Cabrón, siempre que te leo alguna, se me viene a la cabeza un flashback de cosas que ni me acordaba.
Hablando de vecinos girados. En casa de mis padres, había uno en el bajo que debía estar trabajando en el turno de la nochw. Había un parque interior y la pared del dormitorio suyo daba a cuadrado donde nos hacíamos nuestras porterías y con 6-7 años jugábamos al fútbol con una pelota de goma de esas que regalaban con las patatas RISI, que la dabas un puntapié y hacía mil efectos. Pues eso nos poníamos a jugar, hasta que bajaba el tarao este con una navaja de Albacete, nos miraba con cara de loco, cogía el balón como si fuese lo último que fuera a hacer, y lo pinchaba. Pero no contento con esto, empezaba a trocearlo y hacerlo tiras como si se divirtiera el hijoputa. Se tiraba 20 minutos largos en esa extraña liturgia.
Así lo hizo como unas cuatro veces. A la quinta, el balón era de mi vecino, cuyo padre estaba de vacaciones, un monstrencaco noblote, pero que tenía una mano con unos dedos que parecía un muestrario de pollas. Pues a lo que iba, baja el tío con su navajilla y su sonrisa de loco y se puso manos a la obra. En medio del proceso, sin que nadie lo viera apareció el padre de mi hamijo, y le pegó un colleja que sonó hasta en el canal de Suez. Nunca se me olvidará sus ojos, preguntándose que había impactado contra su cabeza. Se giró con la navajilla en mano, el otro le retorció la muñeca, y el locarro se puso a llorar. Era la primera vez en mi vida que veía una hostia entre adultos, y a un hombre llorar, pidiendo clemencia.
A mi vecino debió darle pena, le soltó, no sin antes avisarle que había mejores formas de arreglar cosas, y que si le molestaba algo de su hijo, subiera a decirselo, que le invitaría a una cerveza y que su hijo no le molestaría más. Ahora eso sí, que la próxima que le viera a hacer eso, le arrancaba la cabeza.
Un buen hombre aquel hombre, cuya única pega era su mandrilismo exacerbado.