Libros POESÍA (nuestros poemas preferidos)

QUÉ SABES TÚ...

¿Qué sabes tú, qué sabes tú apartada
injustamente en tu cruel pureza;
tú sin vicio, sin culpa, sin bajeza,
y sólo yo lascivo y sin coartada?

Rompe ya esa inocencia enmascarada,
no dejes que en mí solo el mal escueza;
que responda a la vez de mi flaqueza
y de que tú seas hembra y encarnada;

que tengas tetas para ser mordidas,
lengua que dar y nalgas para asidas
y un sexo que violar entre las piernas.

No hay más minas del Bien que las cavernas
del Mal profundas; y comprende, amada,
que o te acuestas conmigo o no eres nada.

de los Sonetos Votivos de Tomás Segovia
 
Me encanta el hilo. Lo he leído con atención, aunque ni me gusta la poesía
moderna ni la traducida. Así que los poemas de ese género los he saltado...

De los transcritos...

... indispensables los dedicados al tópico del "Collige virgo rosas". A los de
Góngora y Garcilaso, añado yo otro de Lope:

Antes que el cierzo de la edad ligera
seque la rosa que en tus labios crece,
y el blanco de ese rostro, que parece
cándidos grumos de lavada cera,

estima la esmaltada primavera,
Laura gentil, que en tu beldad florece,
que con el tiempo se ama y se aborrece,
y huirá de ti quien a tu puerta espera.

No te detengas en pensar que vives,
oh Laura, que en tocarte y componerte
se entrará la vejez sin que la llames.

Estima un medio honesto, y no te esquives;
que no ha de amarte quien viniere a verte,
Laura, cuando a ti misma te desames.

... como veo que el Gran maestre es aficionado a las burlas de Quevedo, rescato
de mi memoria esta silva "Epitafio a un bujarrón":

Yace aquí Misser de la Florida,
y dicen que le hizo buen provecho
a Satanás su vida:
ningún coño le vio jamás arrecho.
De Herodes fue enemigo y de sus gentes;
no porque degolló los inocentes,
mas porque siendo niños y tan bellos,
los mandó degollar y no jodellos.
Y tanto amó a los niños y desa suerte,
inmenso bujarrón hasta la muerte,
que si él en Babolonia se hallara
por los tres niños en el horno entrara.

¡Oh, tú cualquiera cosa que te seas,
si por su sepultura te paseas,
o niño o sabandija,
o perro o lagartija,
o mico o gallo o mulo,
o sierpe o animal que tengas cosa
que de mil leguas se parezca a culo,
guárdate del varón que aquí reposa,
que tras un rabo, bujarrón profundo,
si le dejan, volverás del otro mundo.

[...]

Me falta la última estanza, pero la he olvidado y no tengo a mano el libro. :(

Por supuesto, podría trascribir muchos que me entusiasman, pero me ha sonrojado que en diez páginas de dedicadas a la poesía no haya ni un sólo poema del padre de los poetas modernos europeos: Petrarca. Porque poesía, lo que es poesía, hay dos categorías: la que escribió Petrarca y la que escribieron el resto. En fin... acabo con un soneto de Petrarca. En toscano del Trecento, por supuesto, porque a Petrarca no se le traduce. Trata de la volubilidad de la mujer... "La donna è mobile", que cantaba el duque de Mantua parafraseando un verso de este soneto... Del Canzoniere, por supuesto

Se'l dolce sguardo di costei m'ancide,
e le soavi parolette accorte,
e s'Amor sopra me la fa si forte
sol quando parla ovver quando sorride

lasso, che fia, se forse ella divide
o per mia colpa o per malvagia sorte
gli occhi suoi da Mercé, sí che di morte,
là dove or m'assicura, allor mi sfide?

Però s'i' tremo, et vo col cor gelato,
qualor veggio cangiata sua figura,
questo temer d'antiche prove è nato.

Femmina è cosa mobil per natura:
ond'io so ben ch'un amoroso stato
in cor di donna picciol tempo dura.
 
Madonna de las flores del crepúsculo


He estado trabajando todo el día
Ahora estoy cansada
llamo: "¿Dónde estás tu?"
Pero solo se escucha el murmullo de las hojas del roble
La casa está muy silenciosa
El sol brilla sobre tus libros
Sobre tus tijeras y el dedal
Pero tu no estás ahí
De repente estoy sola


Entonces te veo
Parada bajo una corona de consólidas reales
Con una canasta de rosas en tu brazo
Tú eres fresca como la plata
Y me sonríes
Entonces siento que las campanas de Canterbury están tañendo
Pequeñas melodías


Tu me dices que las peonías necesitan agua
Que las aguileñas pajarillas han traspasado sus límites
Que la papónica debería ser recortada
Tu me dices todas esas cosas
Y yo te miro, corazón de plata,
Flama blanca tu corazón de tersa plata
Encendiéndose debajo de las ramas azules de la consólida real
Deseo arrodillarme a tus pies
Al instante
Mientras alrededor de nosotras repiquetean los suaves Te Deums
De las campanas de Canterbury.
 
Pobre de ti si en los ojos de tu amor
nunca viste la sonrisa de una puta

Joan Margarit

(es largo, pero solo recuerdo como empezaba...)
 
Próximo hilo: Samuel Beckett
samuel_beckett.jpg



elles viennent
autres et pareilles
avec chacune c'est autre et c'est pareil
avec chacune l'absence d'amour est autre
avec chacune l'absence d'amour est pareille




musique de l'indifférence
coeur temps air feu sable
du silence éboulement d'amours
couvre leurs voix et que
je ne m'entende plus
ma taire




vie morte ma seule saison
lis blancs chrysanthèmes
nids vifs abandonnés
boue des feuilles d'avril
beaux jours gris de givre




je voudrais que mon amour meure
qu'il pleuve sur le cimetière
et les ruelles où je vais
pleurant celle qui crut m'aimer
 
Elite Boobs rebuznó:
Instantes Jorge Luis Borges

Si pudiera vivir nuevamente mi vida.

En la próxima trataría de cometer más errores.

No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.

Sería más tonto de lo que he sido, de hecho

tomaría muy pocas cosas con seriedad.

Sería menos higiénico.

Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría

más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos.

Iría a más lugares adonde nunca he ido, comería

más helados y menos habas, tendría más problemas

reales y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente

cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría.

Pero si pudiera volver atrás trataría de tener

solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos;

no te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin termómetro,

una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas;

Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios

de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.

Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres

y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante.

Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

No es esta la única basura que por ahí pulula atribuida a grandes autores. Mirad lo que me enviaron a mí, con la firma de Neruda:

MUERE LENTAMENTE

"Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos,
quien no cambia de marca,
no arriesga vestir un color nuevo
y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.
Muere lentamente quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco
y los puntos sobre las "íes" a un remolino de emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los ojos,sonrisas de los
bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el
trabajo,
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música,
quien no encuentra gracia en si mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja
ayudar.
Muere lentamente, quien pasa los días
quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce
o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo
exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará
que conquistemos una espléndida felicidad"


El que merece morir MUY lentamente, desde luego, es el que se inventa estas bazofias.

Todos recordamos también la patochada atribuida al pobre García Márquez, según parecía, al borde de la muerte:

https://www.elmistico.com.ar/garciamarquez.htm

Muy buena la crítica al respecto del siempre lúcido Sergio Ramírez:

https://archivo.elnuevodiario.com.ni/2000/julio/20-julio-2000/opinion/opinion6.html
 
Se que esto quizás no encaje aquí pero bueno.
Un Poema de Jorge Martín (un coleguita totalmente desquiciado que ha publicado un libro)

Buena suerte

Estoy contento
de ser un desgraciado a
los 24

si algún día
giran las tornas
no será
a peor

con el paso del
tiempo
te encariñas tanto
de tu fracaso
que apenas puedes
prestarle atención a
otra cosa

tu esperanza
es un mono
con ancas de rana
brincando encima del
televisor

y en cierta forma
es reconfortante:

derrota
equivale a tesoro
cuando aprendes
algo acerca
de la maldad

y sólo
encuentras
refugio en los
poemas
y la bebida.

es importante
pensar en el volumen
de población
humana

te mantiene a
salvo de conseguir
una
perspectiva
realista:

seis mil millones
de seres
humanos

con orejas
pies
narices
cerebros
agujeros del culo

¿quién se ocupa
de todos nosotros
salvo el diablo?

nuestro mayor
logro son la música clásica
y los bostezos

pero para mí las noches son lo mejor

las noches
y
sus horas
cayendo una a una
como riadas de
soldados
gaseados

estoy contento de
ser un
desgraciado
a los 24

si algún día
cambia la dirección
del viento
te lo haré saber.
 
(más) Fonollosa.

EAST 52ND STREET

Para hablar no te quiero. Tengo amigos
para tratar de cosas que me inquietan
y ahondar en las ideas que me importan.

Y no nos condiciona nunca el sexo.
Nos lo pasamos bien. Y «Adiós». Y «Hasta otra».
Contigo es diferente. Lo que cuentas
no me interesa nada en absoluto.

Y he de escuchar, no obstante, atentamente
y ocultar mi fastidio a tus palabras.
Porque sino te niegas a mi amor.

Y cuando a mí se ciñe tu figura
grácil y delicada voy perdido.

Pues al sentir tu cuerpo a mí abrazado
nada tiene interés que tú no seas.
Y yo ya no soy mío, sino tuyo.

Y así debo evitar en nuestra charla
lo trascendente; reír tus tontas gracias,
acusarme de estar equivocado...
Entonces sí que accedes a mi amor.

De no mediar el sexo y ser tan bella
te hallara aborrecible y despreciable.
O serías perfecta si no hablaras.


GREENWICH AVENUE

Estoy muy satisfecho de mí mismo.
Yo era un ser seco, huraño y solitario
que envidiaba a los otros su alegría.

Pero rectifiqué. Me costó mucho
adquirir compañía y cara alegre.
Y así he gustado aquellos dulces bienes
que envidiaba a los otros: amistad,
mujer, hijos y el éxito en los negocios.

Uno llega a obtener lo que desea
si de veras se esfuerza en conseguirlo.
La insistencia es la clave del acierto.

La piedra que se encima persistente
sobre sus compañeras de sendero,
logrará que tropiece alguien en ella.

Estoy muy satisfecho de mí mismo
pues sé rectificar. Y comprobado
que amigos, mujer, hijos y negocios
siempre me molestaban y agobiaban,
los dejé sin aviso y sin reparos.

Y he vuelto con alivio a mi yo joven,
a mi ser seco, huraño y solitario.
Y estoy muy satisfecho de mí mismo.


PLA DE PALAU

Tú mi protagonista, mi heroína.

Me impacta tu caricia en mis sentidos
y me siento feliz contigo, a solas.
Toda tú, mía. Yo en ti realizándome.

Mas me dejas y sufro con tu ausencia.

Y desespero. Y vivo mil infiernos
hasta hallarte otra vez, en una esquina
o en el sórdido ambiente de algún antro.

No importa dónde estés. Sólo tú importas.

Quisiera liberarme, no sentir
esta cruel dependencia que a ti me ata
como el sol a la luz que huye y no escapa.

Mas no puedo vivir sin ti, heroína.


WEST 10TH STREET

La esperé mucho tiempo. No sé cuánto.
No conté el sol, ni el viento, ni la nieve.
No contaba los días. Eran largos.

Supe que volvería. Y la esperé
para echarla de casa como a un perro.

Ahora la olvida todo. Yo, no puedo.
 
Prathe rebuznó:
ANNABEL LEE


It was many and many a year ago,
In a kingdom by the sea,
That a maiden there lived whom you may know
By the name of ANNABEL LEE;
And this maiden she lived with no other thought
Than to love and be loved by me.

I was a child and she was a child,
In this kingdom by the sea;
But we loved with a love that was more than love-
I and my Annabel Lee;
With a love that the winged seraphs of heaven
Coveted her and me.

And this was the reason that, long ago,
In this kingdom by the sea,
A wind blew out of a cloud, chilling
My beautiful Annabel Lee;
So that her highborn kinsman came
And bore her away from me,
To shut her up in a sepulchre
In this kingdom by the sea.

The angels, not half so happy in heaven,
Went envying her and me-
Yes!- that was the reason (as all men know,
In this kingdom by the sea)
That the wind came out of the cloud by night,
Chilling and killing my Annabel Lee.

But our love it was stronger by far than the love
Of those who were older than we-
Of many far wiser than we-
And neither the angels in heaven above,
Nor the demons down under the sea,
Can ever dissever my soul from the soul
Of the beautiful Annabel Lee.

For the moon never beams without bringing me dreams
Of the beautiful Annabel Lee;
And the stars never rise but I feel the bright eyes
Of the beautiful Annabel Lee;
And so, all the night-tide, I lie down by the side
Of my darling- my darling- my life and my bride,
In the sepulchre there by the sea,
In her tomb by the sounding sea.

Edgar Allan Poe
 

Sit tibi terra levis, amica.


Rober Graves rebuznó:
IN DEDICATION [To the White Goddess]



All saints revile her, and all sober men
Ruled by the God Apollo's golden mean--
In scorn of which I sailed to find her
In distant regions likeliest to hold her
Whom I desired above all things to know,
Sister of the mirage and echo.

It was a virtue not to stay,
To go my headstrong and heroic way
Seeking her out at the volcano's head,
Among pack ice, or where the track had faded
Beyond the cavern of the seven sleepers:
Whose broad high brow was white as any leper's,
Whose eyes were blue, with rowan-berry lips,
With hair curled honey-coloured to white hips.

Green sap of Spring in the young wood a-stir
Will celebrate the Mountain Mother,
And every song-bird shout awhile for her;
But I am gifted, even in November
Rawest of seasons, with so huge a sense
Of her nakedly worn magnificence
I forget cruelty and past betrayal,
Careless of where the next bright bolt may fall.

Ave atque vale.
 
Ahí va mi poema favorito de Claudio Rodríguez

AJENO

Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
 
Un expresionista alemán:

Georg Trakl rebuznó:
El atardecer

Con muertas figuras de héroes
llenas tú, luna,
los bosques taciturnos,
guadaña lunar -
con el abrazo tierno
de los amantes
y las sombras de otros tiempos famosos
y las pútridas rocas en derredor;
así irradia el azul
hacia la ciudad
donde, malvada y fría, vive
una deshecha estirpe
que a nietos blandos
prepara oscuro porvenir.
Sombras entretejidas de la luna
que gemís en el cristal vacío
del lago en la montaña.
 
a ver si un día de estos me paso con calma por el foro de libros, que lo tengo demasiado abandonado.......demasiadas putas
 
Saludos, rusas. Yo he terminado exámenes, así que también voy a ponerme a comentar e intentar aportar en breve. De momento me voy a ver si encuentro material sobre ontología.

Hasta pronto.
 
COPLAS

que hizo Fernán Pérez de Guzmán a la muerte del obispo de Burgos don Alonso de Cartagena

Aquel Séneca espiró
a quien yo era Lucilo:
la facundia y alto estilo
d'España con él murió:
assí que, no sólo yo,
mas España en triste son,
deue plañir su Platón
qu'en ella resplandeció.

La moral sabiduría,
las leyes y los decretos,
los naturales secretos
dell alta filosofía;
la sacra theología,
la dulce arte oratoria,
toda veríssima ystoria,
toda sotil poesía,

oy perdieron vn notable
y valiente cavallero,
vn relator verdadero,
vn ministro comendable.
¿Quién dará loor loable
al que todos loaua?
Quien de todos bien hablaua
¿quién será que d'él mal hable?

La Iglesia, nuestra madre,
oy perdió vn noble pastor;
las religiones, vn padre;
la fee, vn gran defensor;
plañan y ayan dolor
los que son estudiosos
y del saber desseossos,
vn gran interpretador.

La yedra so cuyas ramas
yo tanto me delectaua;
el laurel que aquellas flamas
ardientes del sol tempraua,
a cuya sombra yo estaua;
la fontana clara y fría
donde yo la gran sed mía
de preguntar saciaua.

¡O seuera y cruel muerte!
¡O plaga cotidiana,
general y común suerte
de toda la gente humana!
En vna escura mañana
secaste todo el vergel,
tornando en amarga hiel
el dulçor de la fontana.

¡Oh fortuna!, si fortuna
es verdad que ay en el mundo.
¡O más claro y más profundo
Señor del alta tribuna!
¡Quán escura y quán sin luna
es tu ordenança secreta,
aunque justa, santa y neta,
sin contradicción alguna!

¿Por qué auemos aussencia
de varones virtuosos,
útiles y prouechosos
a la humana prouidencia?
¿Por qué nos queda presencia
inútil y mal compuesta?
D'esta causa la respuesta
se remite a tu sentencia.

Queda quien deue partir,
parte quien deue quedar,
que pudiera aprouechar
al político beuir.
De aquí podemos sentir
quánto grande es la distancia
de nuestra gruesa ygnorancia,
vsada a mal presumir,

al tu juyzio diuino,
alto y inestimable,
Señor mío, uno y trino,
de sciencia incomparable.
Lo que a nos es razonable,
paresce, Señor perfetto,
al tu eterno conspecto,
nin grato nin aceptable.

Auido tal presupuesto,
y tus juyzios dexados,
yo creo ser causa d'esto
nuestras culpas y pecados.
Aquéllos nos son negados
que por mal beuir perdemos;
aquellos que merescemos,
essos nos son otorgados.

Cabo.

El fénix de nuestra Esperia,
sciente y muy virtuoso,
ya dexó la gran miseria
d'este valle lagrimoso;
pues, concilio glorioso
de las sciencias, dezid:
¡O Ihesú, Fili Dauid!
Tú le da santo reposo.

Fernán Pérez de Guzmán
(¿1376-1460?)
 
La Danza Macabra de Henri Cazalis, poema tal vez menor, pero que tuvo la suerte de quedar asociado al poema sinfónico de Saint-Saëns:

DANSE MACABRE

Zig et zig et zag, la mort en cadence
Frappant une tombe avec son talon,
La mort à minuit joue un air de danse,
Zig et zig et zag, sur son violon.

Le vent d'hiver souffle, et la nuit est sombre,
Des gémissements sortent des tilleuls;
Les squelettes blancs vont à travers l'ombre
Courant et sautant sous leurs grands linceuls,

Zig et zig et zag, chacun se trémousse,
On entend claquer les os des danseurs,
Un couple lascif s'asseoit sur la mousse
Comme pour goûter d'anciennes douceurs.

Zig et zig et zag, la mort continue
De racler sans fin son aigre instrument.
Un voile est tombé! La danseuse est nue!
Son danseur la serre amoureusement.

La dame est, dit-on, marquise ou baronne.
Et le vert galant un pauvre charron -
Horreur! Et voilà qu'elle s'abandonne
Comme si le rustre était un baron!

Zig et zig et zig, quelle sarabande!
Quels cercles de morts se donnant la main!
Zig et zig et zag, on voit dans la bande
Le roi gambader auprès du vilain!

Mais psit! tout à coup on quitte la ronde,
On se pousse, on fuit, le coq a chanté
Oh! La belle nuit pour le pauvre monde!
Et vive la mort et l'égalité !

Henri Cazalis era médico y escribía con varios pseudónimos, sobre todo el de Jean Lahor. Poeta simbolista, mantuvo una abundante y larga correspondencia con Mallarmé.

Baudelaire tiene un poema con el mismo título y tema.

Danse macabre

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Fière, autant qu'un vivant, de sa noble stature,
Avec son gros bouquet, son mouchoir et ses gants,
Elle a la nonchalance et la désinvolture
D'une coquette maigre aux airs extravagants.

Vit-on jamais au bal une taille plus mince ?
Sa robe exagérée, en sa royale ampleur,
S'écroule abondamment sur un pied sec que pince
Un soulier pomponné, joli comme une fleur.

La ruche qui se joue au bord des clavicules,
Comme un ruisseau lascif qui se frotte au rocher,
Défend pudiquement des lazzi ridicules
Les funèbres appas qu'elle tient à cacher.

Ses yeux profonds sont faits de vide et de ténèbres,
Et son crâne, de fleurs artistement coiffé,
Oscille mollement sur ses frêles vertèbres.
O charme d'un néant follement attifé.

Aucuns t'appelleront une caricature,
Qui ne comprennent pas, amants ivres de chair,
L'élégance sans nom de l'humaine armature.
Tu réponds, grand squelette, à mon goût le plus cher !

Viens-tu troubler avec ta puissante grimace,
La fête de la Vie ? ou quelque vieux désir,
Eperonnant encore ta vivante carcasse,
Te pousse-t-il, crédule, au sabbat du Plaisir ?

Au chant des violons, aux flammes des bougies,
Espères-tu chasser ton cauchemar moqueur,
Et viens-tu demander au torrent des orgies
De rafraîchir l'enfer allumé dans ton coeur ?

Inépuisable puits de sottise et de fautes !
De l'antique douleur éternel alambic !
A travers le treillis recourbé de tes côtes
Je vois, errant encor, l'insatiable aspic.

Pour dire vrai, je crains que ta coquetterie
Ne trouve pas un prix digne de ses efforts ;
Qui, de ces coeurs mortels, entend la raillerie ?
Les charmes de l'horreur n'enivrent que les forts !

Le gouffre de tes yeux, plein d'horribles pensées,
Exhale le vertige, et les danseurs prudents
Ne contempleront pas sans d'amères nausées
Le sourire éternel de tes trente-deux dents.

Pourtant, qui n'a serré dans ses bras un squelette,
Et qui ne s'est nourri des choses du tombeau ?
Qu'importe le parfum, l'habit ou la toilette ?
Qui fait le dégoûté montre qu'il se croit beau.

Bayadère sans nez, irrésistible gouge,
Dis donc à ces danseurs qui font les offusqués :
« Fiers mignons malgré l'art des poudres et du rouge,
Vous sentez tous la mort ! O squelettes musqués,

Antinoüs flétris, dandys à face glabre,
Cadavres vernissés, lovelaces chenus,
Le branle universel de la danse macabre
Vous entraîne en des lieux qui ne sont pas connus !

Des quais froids de la Seine aux bords brûlants du Gange,
Le troupeau mortel saute et se pâme, sans voir
Dans un trou du plafond la trompette de l'Ange,
Sinistrement béante ainsi qu'un tromblon noir.

En tout climat, sous tout soleil, la Mort t'admire
En tes contorsions, risible Humanité,
Et souvent, comme toi, se parfumant de myrrhe,
Mêle son ironie à ton insanité ! »

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Célebre poesía autobiográfica del grandioso Pier Paolo Pasolini

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WHO IS ME
POETA DELLE CENERI


Sono uno
che è nato in una città piena di portici nel 1922.
Ho dunque quarantaquattro anni, che porto molto bene
(soltanto ieri due o tre soldati, in un boschetto di puttane,
me ne hanno attribuiti ventiquattro – poveri ragazzi
che hanno preso un bambino per un loro coetaneo);
mio padre è morto nel ’59, mia madre è viva.
Piango ancora, ogni volta che ci penso,
su mio fratello Guido,
un partigiano ucciso da altri partigiani, comunisti
(era del Partito d’Azione, ma su mio consiglio;
lui, aveva cominciato la Resistenza come comunista),
sui monti, maledetti, di un confine
disboscato con piccoli colli grigi e sconsolate prealpi.
Quanto alla poesia, ho cominciato a sette anni:
ma non ero precoce se non nella volontà.
Sono stato un poeta di sette anni
come Rimbaud – ma solo nella vita.
Ora, in un paese tra il mare e la montagna,
dove scoppiano grandi temporali, d’inverno piove molto,
in Febbraio si vedono le montagne chiare come il vetro,
appena al di là dei rami umidi, e poi nascono le primule sui fossi
inodore, e d’estate gli appezzamenti, piccoli, di granoturco
alternati a quelli verdecupo dell’erba medica
si disegnano contro il cielo sfumato
come un paesaggio misteriosamente orientale –
ora, in quel paese, c’è una cassapanca piena dei manoscritti di uno dei tanti ragazzi poeti.
La cosa più importante della mia vita è stata mia madre
(le si è aggiunto, solo ora, Ninetto).
Nel ’42 in una città dove il mio paese è così se stesso
da sembrare un paese di sogno, con la grande poesia dell’impoeticità,
formicolante di gente contadina e piccole industrie,
molto benessere,
buon vino, buona tavola,
gente educata e grossolana, un po’ volgare ma sensibile,
in quella città ho pubblicato il primo libriccino di versi,
col titolo, per allora, conformista di «Poesie a Casarsa»,
dedicato, per conformismo, a mio padre,
che l’ha ricevuto nel Kenia,
– era là prigioniero, vittima ignara e senza critica
della guerra fascista.
Gli ha fatto un immenso piacere, lo so, riceverlo:
eravamo grandi nemici,
ma la nostra inimicizia faceva parte del destino, era fuori di noi.
E segno di quel nostro odio, segno ineluttabile,
segno per un’indagine scientifica che non sbaglia,
che non può sbagliare,
quel libro dedicato a lui
era scritto in dialetto friulano!
Il dialetto di mia madre!
Il dialetto di un mondo
piccolo, ch’egli non poteva non disprezzare,
– o comunque accettare con la pazienza di un padre...
E ciò per una precedente contraddizione:
una di quelle, ancora, che non possono tradire gli scienziati!
Là dove si parlava quel dialetto, egli si era infatti innamorato.
Innamorato di mia madre.
Così, attraverso lei, il mondo piccolo, inferiore,
contadino, quasi negro, ch’egli disprezzava
l’aveva reso schiavo:
ma anche stavolta, lui non lo sapeva.
Non sapeva che il suo padrone era quell’amore
che attraverso una donna bambina (mia madre!)
bella, dalla bella gola, dall’anima troppo innocente
di angelo inadatto a vivere fuori dai paesi, appunto, dai campi,
aveva vanificato tutte le sue certezze morali
di misero uomo fatto per essere lui, il padrone.
Così, ora quel dialetto,
era una cosa diabolica.
Era il centro di mille altre contraddizioni.
Di cui la più cocente consisteva nel fatto che non poteva essere ammessa:
«perché» era consacrata dalla stampa
e dalle candide pagine di un libro di poesia
di cui il figlio ventenne era l’Autore.
Dunque non poteva nemmeno cominciare l’esame,
dato che non erano ammissibili,
di quelle contraddizioni, che furono così come nubi nere,
spaventosi tuoni, indice di totale sconfitta e di morte,
in fondo all’orizzonte luminoso dell’orgoglio di un padre prigioniero.
Bene, alla fine della guerra
è tornato in Italia, con quel libretto di versi friulani
nella valigia.
Cimelio sacro, ricordo di famiglia, attestato di grandezza
anche futura.
Devo aggiungere che mio padre approvava il fascismo.
«E qui c’è la seconda contraddizione, quella pubblica:
il fascismo non tollerava i dialetti, segni
dell’irrealizzata unità di questo paese dove sono nato,
inammissibili e spudorate realtà nel cuore dei nazionalisti.»
Per questo quel mio libro non fu recensito nelle riviste ufficiali.
E Gianfranco Contini dovette inviare la sua recensione
(la gioia letteraria, quella, più grande della mia vita)
ad un giornale di Lugano.
Con la fine del fascismo, cominciò la fine di mio padre.
Questo del fascismo è un alibi, con cui pure giustifico il mio odio,
ingiusto, per quel povero uomo: e devo dire tuttavia ch’è un odio,
orrendamente misto a compassione.
Ora che ho immeritatamente quarantaquattro anni,
circa l’età che lui aveva al tempo delle mie prime poesie,
lo vedo fuori dalla mia storia,
in una vicenda che mi è totalmente estranea,
in cui io sono un colpevole eroe oggettivo.
Perché devo ricordare
che, col mio amore iniziale per mia madre,
c’è stato un amore anche per lui: e dei sensi.
Devo ricordare i miei passetti di ragazzino di tre anni,
in una città perduta miseramente tra i monti,
dall’aria già un po’ austriaca,
quasi alle sorgenti di un fiume dal nome di museo e di guerra
e di miseria,
un fiume celeste fra grandi ghiaie pedemontane –
i miei passetti lungo il ciglio di una strada
colpita da un sole che non era della mia vita
ma di quella dei miei genitori,
verso il ciglio dove mio padre, uomo giovane,
stava orinando...
Devo aggiungere, ancora, per finire questa storia –
molto irregolare nell’insieme del mio poema –
che quei miei versi friulani sono i miei più belli
(insieme a quelli scritti fino a ventitré, ventiquattro anni,
pubblicati più tardi col titolo «La meglio gioventù»,
e insieme anche ai coevi versi italiani,
nati da quella profonda elegia friulana
di autolesionista, esibizionista e masturbatore,
tra i gelsi e le vigne viste con l’occhio più puro del mondo;
si chiamano, quei versi, «L’Usignolo della Chiesa Cattolica»,
e il loro falsetto è ancora una musica atroce
e sottile che, da laggiù, mi affascina e mi attira indietro.
Non posso dirvi altre cose
del mio soggiorno
in quel paese di temporali e primule,
un po’ d’Oriente ai confini piccolo borghesi con l’Austria:
s’incaricheranno magari dei giornalisti italiani fascisti
o semplicemente anticomunisti.
Fuggii con mia madre e una valigia e un po’ di gioie che risultarono false,
su un treno lento come un merci
per la pianura friulana coperta da un leggero e duro strato di neve.
Andavamo verso Roma.
Avevamo dunque, abbandonato mio padre
accanto a una stufetta di poveri,
col suo vecchio pastrano militare
e le sue orrende furie di malato di cirrosi e sindromi paranoidee.
Ho vissuto [...] quella pagina di romanzo, l’unica della mia vita:
per il resto, che volete,
son vissuto dentro una lirica, come ogni ossesso.
Avevo tra i miei manoscritti anche il mio primo romanzo:
erano quelli i tempi di «Ladri di biciclette»
e i letterati stavano scoprendo l’Italia.
(Ora io non sono più un letterato,
evito gli altri, non ho niente a che fare
coi loro premi e le loro stampe.)
Arrivammo a Roma,
aiutati da un mio dolce zio,
che mi ha dato un po’ del suo sangue:
io vivevo come può vivere un condannato a morte
sempre con quel pensiero come una cosa addosso,
– disonore, disoccupazione, miseria.
Mia madre si ridusse per qualche tempo a fare la serva.
E io non guarirò mai più di questo male.
Perché io sono un piccolo borghese, e non so sorridere... come Mozart...
In un film – che ho chiamato «Uccellacci e uccellini» –
ho tentato è vero l’opera buffa, suprema ambizione di uno scrittore,
– ma ci sono riuscito solo in parte,
perché io sono un piccolo borghese
e tendo a drammatizzare tutto.

Come sono diventato marxista?
Ebbene... andavo tra fiorellini candidi e azzurrini di primavera,
quelli che nascono subito dopo le primule,
– e poco prima che le acacie si carichino di fiori,
odorosi come carne umana che si decompone al calore sublime
della più bella stagione –
e scrivevo sulle rive di piccoli stagni
che laggiù, nel paese di mia madre, con uno di quei nomi
intraducibili si dicono « fonde»,
coi ragazzi figli dei contadini
che facevano il loro bagno innocente
(perché erano impassibili di fronte alla loro vita
mentre io li credevo consapevoli di ciò che erano)
scrivevo le poesie dell’«Usignolo della Chiesa Cattolica»:
questo avveniva nel ’43:
nel ’45 fu tutt’un’altra cosa.
Quei figli di contadini, divenuti un poco più grandi,
si erano messi un giorno un fazzoletto rosso al collo
ed erano marciati
verso il centro mandamentale, con le sue porte
e i suoi palazzetti veneziani.
Fu così che io seppi ch’erano braccianti,
e che dunque c’erano i padroni.
Fui dalla parte dei braccianti, e lessi Marx.
[...]
Grande è il tuo spiritualismo, America!
Ma sarà ancora più grande quando sarà sfatata la sua innocenza!
Io amo Ginsberg:
era tanto che non leggevo poesie di un poeta fratello –
credo dai tempi, in quel paese di temporali e di primule,
in cui ho letto i canti greci di Tommaseo, e Machado.
Nessun artista in nessun paese è libero.
Egli è una vivente contestazione.
Pound va in prigione come Siniavskij e Daniel,
e il Sig. Lennon ha scandalizzato tutti, credo anche i Russi.
[...]
Quanto a me,
un innocente non è mai creduto,
ed egli del resto è troppo occupato a pensare
a un fiume celeste tra grandi ghiaie pedemontane,
che scorre nel sole dei suoi genitori,
in altre vite,
in vite interpretate in altro modo,
in un significato diverso della vita,
che non è neanche quello dei sogni,
se la nostra vita non è che un’ombra
sulla nostra vera vita che non conosciamo.
A Roma, dal ’50 a oggi, Agosto del 1966,
non ho fatto altro che soffrire e lavorare voracemente.
Ho insegnato, dopo quell’anno di disoccupazione e fine della vita,
in una scuoletta privata, a ventisette dollari al mese:
frattanto mio padre
ci aveva raggiunto
e non parlammo mai della nostra fuga, mia e di mia madre.
Fu un fatto normale, un trasferimento in due tempi.
Abitammo in una casa senza tetto e senza intonaco,
una casa di poveri, all’estrema periferia, vicino a un carcere.
C’era un palmo di polvere d’estate, e la palude d’inverno.
Ma era l’Italia, l’Italia nuda e formicolante,
coi suoi ragazzi, le sue donne,
i suoi «odori di gelsomini e povere minestre»,
i tramonti sui campi dell’Aniene, i mucchi di spazzature:
e, quanto a me,
i miei sogni integri di poesia.
Tutto poteva, nella poesia, avere una soluzione.
Mi pareva che l’Italia, la sua descrizione e il suo destino,
dipendesse da quello che io ne scrivevo,
in quei versi intrisi di realtà immediata,
non più nostalgica, quasi l’avessi guadagnata col mio sudore.
Certo, quanto conta, anche nel senso più misero
una condizione economica:
non aveva peso il fatto ch’io fossi ricco di cultura e amore,
aveva molto più peso il fatto che io, certi giorni,
non spendessi nemmeno le cento lire per farmi radere la barba dal barbiere:
la mia figura economica, benché instabile e folle,
era in quel momento, per molti aspetti,
simile a quella della gente tra cui abitavo:
in questo eravamo proprio fratelli, o almeno pari.
Perciò, credo, ho molto potuto capirli.
E per capire i miei romanzi intraducibili,
leggete la prefazione di Oscar Lewis al suo romanzo registrato:
si tratta di quello.
Anche la borghesia italiana può essere, dunque, razzista.
Non ne ha avuto finora occasione,
la prima occasione minima,
i miei romanzi,
l’hanno scatenato.
Ho provato quello che può provare un negro a Chicago,
il terrore.
Ma io dimentico presto,
e tutti i terrori
non sono divenuti che una cosa
sopra e addosso a me, una cosa speciale, quella cosa,
e così l’ho accantonata e sofferta nelle viscere:
mi si è aperta un’ulcera,
di cui certamente prima o poi morirò.
Brutto colpo per il sogno interrotto della mia giovinezza!
La borghesia italiana intorno a me è una torma di assassini.
Non spero certo migliore accoglienza dalla borghesia americana.
Nel mondo del capitale la vita è una scommessa
da vincere o da perdere:
è la condizione umana del laicismo borghese.
Chi si scopre, o si confessa, o non teme il ridicolo,
finisce male: è la legge.
Cari Americani, non pacifisti e non spiritualisti,
ossia enorme maggioranza benpensante,
il vostro Dio è un idiota
come ogni cittadino medio
che desidera con tutte le sue forze e con tutto il suo spirito
di essere come tutti gli altri:
ed è per questo suo amore folle per l’uguaglianza, che la odia.
Chi di voi ha pianto
per il ragazzo greco condannato a morte
per obiezione di coscienza?
Fate un breve esame di coscienza:
chi non ha versato queste lacrime è un porco.
[...]

Ma io non sto facendo che un poema
bio-bibliografico, torniamo all’argomento:
«Ragazzi di vita» e «Una vita violenta»
sono i titoli di quei miei due romanzi
che hanno spiato l’odio razzista italiano.
Scritti nel cuore degli Anni Cinquanta.
Mentre i titoli dei miei libri di versi,
scritti in gestione contemporanea, sono:
«Le ceneri di Gramsci»,
« La religione del mio tempo»,
«Poesia in forma di rosa».
È in quest’ultimo che qualcosa si è rotto:
forse era la presenza, ancora a me non direttamente nota,
della nuova sinistra americana, e l’operare lontano di Ginsberg.
Vi ho falsamente abiurato dall’impegno,
ma perché so che l’impegno è inderogabile,
e oggi più che mai.
E oggi, vi dirò, che non solo bisogna impegnarsi nello scrivere,
ma nel vivere:
bisogna resistere nello scandalo
e nella rabbia, più che mai,
ingenui come bestie al macello,
torbidi come vittime, appunto:
bisogna dire più alto che mai il disprezzo
verso la borghesia, urlare contro la sua volgarità,
sputare sopra la sua irrealtà che essa ha eletto a realtà,
non cedere in un atto e in una parola
nell’odio totale contro di esse, le sue polizie,
le sue magistrature, le sue televisioni, i suoi giornali:
e qui
io, piccolo borghese che drammatizza tutto,
così bene educato da una madre nella dolce e timida anima
[...] della morale contadina,
vorrei tessere un elogio
della sporcizia, della miseria, della droga e del suicidio:
io privilegiato poeta marxista
che ha strumenti e armi ideologiche per combattere,
e abbastanza moralismo per condannare il puro atto di scandalo,
io, profondamente perbene,
faccio questo elogio, perché, la droga, lo schifo, la rabbia,
il suicidio
sono, con la religione, la sola speranza rimasta:
contestazione pura e azione
su cui si misura l’enorme torto del mondo [...].
Non è necessario che una vittima sappia e parli.
Nel ’60 ho poi girato il mio primo film, che,
come ho detto, s’intitola «Accattone».
Perché sono passato dalla letteratura al cinema?
Questa è, nelle domande prevedibili in un’intervista,
una domanda inevitabile, e lo è stata.
Rispondevo dunque ch’era per cambiare tecnica,
che io avevo bisogno di una nuova tecnica per dire una cosa nuova,
o, il contrario, che dicevo la stessa cosa, sempre, e perciò
dovevo cambiare tecnica: secondo le varianti dell’ossessione.
Ma ero solo in parte sincero nel dare questa risposta:
il vero di essa era in quello che avevo fatto fino allora.
Poi mi accorsi
che non si trattava di una tecnica letteraria, quasi
appartenente alla stessa lingua con cui si scrive:
ma era, essa stessa una lingua...
E allora dissi le ragioni oscure
che presiedettero alla mia scelta:
quante volte rabbiosamente e avventatamente
avevo detto di voler rinunciare alla mia cittadinanza italiana!
Ebbene, abbandonando la lingua italiana, e con essa,
un po’ alla volta, la letteratura,
io rinunciavo alla mia nazionalità.
Dicevo no alle mie origini piccolo borghesi,
voltavo le spalle a tutto ciò che fa italiano,
protestavo, ingenuamente, inscenando un’abiura
che, nel momento di umiliarmi e castrarmi,
mi esaltava. Ma non ero del tutto
sincero, ancora.
Poiché il cinema non è solo un’esperienza linguistica,
ma, proprio in quanto ricerca linguistica, è un’esperienza filosofica.
Un giorno andavo, come un pesce fuori dalla rete,
nell’aria secca
nei dintorni di un promontorio vacante d’anime, malato
nell’azzurro,
e ora vi dirò cosa mi successe e come realmente andarono le cose.
Andavo, quel giorno, per una strada secca,
con le mani altrettanto secche e così il cervello – vi dirò
che solo il ventre era vivo, come quel promontorio nell’inutile azzurro.
Tutti i miti erano crollati e decomposti ma almeno nel promontorio
qualcuno viveva.
Insomma, spinto dal ventre vivente e dalla mia miopia,
mi pilotai nel sole secco,
su un po’ d’asfalto,
tra alcuni cespugliacci d’autunno ancora estivi,
contro un casale solo al sole,
con disegni vivaci di vecchie pareti e vecchi paletti e vecchie
reti e vecchie stecconate, azzurro e bianco,
– siamo in Italia – dove il sole misto alla pioggia dolcemente puzzava.
Là dentro c’era un ragazzo torvo, col grembiule (credo di ricordare), i capelli
fitti da donna,
la pelle pallida e tirata, una certa folle innocenza negli occhi,
di santo ostinato, di figlio che si vuole uguale alla buona madre.
In pratica – lo vidi subito – un povero ossesso:
cui l’ignoranza dava tradizionali sicurezze,
trasformando la sua cadaverica nevrosi di rigore
d’obbediente figlio identificato coi padri.
Come ti chiami, che fai, vai a ballare, hai la ragazza,
guadagni abbastanza,
furono gli argomenti con cui retrocessi dal primo impeto
della vecchia libidine della controra come un pesce seccato,
prendendo la coca cola.
Voi avete visto il mio Vangelo,
avete visto i volti del mio Vangelo.
Non potevo sbagliare, perché talvolta, quando si gira, le decisioni dovevano
avvenire
in pochi minuti:
non ho sbagliato mai, nei volti,
nei volti [...]
perché la mia libidine e la mia timidezza
mi hanno costretto a conoscere bene i miei simili.
Conobbi subito in pochi minuti anche lui,
il misero indemoniato del casale assediato dal sole.
L’inverno veniva,
a contraddire il superstite sole [...] alle avventure,
e l’inverno veniva
ed era lì nel suo volto,
con le sue tenebre le sue case silenziose, la sua [...] castità.
Mi ritirai.
Ma non in tempo perché egli non sentisse, come una donna,
il terrore per il padre non simile ai padri
che avevano costituito, per la sua obbedienza, il mondo.
Ebbene, prima non so che piccola autorità
di quel promontorio abbandonato dagli uomini e assalito
dai borghesi calanti da Roma, idioti e consacrati alla norma,
gli credette.
Gli credette poi non so che comandante,
dal viso pestato da un destino poveramente mondano.
Gli credette un giudice istruttore
con negli occhi la stessa espressione
di bianco caprone dei palazzetti novecento di quel borgo assurdo,
dove operava.
Gli credette infine il Presidente del tribunale
che mi condannò,
sia pure a venti o trenta giorni, formali.
Il ragazzo dal pallore di santo aveva raccontato
che era entrato nella sua bottega, quel giorno di sole,
un bandito, con un cappello nero,
il quale si era infilato un paio di guanti neri,
aveva caricato una pistola con una pallottola d’oro,
gli aveva intimato la resa
e aveva sottratto dal suo cassetto circa tre dollari.
Andandosene, poi, lo aveva minacciato,
poiché lui, l’aggredito, aveva afferrato, per difendersi, un coltello.
Vi ho raccontato queste cose
in uno stile non poetico
perché tu non mi leggessi come si legge un poeta.
Esisteva poi in Italia un certo Salvatore Pagliuca,
senatore di non so che partito,
esisteva giù, nel sud di Levi, tra villaggi
secchi al sole delle alluvioni,
dove crescono splendidi ulivi
e splendide ginestre.
A digiuno di ulivi e di ginestre,
come io ero a digiuno della sua esistenza,
questo Signor Salvatore Pagliuca,
vide la mia storia sopra Accattone, e sentì
che un moro dai denti scintillanti, come un lupo feroce
dal calcio prezioso,
si chiamava Salvatore Pagliuco.
Si ritenne offeso, mi fece querela, vinse il processo
e ottenne molti milioni di danni.
Ti ho raccontato questa cosa
in uno stile non poetico
perché tu non mi leggessi come si legge un poeta.
Un giorno dei primi Anni Sessanta
(il periodo in cui tutto questo accadde)
consegnai a un piccolo re del cinema di nome Amato e al suo compare Amoroso
una sceneggiatura che porta l’agreste titolo di:
«Ricotta».
Forse avrete visto questo mio film
al Festival di New York di qualche anno fa.
In quello scenario
scritto come scrive uno scrittore,
c’era qualche parola non lieve,
e poca grazia verso la religione della borghesia cattolica
del mio paese.
Per una delle tante ragioni che tu, critico cinematografico conosci bene,
il film andò a monte, Loved morì,
e Loving,
mi intentò un processo accusando il mio copione
scabroso per il pubblico medio
di avergli impedito di fare il suo film.
Sarebbe come se il Sig. Crawther
consegnasse a Levin, per richiesta dello stesso Levin,
un manoscritto troppo roseo, buono solo per educande,
e il Sig. Levin, non trovandolo buono,
per ragioni sue,
gli facesse un processo perché l’eccessivo color roseo
del copione di Crawther, del dolce Crawther,
gli aveva impedito di realizzare il film ch’egli voleva.
Ho perso anche questo processo e non so quante decine di milioni
dovrei sborsare al signor Loving
rovinato da quella mia prima stesura
di un copione inadatto agli italiani medi.
[...]
Anche questa cosa te l’ho raccontata
in uno stile non poetico
perché tu non mi leggessi come si legge un poeta.
Così è decaduta la stima per la poesia, tipica
delle infanzie che credono nell’eterno; illusione
che non affossa i nazionalismi, inconsciamente, credendo
(con infantile passione) nell’assolutezza
della lingua di una nazione; nel suo uso di canto o musica
(ch’è assolutamente assurda
appena passata la dogana); illusione
che non affossa neanche la logica e il classicismo
(un misero filologo può ricostruire tra parola e parola
– isolata e confitta nel silenzio – il discorso tagliato,
un povero discorso
senza idee, senza religione se non il culto
assai poco religioso, infine, della poesia nella letteratura).
Ma non solo è caduta
la stima per questa poesia
che è della storia piccola del mio tempo
(in cui mi trovo incastrato,
senza potervi sfilare un solo volto, anche il più estraneo,
un solo libro, anche il più dimenticato),
ma per la poesia stessa. Non è essa, dunque, che conta, mai.
Almeno se concepita come poesia.
La lingua dell’azione, della vita che si rappresenta
è così infinitamente più affascinante!
È essa che si ricostituisce – appena chiuso –
da un libro di versi: essa è prima e dopo:
in mezzo c’è un veicolo espressivo
che la evoca, ecco tutto. Opera di stregoni.
Solo l’amore per quella lingua del non-io che si esprime
con pari diritto, pari forza dell’io,
dà al poeta
l’abilità.
Ma la professione di poeta in quanto poeta
è sempre più insignificante. E proprio necessario
immettere quella lingua vivente in una lingua di convenzione,
perché poi si liberi, tornando quella che è, vivente, nel lettore?
Non sa, egli, dialogare con la realtà?
L’umile valore del poeta
è rievocarla così come egli la vede? Ma ciò è serio?
Perché non la contempla in silenzio,
– santo, e non letterato?
Tuttavia i giovani cosa fanno,
nelle sere delle loro città di provincia,
o anche nelle grandi metropoli,
se non parlare di letteratura?
Coi loro passi faziosi, lungo le vie appena scoperte
cariche di sensi segreti e di storia?
Scoprendo i letterati, come le puttane o i misteri
di un quartiere, o le abitudini di una vita sociale
ch’è ormai loro, mentre è ancora dei padri
(che perciò preparano una guerra per mandarli a morire)?

Interrogandomi
alla luce del sole di Agosto a Manhattan deserto (come vi dicevo),
vengo a sapere che io
(che solo attraverso la letteratura ho potuto essere poeta)
non sono più un letterato.
Io ho in sorte
di ricordare brevi colli, su un fiume anch’esso
con acque blu molto trasparenti sui piccoli sassi,
tra ghiaie come ossari prima tra i magredi,
tristemente verdi, poi tra i vigneti
(folli d’estate, di umido, sfumato silenzio quasi orientale)
dei colli,
e infine tra bonifiche il cui odore
basta a scatenare, per due occhi selvaggi
e un grembo selvaggiamente puro, lo sfinimento che attanaglia
e fa venir voglia di morire.
Su quei grami colli – veri cimiteri, senza fiori –
si lottò contro i fascisti e i Tedeschi, e mio fratello,
come vi ho detto, vi ha lasciato i suoi diciannove anni,
come un falco che sapeva appena volare, e volava così bene.
Quello che voi, con una piega di ironico ma antipatico sorriso
(che vi sforma il volto falsamente sicuro, di malati)
chiamate, vistosamente sottolineandolo, l’«impegno»,
è, per una quindicina d’anni,
vissuto da parassita sulla gloria e il dolore di quei cimiteri.
Cioè, non è stato.
È ora, che esso comincia a essere.
Ora che quei cimiteri senza fiori
hanno anch’essi la loro fioritura.
Anche il mio amico Moravia ha paura,
per un’ansia d’impopolarità forse,
quando non vuol comprendere questo. E con lui,
e molto peggio di lui (che arcanamente è teso
in una imperterrita volontà di capire) tutti gli altri
che in Italia
hanno il nome e la funzione di «letterati».
Tutti rinnegano quell’impegno con la taciuta,
nevrotica volontà di adularvi: chi lo fa con contrizione,
chi gonfiando il petto come una puttana.
Io non voglio ritornare a quei colli,
né come turista né come visitatore di tombe, sia chiaro.
Anch’io, anch’io li ho dimenticati.
E a ragione! Nella loro azione e nell’ideologia
che la dettava, come una forma di sublime catechismo,
ebbi la mia ribellione di giovane.
Vi ho preso forse
anche abitudini indelebili
di moralismo e dignità.
Ma non ci torno, in quei luoghi che ci sono ma sono invisibili.
...
A questo punto, non voglio commuovermi sulle mie ragioni,
cioè sul fatto
che non solo, l’«impegno»,
non è finito, ma che anzi, incomincia.
Mai l’Italia fu piò odiosa.
Oltretutto con il tradimento degli intellettuali,
con questo revisionismo del Partito Comunista, lupo
che stavolta veramente è agnello, – il compagno
Longo allo Spiegel aveva una faccia adulatrice di letterato
che si finge disperatamente in pari coi tempi,
respingendo così ogni violenza palingenetica del comunismo:
sì, anche il comunista è un borghese.
Questa è ormai la forma razziale dell’umanità.
Forse, impegnarsi contro tutto questo
non vuol dire scrivere, da impegnati,
direi, ma vivere.
Quanto alle mie opere future, ...
vedrai ... un giovane arrivare un giorno
in una bella casa
dove un padre, una madre, un figlio e una figlia,
vivono da ricchi, in uno stato che non critica se stesso,
quasi fosse un tutto, la vita pura e semplice;
c’è anche una serva (di paesi sottoproletari); viene,
il giovane, bello come un americano,
e subito, per prima, la serva si innamora di lui,
e si tira su le sottane. Egli le dà la dolce
pesante rabbia del suo membro. S’innamora, poi,
di lui, il figlio; dormono i due, nella stessa camera
del ragazzo, coi resti dell’infanzia; ed anche al figlio
egli dona il suo membro di seta, più adulto e potente;
e lo stesso dono, accondiscendente e generoso,
perché egli è colui che dà, egli farà alla madre,
adoratrice delle sue vesti, i calzoni, la maglietta,
gli slip, lasciati in uno chalet
in un caldo giorno d’estate, sul Tirreno;
e ancora lo stesso dono egli farà al padre, divenendo
padre del padre – poiché egli, con ambigua dolcezza materna,
e, per nome, padre –
al padre svegliato all’alba
da un dolore che lo taglia a metà,
alla pancia, e scopre, alzandosi per andare in bagno
la bellezza muta delle quattro del mattino
col sole già folgorante... e scoprirà il suo amore
con la stessa meraviglia
con cui ha scoperto quel sole:
un amore come quello di Ilja Ilic per il suo servo
contadino e ragazzo; ma cosciente, e drammatico
perché egli il vecchio industriale con la faccia
di Orson Welles, è un piccolo borghese, e drammatizza tutto.
Lo stesso dono del membro, durante le ore
della malattia del padre – e prima che al padre –
egli farà alla figlia quattordicenne, innamorata
di suo padre, e che lo scopre, il giovane tutto amore,
attraverso gli occhi innamorati, appunto, del padre. Poi
il giovane se ne va:
la strada in fondo a cui scompare
resta deserta per sempre.
E ognuno, nell’attesa, nel ricordo,
come apostolo di un Cristo non crocefisso ma perduto,
ha la sua sorte.
E un teorema:
e ogni sorte è un corollario.
Le sorti sono quelle che sai,
quelle del mondo dove tu col tuo antipatico
sorriso anticomunista, e io col mio infantile odio
antiborghese, siamo fratelli:
ne sappiamo tutto!
Come prende una nevrosi d’ansia
e come una piccola vittima femmina di quattordici anni,
finisca nel letto di una clinica, coi pugni così stretti che nemmeno uno scalpello
potrebbe scalzarli, come un ragazzo parli tra sé come un matto
dipingendo e inventando nuove tecniche,
fino a diventare
un Giacometti, un Bacon,
con lo spettacolo dei suoi spettri figurativi
simboli della tragedia del mondo in un’anima malata
maleodorante del livore meschino del male; come
una donna di mezza età, bella ancora, e curata
non sappia dimenticare il Cristo della Chiesa
e insieme, una volta perduta,
non sappia resistere al desiderio di perdersi, ancora,
e così viva tra ragazzi facili e angoscie cristiane;
e come infine un padre
che aveva confuso la vita col possesso,
una volta posseduto,
perda la vita, la butti via: doni cioè il suo possesso
– una fabbrica alla periferia della grande città –
ai suoi operai; e si perda nel deserto,
come gli Ebrei.
Casi di coscienza, tutti questi.
Ma la serva diventa, invece, una santa matta,
va nel cortile della sua vecchia casa sottoproletaria,
tace, prega, e fa miracoli,
guarisce gente,
mangia ortiche soltanto, finché i capelli le divengono verdi,
e infine, per morire,
si fa seppellire piangendo da una scavatrice,
e le sue lacrime rampollando dal fango
divengono una fonte miracolosa.
Prima del Padre e della Madre,
nel paradiso terrestre, c’era un Primo Padre,
è nella sua intimità che, primamente, siamo vissuti.
Ma poi, l’importante è stato l’amore della madre
con cui ci siamo identificati
perché non possiamo vivere
se non identificandoci con qualcuno. Non possiamo, quindi,
concepire amore che non abbia la dolcezza materna.
Quel primo Padre ha così dolcezza di Madre.
Ma in una famiglia borghese
egli non è più in grado
che di scatenare drammi morali.
La religione, la religione del rapporto diretto con Dio
è ancora nel mondo anteriore a quello borghese.
Gli operai stanno a guardare.
...
Ti tacerò, amico, quello che, in stasimi e episodi,
e cori al luogo delle dissolvenze
scriverò sul silenzio di Pilade,
che diverrà rivolta,
e tradimento,
contro l’amico della sensuale adolescenza, dal membro eretto,
Oreste, il principe socialista,
e il degenerare di alcune delle Furie purificate
e segregate sui monti festosi nel cielo e nel cielo perduti:
il ritorno di queste Furie regredite al vecchio stato
nella città liberata, con loro, dalla monarchia;
la regressione di Elettra,
lei figlia, che amò il padre Re, e ora è fascista come
si è fascisti nel cupo rimpianto di errate origini;
la fuga di Pilade nei monti delle furie divenute Eumenidi,
le dee dei partigiani
e dell’amore improvviso che lega un partigiano a un altro partigiano;
la preparazione della lotta,
e il ritorno a capo di un esercito irregolare.
– il misterioso esercito dei monti;
l’alleanza tra Elettra fascista e Oreste liberale
e fautore di riforme,
nella città divenuta opulenta;
l’intervento di Atena
che protegge Elettra e Oreste figli della ragione
e li unisce, mettendo a tacere l’ululato
delle Furie antiche che vagano per la nuova città;
l’incertezza di Pilade
di fronte alla città arricchita
che non ha più bisogno di lui;
il suo incontro
nella notte della vigilia che precede la battaglia
col vecchio amico dell’adolescenza,
rimasto giovane,
bello come ai tempi dei loro primi amori
quando le donne erano sconosciute;
e il loro abbandonarsi a discorsi sull’amore e sull’anima
che nulla hanno a che fare con la realtà presente,
e che li accomuna;
e, infine, la solitudine di Pilade,
alla fine della notte,
che, prima dell’alba, dovrà pur prendere una decisione.
E poi, tu credi,
che si possa fare un sogno, non ricordarlo,
e avere da questo sogno, mutata la vita?
Tu credi che un padre possa fare un sogno, in cui
veda se stesso amare suo figlio,
non so sotto che vesti,
se del padre stesso ragazzo, o di un estraneo
che è il padre del padre (ragazzo)
o l’identificazione a sé della propria madre... Nessuno,
neanche io, saprà mai quel sogno.
Ma il padre ne avrà mutata tutta la vita.
Ricordi Eracle
che chiede al figlio di chiamare tutti i suoi compagni
più forti, e di portarlo sulle spalle,
in cima al monte vicino alla città,
il monte della città
quello ch’è meta di pellegrinaggi e di avventure di ragazzi
come succede nei mondi preindustriali?
E giunti lì in cima, il figlio e gli altri ragazzi,
avrebbero dovuto preparargli il rogo,
e farlo morire?
Entra in quel sogno, se sei padre.
Tu, padre, che magari innocentemente, sei complice
dei padri
che vogliono liberarsi dei figli
mandandoli a morire in guerre che si combattono
nei luoghi dell’Alibi, l’estremo Oriente della storia.
Qui, per una volta,
il padre non vuole la morte del figlio, ma il suo amore.
Diviene lui il figlio, e nel figlio, ragazzo, vede forse il padre,
e lo ama, non vuole ucciderlo, ma esserne ucciso,
non possederlo, ma esserne posseduto.
Si, ma quel padre è un uomo borghese del nostro mondo,
ha un’industria sotto i monti della Brianza (festosi nel cielo
e nel cielo perduti):
come potrà accettare le conseguenze di quel sogno, del resto,
non ricordato?
Le accetterà stravolgendole. Sapendo e non sapendo.
Si farà cogliere dal figlio nudo sopra la madre.
Cercherà dei pretesti per colpire il figlio,
e, quindi, farsi colpire.
Aggredirà il figlio
per attirarlo su lui,
per essere il centro della sua vita.
Finché il figlio, il lieve figlio mozartiano,
pacifista e obiettore di coscienza, se ne andrà
dalla casa ricca,
avendo ascoltato dal padre delirante una dichiarazione d’amore.
Non lo odierà – ti dico – il ragazzo
(uno di quei ragazzi nuovi, tanto migliori di noi),
e, se avesse potuto farlo,
avrebbe dato al padre mendicante tutto il suo oro,
l’avrebbe posseduto come il ragazzo del popolo
possiede, per pochi dollari, colui che non ha forza d’essere uomo
e lo invoca dunque come un salvatore...
Se ne va, per le vie del mondo,
con una ragazza,
nient’altro che una puttana, e un amico:
né si saprà mai a chi vada il suo amore
benché egli, certamente, profonda il suo oro
sul grembo della ragazza.
Viene il padre, spia, lo trova, corrompe la ragazza,
sta a guardare dietro alla porta il loro amore,
scopre quello che il figlio
ha senza mistero, come ognuno ha,
eppure è in lui orrendamente insopportabilmente misterioso.
Non può il padre, vivere dopo aver visto quell’amore,
entra e colpisce a morte il figlio,
che esce piangendo e salutando la vita
dalla stanza di uno dei mille coiti della sua vita.
Muore. E su lui morto il padre si china ad abbottonare
i calzoni aperti sul fulgore immacolato della canottiera.
Il padre, dopo tanti anni, come nei romanzi d’appendice,
conclude il lungo sogno della sua vita
sognando sul terrapieno di una stazione
come in un verso di Ginsberg.
Ecco.
Ecco, queste sono le opere che vorrei fare,
che sono la mia vita futura – ma anche passata
– e presente.
Tu sai, tuttavia te l’ho detto, anziano amico, padre
un po’ intimidito dal figlio, ospite
alloglotta potente dalle umili origini,
che nulla vale la vita.
Perciò io vorrei soltanto vivere
pur essendo poeta
perché la vita si esprime anche solo con se stessa.
Vorrei esprimermi con gli esempi.
Gettare il mio corpo nella lotta.
Ma se le azioni della vita sono espressive,
anche l’espressione e azione.
Non questa mia espressione di poeta rinunciatario,
che dice solo cose,
e usa la lingua come te, povero, diretto strumento;
ma l’espressione staccata dalle cose,
i segni fatti musica,
la poesia cantata e oscura,
che non esprime nulla se non se stessa,
per una barbara e squisita idea ch’essa sia misterioso suono
nei poveri segni orali di una lingua.
Io ho abbandonato ai miei coetanei e anche ai più giovani
tale barbara e squisita illusione: e ti parlo brutalmente.
E, poiché non posso tornare indietro,
a fingermi un ragazzo barbaro,
che crede la sua lingua l’unica lingua del mondo,
e nelle sue sillabe sente misteri di musica
che solo i suoi connazionali, simili a lui per carattere
e letteraria follia, possono sentire
– in quanto poeta sarò poeta di cose.
Le azioni della vita saranno solo comunicate,
e saranno esse, la poesia,
poiché, ti ripeto, non c’è altra poesia che l’azione reale
(tu tremi solo quando la ritrovi
nei versi, o nelle pagine in prosa,
quando la loro evocazione è perfetta).
Non farò questo con gioia.
Avrò sempre il rimpianto di quella poesia
che è azione essa stessa, nel suo distacco dalle cose,
nella sua musica che non esprime nulla
se non la propria arida e sublime passione per se stessa.
Ebbene, ti confiderò, prima di lasciarti,
che io vorrei essere scrittore di musica,
vivere con degli strumenti
dentro la torre di Viterbo che non riesco a comprare,
nel paesaggio più bello del mondo, dove l’Ariosto
sarebbe impazzito di gioia nel vedersi ricreato con tanta
innocenza di querce, colli, acque e botri,
e lì comporre musica
l’unica azione espressiva
forse, alta, e indefinibile come le azioni della realtà.

[1966-67]
 
e.e. cummings, otro que se merece un hilo propio.

O dulce tierra
espontánea
cada cuando
los
dedos
seniles de los
filósofos lascivos te han cogido
y
empujado
, cada cuándo el pulgar desvergonzado
de la ciencia ha husmeado
tu
belleza .cada
cuándo las religiones te han puesto
en sus rodillas huesudas te han

estrujado y
abofeteado a ti para que pudieras concebir

dioses
(pero
fiel

al lecho incomparable
de muerte a tu
amante
rítmico


les respondiste
sólo con la
primavera)
 
e. e. cummings

Sus poemas, carentes de estructura, usos poco ortodoxos de las mayúsculas, sin puntuación, parecen no tener ni pies ni cabeza hasta que no se leen en voz alta.

Uno de mis favoritos...

16
puedo acariciarte dijo él
(gritaré dijo ella
sólo una vez dijo él)
es divertido dijo ella
(puedo tocarte dijo él
cuánto dijo ella
mucho dijo él)
por qué no dijo ella
(vámonos dijo él
no demasiado lejos dijo ella
qué es demasiado lejos dijo él
donde tu estás dijo ella)
puedo quedarme dijo él
(cómo dijo ella así dijo él
si me das un beso dijo ella
puedo moverme dijo él
me quieres dijo ella)
si lo estás deseando dijo él
(pero me estás matando dijo ella
pero la vida es así dijo él
pero y tu mujer dijo ella
ahora dijo él)
oh dijo ella
(estupendo dijo él
no te detengas dijo ella
oh no dijo él)
despacio dijo ella
(¿te cccorres? dijo él
ummm dijo ella)
¡eres divina! Dijo él
(eres Mío dijo ella)

La versión original siempre es mejor:

16
may i feel said he
(i'll squeal said she
just once said he)
it's fun said she

(may i touch said he
how much said she
a lot said he)
why not said she

(let's go said he
not too far said she
what's too far said he
where you are said she)

may i stay said he
(which way said she
like this said he
if you kiss said she

may i move said he
is it love said she)
if you're willing said he
(but you're killing said she

but it's life said he
but your wife said she
now said he)
ow said she

(tiptop said he
don't stop said she
oh no said he)
go slow said she

(cccome?said he
ummm said she)
you're divine!said he
(you are Mine said she)
 
Hasta que me quieras

Puedo mirarte horas enteras,
o cerrar mis ojos e imaginarte.
Puedo hablar hasta cansarme,
o envolverme en el vacío silencio,
pensando en ti........
Puedo yo convertirme:
en el radiante sol,
e iluminar todos tus despertares,
o en la luna más hermosa,
para guiarte en tus oscuras noches.
Puedo ser un perro,
para servirte de guardián,
y lamer tus pies,
y aullar en mis noches de soledad...
Y puedes hablarme de amor,
o quizá volverme la espalda.
Y puedes correr y abrazarme,
o solamente alejarte sin mirar.
Más no me pidas nunca
que deje de quererte
puesto que pedirme esto
sería como pedir al pájaro que no cante
como pedirle al mar que ya no tenga sal.
Sería como cultivar una rosa
y tirarla a la basura.
Sería como mirar al cielo
e imaginarlo sin estrellas.
Pues eso es mi amor,
algo que está...que permanece,
una fuerza superior a mi voluntad,
un enigma sin jeroglíficos,
un sentimiento superior al dolor,
sin temor de la muerte.
No me pidas entonces,
que deje de quererte
Pues el quererte a ti,
es sin que tú lo sepas,
una razón de vivir,
de despertar cada día,
y volver a andar...y seguir...y seguir...
Hasta que llegue el día
en que me quieras,
y vengas a mi lado.
 
- Federico Garcia Lorca; Remansillo (Primeras canciones)

Me miré en tus ojos,
pensando en tu alma.

Adelfa blanca.

Me miré en tus ojos,
pensando en tu boca.

Adelfa roja.

Me miré en tus ojos,
¡pero estabas muerta!

Aldefa negra.

- William Blake;

Para ver el mundo en un grano de arena,
Y el Cielo en una flor silvestre,
Abarca el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.

Aquel que se liga a una alegría
Hace esfumar el fluir de la vida;
Aquél quien besa la joya cuando esta cruza su camino
Vive en el amanecer de la eternidad.

Tú, rubio ángel de la noche
Ahora, cuando el sol descansa sobre las montañas, la luz
abrillanta la antorcha del amor; tu radiante corona
¡ ponla y sonríe sobre nuestro lecho nocturno !
Sonríe a nuestros amores,
y mientras echas las azules cortinas del cielo,
esparce tu helada de plata sobre cada flor que cierra sus dulces ojos
con oportuno sueño.

Deja que tu viento del este duerma sobre el lago;
habla el silencio con tus parpadeantes ojos,
Y lava la oscuridad con plata. Pronto, muy pronto,
te retiras, entonces el lobo se enfurece,
y el león se queda a través del bosque pardo,
Las pelajes de nuestros rebaños están cubiertos con tu sagrada helada,
protégelos con tu influencia.

El árbol que mueve algunos a lágrimas de felicidad,
en la Mirada de otros no es más que un objeto Verde
que se interpone en el camino.
Algunas personas Ven la Naturaleza como algo Ridículo y Deforme,
pero para ellos no dirijo mi discurso;
y aun algunos pocos no ven en la naturaleza nada en especial.

Pero para los ojos de la persona de imaginación,
la Naturaleza es imaginación misma.
Así como un hombre es, ve.
Así como el ojo es formado, así es como sus potencias quedan establecidas.

"No poseo nombre:
pero nací hace dos días."
¿Cómo te llamaré?
"Soy feliz.
Me llamo alegría."
¡Que el dulce júbilo sea contigo!

¡Bonita alegría!
Dulce alegría, de apenas dos días,
te llamo dulce alegría:
así tú sonríes,
mientras yo canto.
¡Que el dulce júbilo sea contigo!

Cuando los verdes bosques ríen con la voz del júbilo,
y el arroyo encrespado se desplaza riendo;
cuando ríe el aire con nuestras divertidas ocurrencias,
y la verde colina ríe del estrépito que hacemos;
cuando los prados ríen con vívidos verdes,
y ríe la langosta ante la escena gozosa;
cuando Mary y Susan y Emily
cantan "¡ja, ja, ji!" con sus dulces bocas redondas.
Cuando los pájaros pintados ríen en la sombra
donde nuestra mesa desborda de cerezas y nueces,
acercaos y alegraos, y uníos a mí,
para cantar en dulce coro el "¡ja, ja, ji!"
Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?

¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?

¡ Despierta, despierta, mi pequeño !
Tú eras la única alegría de tu madre;
¿Por qué lloras en tu sueño tranquilo?
¡Despierta! Tu padre te protege.

Oh, ¿que tierra es la Tierra de los Sueños?
¿Cuáles son sus montañas, y cuáles sus ríos?
¡Oh padre! Allí vi a mi madre,
Entre los lirios junto a las bellas aguas.

Entre los corderos, vestida de blanco,
Caminaba con su Thomas en dulce deleite.
Lloré de alegría, como una paloma me lamento;
¡Oh! ¿Cuándo volveré allí?

Querido hijo, también yo junto a ríos placenteros
He caminado la noche entera en la Tierra de los Sueños;
Pero por serenas y cálidas que fuesen las anchas aguas,
No pude llegar hasta la otra orilla.

¡Padre, oh padre! ¿Qué hacemos aquí
En esta tierra de incredulidad y temor?
La Tierra de los Sueños es mucho mejor, allá lejos,
Por sobre la luz del lucero del alba.


- William Blake;El país de los sueños (The land of dreams)

¡Despierta, despierta, mi pequeño!
Tú eras la única alegría de tu madre;
¿Por qué lloras en tu sueño tranquilo?
¡Despierta! Tu padre te protege.

'Oh, ¿que tierra es la Tierra de los Sueños?
¿Cuáles son sus montañas, y cuáles sus ríos?
¡Oh padre! Allí vi a mi madre,
Entre los lirios junto a las bellas aguas.

'Entre los corderos, vestida de blanco,
Caminaba con su Thomas en dulce deleite.
Lloré de alegría, como una paloma me lamento;
¡Oh! ¿Cuándo volveré allí?

Querido hijo, también yo junto a ríos placenteros
He caminado la noche entera en la Tierra de los Sueños;
Pero por serenas y cálidas que fuesen las anchas aguas,
No pude llegar hasta la otra orilla.

¡Padre, oh padre! ¿Qué hacemos aquí
En esta tierra de incredulidad y temor?
La Tierra de los Sueños es mucho mejor, allá lejos,
Por sobre la luz del lucero del alba'.

----- Version original -----

Awake, awake, my little boy!
Thou wast thy mother's only joy;
Why dost thou weep in thy gentle sleep?
Awake! thy father does thee keep

'O, what land is the Land of Dreams?
What are its mountains, and what are its streams?
O father! I saw my mother there,
Among the lilies by waters fair.

'Among the lambs, clothèd in white,
She walk'd with her Thomas in sweet delight.
I wept for joy, like a dove I mourn;
O! when shall I return again?'

Dear child, I also by pleasant streams
Have wander'd all night in the Land of Dreams;
But tho' calm and warm the waters wide,
I could not get to the other side.

'Father, O father! what do we here
In this land of unbelief and fear?
The Land of Dreams is better far,
Above the light of the morning star'.
 
Muerte en el olvido

Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita...

Ángel González
 
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