R
rabo
Guest
Sí, yo antes era como tú y pensaba que hay que cagar en casa por decreto ley pero últimamente he tenido un cambio de mentalidad y estoy disfrutando de los placeres y ventajas de truñar en el curro.
Todo ocurrió la semana pasada, más concretamente el jueves, la noche anteriór había tenido severos contactos etílicos y esa mañana el famoso truño negro estaba pataleando en mis indestinos impaciente por dar a luz.
La situación era crítica, yo vivo bastante cerca de mi curro, a unos quince minutos, pero aún así tenía la certeza de que no me iba a dar tiempo a llegar y jiñarme en el metro no es una buena opción así que decidí dar el paso, en contra de mis convicciónes, de defecar en el trabajo.
Cuando me presente ante el trono, lo miré, evalué de nuevo la situación y tras limpiar escrupulosamente la superficie de la taza donde se asentarían mis posaderas, lo hice: deflagré mis entrañas en aquel lugar tan poco hogareño.
Para mi sorpresa, la experiencia no fue tan traumática como en un principio pensaba e incluso me resultó enriquecedora. Ahi estaba yo, con los pantalones bajados, dejando pasar los minutos ante una puerta amarilla (así de discreta es la decoración de los aseos).
Cierto es que hubiese preferído haberme bajado los pantalones para crujirme a alguna compañera del curro pero bueno... eso ya se lo pediré a los Reyes Magos.
El hecho es que parece que mis intestinos le han pillado la gracia al asunto y desde entonces, cuando llegan las nueve y media de la mañana surge la hora "All-Bran" y me encamino feliz a cubrir mis quince minutos de gloria subvencionados por mi empresa.
Además este tipo de acciones tienen cierto sentido reivindicativo: ellos me manda marrones y yo se los devuelvo. Ahora mi sueño dorado es cagar al mismo tiempo que el jefe de área para compartir ese momento laboral y de paso poder gritarle desde el retrete contiguo:
"Jefe, ¿A que código de proyecto cargo estos minutos?" o "Jefe, tenga cuidado con los tarzanillos que cuando se secan pueden causar serias lesiones si te sientas sobre uno de ellos que esté en punta"
Lo dicho: caga en el curro y redecora tu vida.
Todo ocurrió la semana pasada, más concretamente el jueves, la noche anteriór había tenido severos contactos etílicos y esa mañana el famoso truño negro estaba pataleando en mis indestinos impaciente por dar a luz.
La situación era crítica, yo vivo bastante cerca de mi curro, a unos quince minutos, pero aún así tenía la certeza de que no me iba a dar tiempo a llegar y jiñarme en el metro no es una buena opción así que decidí dar el paso, en contra de mis convicciónes, de defecar en el trabajo.
Cuando me presente ante el trono, lo miré, evalué de nuevo la situación y tras limpiar escrupulosamente la superficie de la taza donde se asentarían mis posaderas, lo hice: deflagré mis entrañas en aquel lugar tan poco hogareño.
Para mi sorpresa, la experiencia no fue tan traumática como en un principio pensaba e incluso me resultó enriquecedora. Ahi estaba yo, con los pantalones bajados, dejando pasar los minutos ante una puerta amarilla (así de discreta es la decoración de los aseos).
Cierto es que hubiese preferído haberme bajado los pantalones para crujirme a alguna compañera del curro pero bueno... eso ya se lo pediré a los Reyes Magos.
El hecho es que parece que mis intestinos le han pillado la gracia al asunto y desde entonces, cuando llegan las nueve y media de la mañana surge la hora "All-Bran" y me encamino feliz a cubrir mis quince minutos de gloria subvencionados por mi empresa.
Además este tipo de acciones tienen cierto sentido reivindicativo: ellos me manda marrones y yo se los devuelvo. Ahora mi sueño dorado es cagar al mismo tiempo que el jefe de área para compartir ese momento laboral y de paso poder gritarle desde el retrete contiguo:
"Jefe, ¿A que código de proyecto cargo estos minutos?" o "Jefe, tenga cuidado con los tarzanillos que cuando se secan pueden causar serias lesiones si te sientas sobre uno de ellos que esté en punta"
Lo dicho: caga en el curro y redecora tu vida.