A todos, a absolutamente todos, nos gusta un disco que sabemos que no es bueno, una peli que sabemos que no es buena y nos la pone dura una tía normal y corriente, y el que diga que no miente como un hijo de puta. El porqué lo desconozco, el ser humano siente pulsiones que van en contra del sentido común, del buen gusto y hasta del propio criterio. La intimidad nos permite satisfacer esas pulsiones. Lastfm en muchos casos nos priva de esa intimidad.
Por otro lado todos nos decoramos también para gustar a los demás, todos le hemos prestado atención a alguna cosa que nos ha dicho una chica -un libro, un disco, una peli- sólo para poder darle réplica o que se fije más en nosotros, y quien diga lo contrario miente como un hijo de puta. El ser humano también tiene la pulsión de gustar, y se gusta en público y no en privado. Lastfm nos da pie a que nos decoremos de esa manera convirtiendo en público lo que antes era privado.
Cuando todo el mundo está expuesto a la mirada de lo demás la gente reprime su inclinación al mal gusto, a lo tanático, y exacerba su inclinación a lo erótico. Lastfm nos expone, nos condiciona. Lo veo muy claramente. Muy claramente. Me pregunto cuántos lastfms tenemos en nuestra vida cotidiana, cuántas cosas nos condicionan de esta manera pero de una forma no tan evidente, no tan clara; cuánto de lo que escuchamos no se debe a una pose adquirida poco a poco y sin darnos cuenta hasta que la hemos interiorizado y cuánto de lo que no escuchamos lo escucharíamos si no tuviéramos que pagar según qué servidumbres de paso.
Vanitas vanitatis et omnia vanitas est.