Estimados conforeros, todos.
Debo agradecerles en primer lugar la atención prestada, aunque al mismo tiempo me desagrada protagonizar este breve attentionwhorismo.
Discúlpenme en segundo término porque no tengo ninguna gana de ofrecer detalles sobre el fondo del asunto, estoy cansado de idas, venidas, pruebas, contrapruebas y demás, hay lo que hay y las cosas devendrán de un determinado modo en un plazo no muy prolongado a estas alturas.
Por otra parte les diré que si bien temo al dolor y en su momento me ocuparé de que se ocupen de aliviarlo, no siento miedo alguno ante la muerte como concepto. En ese sentido no cabe que me autocalifique como ateo, ni siquiera como agnóstico, soy lisa y llanamente indiferente ante toda idea de continuidad, inmortalidad, trascendencia o como deseen denominarlo, no me importa en absoluto y tampoco me ha importado nunca y considero que el simple fundido en negro para siempre es la perspectiva más alentadora que existe, no logro entender cómo nadie puede sentirse confortado por una vida después de la vida, sea como sea ésta.
No me he puesto pirotécnico a la hora de planificar el tiempo restante aunque sí he adoptado algunas medidas. La primera abandonar hace algunas semanas mi trabajo, ni me llenaba desde hacía tiempo ni tampoco necesito recurrir a él para pasar un tiempo necesariamente breve y concederme algún capricho, dispongo de un colchón suficiente y de cara a no dejar pendientes flecos ni generar cargas. Además he confiado mi decisión a un par de buenos amigos rogándoles total discreción al tiempo que les he encargado algunas sencillas encomiendas post mortem, pese a que espero haber dejado todo atado y bien atado y no causar quebraderos de cabeza a nadie. La familia no juega en este set, apenas me queda y como saben nunca me emparejé ni tuve hijos y tampoco tengo demasiada relación ni profeso excesiva estima hacia la mayoría de los pocos que hay.
Una de las pocas cosas que he hecho hasta la fecha y que seguiré haciendo en tanto me lo permitan las fuerzas es recorrer el país, nada de rimbonbancia ni parajes exóticos. Alguna vez he mencionado de pasada que mi infancia transcurrió sin duda influida por varios traslados familiares, pasé mis primeros años entre cambios de domicilios y colegios que sin duda me desarraigaron y afectaron, pero que al mismo tiempo proporcionaron independencia y fortaleza de carácter. Ahora repaso aquellos tiempos con estos breves recorridos, pues viví una España que la inmensa mayoría de ustedes no ha conocido: sin duda más pobre, más carente de casi todo en lo material, más destartalada pero al mismo tiempo asistí a los coletazos de un país hermosísimo en esa pobreza, carencia y destartalamiento y al mismo tiempo infinitamente menos canalla e idiotizada que ahora. Les confieso ahora que lo de Cataluña me ha entristecido como me entristecen las inevitables secuelas e imitaciones que traerá el futuro. Digo esto último en ausencia de cualquier cariz político porque de aquellos tiempos de mudanzas puedo evocar muchas cosas, la luz mágica de ciudades mediterráneas en invierno; esa caída sosegada del otoño en la Meseta; las brumas norteñas... Ahora bien, en ninguno de esos lugares me sentí excluido por ser "el de fuera" y me pregunto tan apesadumbrado como inquieto si eso podría afirmarlo cualquiera que dé saltos de ese tipo por la geografía nacional. Para esos trayectos me he dado un capricho, tal vez el de mayor fuste que acometa, pues he liquidado mis medios de transporte y he comprado el mismo modelo de coche que tuvo mi padre en los sesenta, con el que nos trajo y llevó de un lado a otro por aquellas carreteras también casi perdidas y olvidadas; si alguna vez tienen ocasión les aconsejo encarecidamente que se dejen perder sin rumbo y sin prisas por ahí.