Victor I era, y espero que lo siga siendo pues la distancia que nos separa no me obliga a desearle ningún mal, uno de los foreros más estomagantes, reiterativos y prescindibles de este sacrosanto Foro. Muchos scroll perdieron la vida intentando sortear sus enfagados ladrillos, tierras movedizas donde las palabras se convertían en miasmas narcóticos. Pero una vez, con la precisión de un ballestero suizo, escribió algo que podría echarle el candado a este hilo. Me apropio de sus palabras, le cito y os pido atención. Este pedante redicho sabe de lo que habla. Una vez cada diez años lo clava el tío pesado.
"Oh, si la hubierais conocido entonces...Años 80 de mi infancia. Años 90 de mi juventud. No es una cuestión de nostalgia, de ser más joven y mejor. Es una cuestión de estadística, de la capacidad de absorción que tiene un metro cuadrado, de cuantos seres humanos pueden coincidir en él al mismo tiempo. Desde aquellos años hasta estos días dos millones más de cadáveres (según las últimas estadísticas) han venido a compartir el mismo número de baldosas, los mismo vagones de metro, el mismo oxígeno. Somos más, pero necesitamos mucho más y la tierra está ya calcinada, herida y devastada por millones de sulfurosas pezuñas.
Ya no es una ciudad, es un campamento de refugiados, una polígono industrial con fachadas de Antonio Palacios, un remedo en pretérito imperfecto con chulapos andinos y violeteras rumanas a 20 euros el servicio y la caja de cerillas. Negros al asalto de funcionarias menopaúsicas en la verbena de la Paloma y chinas tocando el organillo en el trastero de las peluquerías. La Corte Imperial es hoy una Babilonia feroz, inquietante, donde la masa humana se agolpa y se repele como una marea. Ya no lo parece, pero si la hubierais conocido entonces...Me asiento con firmeza en mis recuerdos, porque yo estuve allí, yo lo vi con estos mismos ojos que podrían ser los de Agamenón, yo la tuve bajo mis pies, como tuve su cielo velazqueño sobre mi cabeza.
Y siempre estaba Agosto. A las cuatro de la tarde, el sol cayendo a plomo como una garra, aplastante, lisérgico, deshaciendo las texturas y las formas del horizonte con un sfumato incendiado y rabioso. La ciudad embalsada en su propia maravilla. La ciudad vacía, infinita, un museo despoblado al aire libre. Los cines cerrados, los bares cerrados, las tiendas esperando a las cinco para levantar el cierre. Pura mitológica, maravillas de otro tiempo. Desde Callao hasta Cibeles, apenas media docena de coches se perdían reverberando contra los escaparates de las fachadas. Silencio y espacio entre fantasmagorías arquitectónicas para uso personal. La felicidad."