Facultad de Farmacia. Promoción 95-2000
Siete años
estuve moviéndome en un ambiente diario de mezcla de pijerío proveniente de toda España. Una mezcla compuesta por moros pijos (no menas de Madrid, sino hijos de cargos del gobierno marroquíes) que se relacionaban sólo entre ellos, y en el sector nacional, niñas pijas (la mayoría del alumnado) y niños pijos que ahora son los que heredaron las farmacias de sus padres, que a su vez también las recibieron o fueron comprardas por los suyos.
Años después me enteré que la ley que regula la adquisición de farmacias, administraciones de loterías y estancos son leyes franquistas de 1942, creadas como objetivo principal para premiar o compensar a familias y caciques locales por sus pérdidas de patrimonio y su apoyo en la Guerra Civil, y la posibilidad de poder venderse o heredarse aunque sean licencias supuestamente públicas. Muchos de los hijos y nietos de las clases nobles de entonces son aún los dueños de una cuota importante de todas las Farmacias nacionales.
En muchos casos, cuando te relacionabas con ellos, descubrías un mundo de educación recibida en colegios e institutos de curas, residencias universitarias religiosas y vacaciones en Marbella y club en Puerto Banús, Mallorca, Menorca e Ibiza. Los menos pudientes, Aguadulce y Benalmádena. Fines de semana de fiestas nocturna empalmando con monterías de caza en los cortijos o fincas propios o de amigos de popó, escapadas semanales y futuros másters de Nutrición, Análisis Clínicos o alguna otra excusa para estirar la buena vida de estudiante en universidades privadas de Madrid o Barcelona.
Había hermanos/as estudiando arquitectura, medicina, Derecho... algún odontólogo... Otros también estudiaban FarmaciaSe podría decir que su futuro estaba ya elegido. Eran los designados por sus padres (en la mayoría de los casos, la madre era la farmacéutica titular) para mantener el negocio. Ni les gustaba la carrera ni querían trabajar en ella. Simplemente, serían los que recibirían esa parte de la herencia familiar, con los trabajadores que la llevaban incluidos.
Se veían muchos apellidos con el "De" y con guión cuando se publicaban las notas. Los turismos descapotables de Wolkswagen, A3 y Mercedes Clase 2 de ellos y los Mini de ellas llenaban el parking de la Facultad. Las fiestas y barriles univesitarios (para financiar el viaje a Punta Cana y Playa Varadero, cuando eso era algo aún poco frecuente) eran un desfile de barbours y bolsos con el logotipo del caballo, jerseys pastel, pantalones camel, camisas azul claro o blanco y polos de banderita. Por supuesto, la mayoría tenían ya el viaje pagado, los que organizábamos esas fiestas éramos los paupers que necesitábamos, de alguna forma, ponernos a su nivel.
Y sí, las más guarras eran las pijas más altivas y soberbias. Las pocas que me dejaron acceder a sus carnes duraron poco o me rechazaron con desdén. Había un Borja Mari de su mismo estrato social esperándole y con mejor porvenir que el desarrapado con el que hozaron.
Había también mucho hijo de nuevo rico, claro. Hijos de funcionarios wannabe, farmacéuticos de pueblo con farmacia de poco recorrido pero que daba para algo más que un sueldo, hijos de profesores de la facultad que ahora están dando clase en ella, e hijos de constructores de la incipiente burbuja inmobiliaria que entonces comenzaba.
Y luego los que estudiaron ahí sin saber muy bien en dónde se metían como era mi caso. Ya podéis imaginar lo que pintaba en ese ecosistema un chaval pueblerino como yo, hijo de trabajadores de clase media. Así que me dediqué a gozar de su compañía (son accesibles en el trato, aunque siempre mantienen cierta distancia) con algunos aún mantengo amistad a distancia, y de vez en cuando, ser un invitado privilegiado en alguna escapada de fiesta o viaje que entonces no me podía pagar y que ahora si me pago me dejaría tieso en poco tiempo.