—Un secreto ha días deseo saber de Italia —dijo Critilo.
—¿Qué cosa? —le preguntó el Cortesano.
—Yo te lo diré: ¿Cuál sea la causa que siendo los franceses tan fatales para ella, los que la inquietan, la azotan, la pisan, la saquean, cada año la revuelven y son su total ruina, y al contrario, siendo los españoles los que la enriquecen, la honran, la mantienen en paz y quietud, los que la stiman, siendo Atlantes de la iglesia católica romana: con todo eso, sepierden por los franceses, se les va el corazón tras ellos, los alaban sus escritores, los
celebran sus poetas con declarada pasión, y a los españoles los borrecen, los execran ysiempre están diciendo mal de ellos?
—¡Oh! —dijo el Cortesano—, has tocado un gran punto: no sé cómo te lo dé a entender. ¿No has visto muchas veces aborrecer una mujer el fiel consorte que la honra y que la estima, que la sustenta, la viste y la engalana, y perderse por un rufián que la da de bofetadas cada día y la acocea, la azota y la roba, la desnuda y la maltrata»?
—Sí.
—Pues aplica tú la semejanza.