta.
Muchas veces yo mismo suelo contribuir a armar el cepo que me apretara los cojones. Sabiendo perfectamente que lo que deberia hacer en la noche del sabado es quedarme tranquilamente en casa con cine o lectura, me empeño en salir a cenar fuera, pasear, tomar una copa...
Y asi la garra empieza a apretar poco a poco, al principio con guante de seda, luego con mas fuerza, hasta llegar a la intensidad de un anillo de garrote vil fracturando las vertebras cervicales. El espectaculo de la aparente felicidad de un millon de parejas, a veces agravado si me encuentro con alguna mujer conocida que me resulte atractiva me arruina lo que queda de fin de semana. Cualquier actividad de ocio me parece un paliativo lamentable. La noche de sabado es inutilizable: la idea de irme a casa a leer un buen libro me hace sentir todavia mas pringado, encerrado entre cuatro paredes en el momento de la fiesta generalizada. A veces recurro a alcohol o a las putas, para acostarme sintiendome una piltrafa. El domingo soy un zombie, el lunes la garra afloja, y vuelvo a respirar hasta el sabado siguiente. Una rueda desesperante de eterno retorno que la experiencia de los años no me ha enseñado a romper.