Hace un par de meses intenté hacer una paella en casa de un amigo. En mi casa la hago en vitro y sartén porque es lo que tengo. Se trata solamente de hacer la misma receta tantas veces como sea necesario hasta perfeccionarla, llega un punto en el que es mecánico y sale de puta madre. Pero cuando cambias de casa la cosa se complica y ni los tiempos ni las medidas son los mismos. Mi amigo tiene una vitro más moderna, más potente, y de sartenes va fatal, tocó usar una que para mi gusto era muy profunda, corriendo el riesgo de que el arroz de arriba se quedase sin agua. Para empeorarlo, llegó su compañera de piso y un par de puñaos más de arroz no se los puedes negar a nadie.
El hijoputa de mi amigo se metió conmigo porque no salió perfecta DE SAL. Después de hacer verdadera magia, por tener que ir a por el salero a la cocina, se dedicó a calumniarme como si hubiera parido un engendro.
Yo, que soy muy crítico con lo que hago y con la paella en mi casa siempre se han puesto pegas porque mi abuela acostumbra a no estar contenta nunca, agaché la cabeza y esperé. Qué virtud la de la paciencia.
La semana pasada me llama mi amigo, que si voy a su casa hacemos paella, que tiene pollo DE CORRAL y una paella nueva. Cojonudo. Cuando llegué ya tenía el sofrito hecho, se había fumado un canuto y le debió echar una bandeja entera de tomates. Echó el arroz y se salió a la terraza. Lo que salió fue esto:
LA PEOR PAELLA QUE HE PROBADO EN MI VIDA.
La foto es después de quitarla de la mesa de la terraza porque no quería ni verla, sobró todo eso, ni hurgando salía nada bueno. Estaba ácida, quemada hasta la mitad y el resto todavía sin hacer, la carne en TROZACOS también estaba mal hecha.
Le obligué a invitarme a cenar y a soportar el bochorno y la humillación que se merecía.