Maestros de la palabra

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Creo que de todos tus posts este es el más lamentable de todos. No tengo palabras.

Puede ser. Pero a mí me hace mucha gracia lo de la falsa modestia. "No, a mí no me leáis, que soy un petardo. Leer a fulanito". ¿Te imaginas a alguien que te dice de su trabajo "es una mierda, compra el de fulanito"? ¿Te imaginas a alquien que va a una entrevista de trabajo y dice "a mí no me contrates, soy muy malo. Contrata a otro"? Pues eso.

Y encima no odiaba el fútbol, el hijo puta.
 
Que te crees tú que nos va a caer la breva de que lo vea y esté entretenido una hora veintinueve minutos y cincuenta y dos segundos.

Yo coincido en lo de Borges, porque también me gusta mucho cómo habla. No sé qué es lo que prima en mi atención para que alguien me capte o no. No podría formular unos parámetros, es decir, uno piensa que si alguien tiene una voz agradable, modula bien, es ameno, tiene más posibilidades de que te quedes prendado de sus palabras. Pero no siempre funciona así, a veces es un cúmulo de cosa.
Es importante lo que cuentan, sí, pero también en muchos casos es muy importante cómo lo cuentan. Aunque sea una anécdota sin importancia hay gente que la viste de tal manera que resulta atrayente siempre.

Hay personas que cuentan mil y una vez la misma anécdota y mil y una vez es diferente en pequeñas partes, van ampliando datos, o contándolos de diferente manera y resulta que te das cuenta de que te están contando lo mismo, y no te importa, para mí, alguien así es sin duda un maestro de la palabra.
Que no muestren engolamiento al hablar, que no parezca que se escuchan tanto que se olvidan de hilar sus pensamientos, un vocabulario amplio, un pedante que no se da cuenta de que lo es, cosas interesantes para contar, cosas sin importancia que parecen interesantes porque él las cuenta, para mí eso es un maestro de las palabra.
 
De pequeño, cuando los sábados mis padres me obligaban a ver Moros y Cristianos, pues sólo había una tele en casa, recuerdo haberme prendado con Javier Nart. Allí entre los soliloquios cansinos y orgásmicos de Adriansens inundados de jadeos y suspiros y las salidas de tiesto del Padre Apeles, destacaba ese señor con su elegante melena cana. Me enamoraba ver como ese individuo, siempre que iba a soltar uno de sus argumentazos inapelables, empezaba diciendo: escuche, señor mío, eso que dice usted es mentira por tres motivos... Y ahí que empezaba a enumerarlos y, el cabrón, siempre soltaba sus tres motivos o los que hubiera dicho que eran con un verbo gracil y suelto, plagado de eses y sonidos silbantes. Me quedaba embobado mirando como levantaba dedo a dedo frente las narices arrugadas de sus rivales televisivos conforme pontificaba su verdad. Era el verbo hecho contertulio.

Lo seguí por algunos programas más y, poco a poco, fui dejando de ver la TV así que le perdí la pista. Hasta que hace no mucho vi como en un programa de debate nocturno vino a decir algo así que como que él tenía un sobrino subnormal, al que quería mucho, y que no había nada de malo en llamarlo subnormal porque es lo que era. Se le llenaba la boca cada vez que pronunciaba las tres sílabas: SUB-NOR-MAL. Los contertulios se le echaron encima pero él, con su presencia y elegancia, vino a decir que estaba harto de eufemismos y buenas palabras, que su sobrino no era disminuido ni síndrome de Down ni retrasado, que su sobrino era SUBNORMAL, SUBNORMAL profundo. Y se crecía cada vez que repetía el término y notaba como el resto de puritanos y meapilas que lo rodeaban se escandalizaban con el soniquete del término. Llegué a pensar que se estaba empalmando y todo. SUB-NOR-MAL, SUB-NOR-MAL, SUB-NOR-MAL, SUB-NOR-MAL, OR-GAS-MO.

Si había dejado de seguirlo o apreciarlo, ese día me ganó para los restos. El gato es mío y me lo follo cuando quiero es el pasado, mi sobrino es subnormal aunque lo quiero mucho, es el presente. Creo que he votado a C's sólo por él.

EDITO: Ahora he recuperado el vídeo y era el cuñado, no el sobrino, pero la esencia es la misma.
 
Última edición:
Miguel Bosé, me chifla. O Mario Vaquerizo, otro que aunque no quiera tengo que ver lo que dice o lo que hace. Ambos despiertan en mí una fuerza de atracción/odio que me supera.

Eduardo Galeano era un tipo de esos que la primera vez que le oías o le leías, ya presentías que era una persona inteligente. Hablaba de lo cotidiano con inteligencia y de los asunto trascendentales con cotidianidad. Retorcía las frases, como buen argentino o uruguayo (no me acuerdo ahora), exprimía el significado de las palabras y jugaba con ellas para hacer dobles saltos mortales en el aire antes de poner el punto y final.

Lo malo es que sus aforismos eran tan claros y cristalinos que estaban al alcance de cualquier imbécil, se popularizaron en las redes sociales y no era raro ver tres frases de Paolo Coelho, dos de Jorge Bucay y otras dos de Galeano, en los perfiles de facebook, badoo, y demás mierdas; de alguna simplona con pretensiones intelectuales. Pero Galeano no era un moñas, era un tipo de esos dados a la conversación fácil e interesante. Y como todo buen conversador cuando arrancaba a hablar daba la sensación de que no iba a parar nunca porque tenía mil cosas que decir.

Fue íntimo amigo de Juan Carlos Onetti.
 
Te citaré cuando empieces a postear en formato podcast.
 
Marica.

Me sorprende que todavía nadie me haya citado.

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Que te crees tú que nos va a caer la breva de que lo vea y esté entretenido una hora veintinueve minutos y cincuenta y dos segundos.

Yo coincido en lo de Borges, porque también me gusta mucho cómo habla. No sé qué es lo que prima en mi atención para que alguien me capte o no. No podría formular unos parámetros, es decir, uno piensa que si alguien tiene una voz agradable, modula bien, es ameno, tiene más posibilidades de que te quedes prendado de sus palabras. Pero no siempre funciona así, a veces es un cúmulo de cosa.
Es importante lo que cuentan, sí, pero también en muchos casos es muy importante cómo lo cuentan. Aunque sea una anécdota sin importancia hay gente que la viste de tal manera que resulta atrayente siempre.

Hay personas que cuentan mil y una vez la misma anécdota y mil y una vez es diferente en pequeñas partes, van ampliando datos, o contándolos de diferente manera y resulta que te das cuenta de que te están contando lo mismo, y no te importa, para mí, alguien así es sin duda un maestro de la palabra.
Que no muestren engolamiento al hablar, que no parezca que se escuchan tanto que se olvidan de hilar sus pensamientos, un vocabulario amplio, un pedante que no se da cuenta de que lo es, cosas interesantes para contar, cosas sin importancia que parecen interesantes porque él las cuenta, para mí eso es un maestro de las palabra.

Ya está la morsa tocando los huevos otra vez. Luego te pones a llorar por las esquinas.
 
Del programa de entrevistas me encantó la de Cortázar. En cambio las entrevistas a Onetti y Juan Rulfo no me gustaron mucho, no es que fueran muy elocuentes.
 
Canela fina. No me caen bien ninguno de los dos, pero tienen mucho sentido común.

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Hay que reconocer que ha tenido gracia el jodío.



Lo que también estaría bien es que dijérais si habéis visto alguno de los vídeos que aquí se ponen o no, o pasáis. Algo en plan "Pues me he visto la entrevista a Borges y no he aguantado más de diez minutos" o "Pues me he visto la entrevista a Gala y me he hecho tres pajas escuchándole hablar".
 
Lo que también estaría bien es que dijérais si habéis visto alguno de los vídeos que aquí se ponen o no, o pasáis. Algo en plan "Pues me he visto la entrevista a Borges y no he aguantado más de diez minutos" o "Pues me he visto la entrevista a Gala y me he hecho tres pajas escuchándole hablar".

Pues me gustaba oir hablar a Leopoldo Maria Panero a pesar de que tu padre le palpase la cara por mearse en su ascensor.
 
En este país de cretinos, en el que se confunde la excelencia, la cultura y los intereses impersonales minoritarios con el frikismo y en donde, además, suele tomarse el rábano por las hojas, quedándonos con lo anecdótico y desechando el vivo corazón palpitante de lo esencial, es lógico que hayan caído en el semiolvido personajes como el que propongo, reducidos a la anécdota del lirón careto y el quebrantahuesos, o al silbo de la sintonía de Antón García Abril una noche de copas cualquiera, presenciando los avances de cualquier depredador nocturno a la busca de coños fescos y chorreantes.

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Y así nos olvidamos de su faceta más sobresaliente: la de comunicador íntimo, dinámico, casi hipnótico, con un riquísimo lenguaje de castellano viejo rural matizado por su inmensa cultura de estudioso exenta de pedantería. Capaz de convertir la lucha de los pueblerinos mesetarios contra las alimañas que les comían el ganado en una tragedia griega milenaria que hace palidecer a las de Esquilo. Manipulándonos hábilmente para hacernos tomar partido por lo que hasta entonces se consideraban plagas dañinas haciéndolos ascender a la categoría de Bienes de Interés Cultural. Con sus saludos cálidos e inclusivos ("mis queridos amigos de la fauna ibérica"), su característica entonación, a la vez familiar y llena de credibilidad, su diplomacia (en plena transición, nunca hablaba de España y sí de Iberia), su sentido de la narración y el drama de la lucha por la existencia, al oirlo puede hacer parecer un pálido aprendiz, un frío y correcto narrador sin alma al mejor speaker de los documentales animalistas anglos, Attenborough incluido. Creo que fue Caro Baroja el que llegó a proponer su ingreso en la RAE.

No es lugar éste para hablar de sus métodos de rodaje, discutidos y a veces crueles, de si sus aportes han quedado o no obsoletos. Hace unos 4 años, cuando la cadena pública colgó en su web todos los videos del programa, volví a verlos uno detrás de otro, al principio con el temor de mancillar un recuerdo de infancia, después con la lujuria auditiva de dejarme llevar por un narrador excepcional que se ha convertido en Gran Reserva y no en vinagre, sobre todo si lo comparamos con alguno de sus epígonos televisivos de lenguaje barriobajero y mujer tailandesa enchironada. Escúchenlo durante un rato en un programa cualquiera al azar y busquen algo parecido en el prime time de ahora.
 
En este país de cretinos, en el que se confunde la excelencia, la cultura y los intereses impersonales minoritarios con el frikismo y en donde, además, suele tomarse el rábano por las hojas, quedándonos con lo anecdótico y desechando el vivo corazón palpitante de lo esencial, es lógico que hayan caído en el semiolvido personajes como el que propongo, reducidos a la anécdota del lirón careto y el quebrantahuesos, o al silbo de la sintonía de Antón García Abril una noche de copas cualquiera, presenciando los avances de cualquier depredador nocturno a la busca de coños fescos y chorreantes.

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Y así nos olvidamos de su faceta más sobresaliente: la de comunicador íntimo, dinámico, casi hipnótico, con un riquísimo lenguaje de castellano viejo rural matizado por su inmensa cultura de estudioso exenta de pedantería. Capaz de convertir la lucha de los pueblerinos mesetarios contra las alimañas que les comían el ganado en una tragedia griega milenaria que hace palidecer a las de Esquilo. Manipulándonos hábilmente para hacernos tomar partido por lo que hasta entonces se consideraban plagas dañinas haciéndolos ascender a la categoría de Bienes de Interés Cultural. Con sus saludos cálidos e inclusivos ("mis queridos amigos de la fauna ibérica"), su característica entonación, a la vez familiar y llena de credibilidad, su diplomacia (en plena transición, nunca hablaba de España y sí de Iberia), su sentido de la narración y el drama de la lucha por la existencia, al oirlo puede hacer parecer un pálido aprendiz, un frío y correcto narrador sin alma al mejor speaker de los documentales animalistas anglos, Attenborough incluído. Creo que fue Caro Baroja el que llegó a proponer su ingreso en la RAE.

No es lugar éste para hablar de sus métodos de rodaje, discutidos y a veces crueles, de si sus aportes han quedado o no obsoletos. Hace unos 4 años, cuando la cadena pública colgó en su web todos los videos del programa, volví a verlos uno detrás de otro, al principio con el temor de mancillar un recuerdo de infancia, después con la lujuria auditiva de dejarme llevar por un narrador excepcional que se ha convertido en Gran Reserva y no en vinagre, sobre todo si lo comparamos con alguno de sus epígonos televisivos de lenguaje barriobajero y mujer tailandesa enchironada. Escúchenlo durante un rato en un programa cualquiera al azar y busquen algo parecido en el prime time de ahora.


Ave, hijo de puta.

Recuerdo que, de crío, me pasaba por pura timidez, ratos largos en el Seat Ronda de mi viejo. ¿El motivo? No interactuar ni con primos aluchenses, ni con pueblerinos varios con los que la sangre y agosto me unían durante largas semanas.

Pues bien. Rebuscando entre las mismas cintas de siempre, de arevalianos chistes de gangosos, recopilatorios de Nino Bravo o Queen, me me encontré con un cassette de Félix Rodríguez de la Fuente. Y sí, lo que dice. Pintor de imágenes e hipnótico orador al servicio del lobo y su mundo.

Son recuerdos de mi niñez y me falla la memoria. No sé de qué coño hablaba ni cuánto duraba aquello. Lo que sé es que me entretenía en esos ratos en los que, como ahora, mejor lobo solitario que en manada.
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