La costa dorada llora por tu belleza
Durante muchos años mi vida no era muy diferente de la del viejo Hank. Aparte del talento- donde ganaba él- de la edad, el físico y los medios económicos- donde ganaba yo-; aparte de la nacionalidad, el idioma, la época en la que ambos víviamos y el hecho de que él llevara varios años muerto cuando yo descubrí sus libros por primera vez, se podía decir que éramos prácticamente dos clones. No sé si algun tipo de reencarnación operaba para hacernos converger de manera tan exacta. Esta similitud, esta sorprendente y afortunada coincidencia me llevó a prácticar sus mismas técnicas de seducción. Si a él le fue bien con prostitutas y borrachas, no habia razón alguna para que en mi caso y con mis compañias no fueran igual de efectivas.
Mis zapatos, los mismos zapatos que desgastaba durante meses y meses, estaban sucios, mis camisas descoloridas, huérfanas de algún boton; mi pelo ralo, desbarajustado; mi mirada vidriosa, pérdida, inquietante. Todo en mi era un canto a la plenitud y la realeza. No consentia otra actitud hacia mi persona que no fuera la adoración. Me colocaba solitario y egregio en la barra, contemplando mi excelente presencia en el espejo que habia enfrente. Era una técnica muy útil a la hora de aumentar mi confianza.
A la tercera copa, me giraba, y guiado por un instinto superior, por una mano divina, caminaba sin interrupción, con los ojos cerrados hasta que terminaba golpeando con algun cuerpo. Si daba la casualidad de que era una mujer, confiado en el destino, soltaba una frase que habia leído leido en un poema del señor Chinasky "La costa dorada llora por tu belleza" En ocasiones el que lloraba era yo. Mi sensibilidad estaba extremadamente excitada por el alcohol y la intensidad poetica del verso. La sentia de una manera dolorosa, irrecuperable, definitiva. En general la chica salía huyendo y yo me quedaba sólo, sollozando, reconcentrado en la plenitud de aquella frase, de aquella belleza efímera, condenaba, que sin saberlo contenía en mi misma el germen de su degradación y que terminaría por machitarse "No vale la pena", repetía cabeceando en soledad mientras me encaminaba triste y derrotado hacia la salida.."no vale la pena"