Max_Demian
Puta rata traicionera
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- 17 Jul 2005
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El corazón me latía con fuerza, bombeando vida para que mis extremidades destilaran muerte. Las fauces del destino me aprisionaban en una jaula de necesidades. Pero decidí volver a dormir. No era cansancio, eran ganas de dormir, de no despertar, al menos no ahora. Cerré los ojos y la vi distante, lánguida y apagada, y sentí que la vida descargaba su electricidad en mi espinazo. La muerte abría las puertas de su palacio negro y yo quería entrar violentamente, con vehemencia, haciéndome notar. Ella estaba pero no estaba, me dolían su ausencia y su presencia simultáneas. Me dolían en el alma, pero era dolor de vida, dolor de pura vida, de amor fugaz e intenso que se renueva cada día proyectándose hacia la eternidad en un deseo nublado.
Su pelo y sus ojos brillaban, y yo le recé a Dios y al demonio pidiendo misericordia. Pero no dije nada ni hice una mueca, aguanté por orgullo vacuo y sin sentido, por deferencia a mí mismo. Sólo Dios, que todo lo sabe, o el diablo, que todo lo averigua, pudieron haberme salvado de ese brillo fatal y terrible, pero ambos me negaron su gracia y desgracia. El bien y el mal nada pueden para con el Bien y el Mal, para con la razón de mi existencia, para con la verdadera felicidad ni para con el verdadero dolor.
Y qué puedo decir... me retorcí entre las arenas del tiempo, bajé a las insondables profundidades del océano del recuerdo y la fe, crucé los aires del destino vacío y me abrasé en las llamas de un infierno que encontré en el sol del verano. La noche curó mis heridas y me acostó a su lado prometiéndome tiempos mejores mientras me abrazaban las serpientes. Eres un niño, me dijo, un niño que no sabe dónde ir, pero encontrarás tu camino escrito con sangre en la frente de un mártir. Tus pasos te llevarán al centro del laberinto, donde encontrarás tu propia tumba. Canoso y rendido abrirás tu féretro y te echarás a dormir.
Mientras llega ese día me siento a la sombra de un árbol rodeado de miseria, deseando no desear y queriendo no querer. Para qué caminar cuando el camino camina hacia el caminante. Para qué.
Su pelo y sus ojos brillaban, y yo le recé a Dios y al demonio pidiendo misericordia. Pero no dije nada ni hice una mueca, aguanté por orgullo vacuo y sin sentido, por deferencia a mí mismo. Sólo Dios, que todo lo sabe, o el diablo, que todo lo averigua, pudieron haberme salvado de ese brillo fatal y terrible, pero ambos me negaron su gracia y desgracia. El bien y el mal nada pueden para con el Bien y el Mal, para con la razón de mi existencia, para con la verdadera felicidad ni para con el verdadero dolor.
Y qué puedo decir... me retorcí entre las arenas del tiempo, bajé a las insondables profundidades del océano del recuerdo y la fe, crucé los aires del destino vacío y me abrasé en las llamas de un infierno que encontré en el sol del verano. La noche curó mis heridas y me acostó a su lado prometiéndome tiempos mejores mientras me abrazaban las serpientes. Eres un niño, me dijo, un niño que no sabe dónde ir, pero encontrarás tu camino escrito con sangre en la frente de un mártir. Tus pasos te llevarán al centro del laberinto, donde encontrarás tu propia tumba. Canoso y rendido abrirás tu féretro y te echarás a dormir.
Mientras llega ese día me siento a la sombra de un árbol rodeado de miseria, deseando no desear y queriendo no querer. Para qué caminar cuando el camino camina hacia el caminante. Para qué.
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