Mi madre, hasta que llegó a la sesentena, siempre había sido una bella mujer, físicamente hablando. Como persona, es muy sabia y dulce desde siempre. Huyó de su casa siendo aún una niña, y se labró su vida de manera prodigiosa, hasta que conoció a mi padre (que no se la merece, y lo sabe muy, muy bien) y se dedicó a criarnos a mis hermanos y a mí. Es una de las mejores mujeres que he conocido en mi vida. Ya desde pequeño me obnubilaba su gran belleza, su aroma embriagador y su forma de mimar -siempre tenía algún dedo dispuesto a hacer mimos, hiciéramos lo que hiciéramos, cosa que me hacía sentir protegido, querido y seguro en todo momento...-, y recuerdo no pocas veces en las que, hallándome en su regazo, sentía la necesidad, el anhelo de sentir también su boca, que tenía que ser una gloria, besarla en sus labios, estar horas y horas con los rostros unidos, irradiando calor y ternura... Pero nunca me atrevía, y refugiaba mi rostro entre mis brazos a continuación.
Ya con trece años, por avatares de la vida, acabamos viviendo de alquiler en una casa cochambrosa, con sólo dos habitaciones... Mi padre trabajaba lejos. Yo era el menor, así que mi madre eligió compartir su cama conmigo. Ya la primera noche, como estaba en plena ebullición hormonal, no pude aguantarme y, sin pensar (o querer pensar) me restregué contra ella y luego, ya con la polla bien dura, me hice un pajote a su lado... Una vez me corrí, sentí una vergüenza inmensa. Ella seguía dándome la espalda como si nada. Yo no quería, lo juro. Pero es que estaba TAN SALIDO, y ella era una HEMBRA.
A la noche siguiente eligió dormir en el salón encima de unos cojines, con el perro calentándole los pies. No quise ni pensar en por qué, y mucho menos preguntárselo. De hecho, jamás me lo mencionó. ¿Puede que ni siquiera se hubiese dado cuenta? No lo sé. Y no voy a averiguarlo.
Ahora mi madre es una venerable anciana. Me quiere mucho, y yo la quiero mucho. No olvido lo bella que era, y cómo yo era perfectamente capaz de hacerle el amor. Pero nunca lo había vivido como una parafilia, nunca desde la genitalidad. Era sólo una consecuencia de mi gran dependencia afectiva hacia ella primero, y de mis hormonas desatadas luego. Mi madre creo que hubiera entendido perfectamente mis motivaciones, y no le habría dado más importancia de la debida. Una madre que se escandalizara... es porque se siente una mujer para su hijo antes que madre. Y no hay nada más triste que eso. Porque mujeres hay millones, pero madre sólo una.