He tenido la suerte de recibir muchísimos regalos de esos
especiales, a los que doy más importancia que a los de alto valor económico; aunque por supuesto, algunos de los especiales también requieren un gran desembolso, pero no radica ahí su valor.
Ahí van algunos de ellos (todos ellos sin coincidir con fechas
señaladas):
- Un libro leído antes por él, subrayado y con anotaciones referidas a la historia, a él, a mí, a nosotros.
- Un comic realizado por él (sin saber, vamos, que no hace falta talento) sobre nuestra historia desde que nos conocimos.
- Un telegrama enviado a mi lugar de trabajo, en el que decía:
Estoy sin batería y necesitaba decirte, en este preciso momento, que te quiero
- Un concierto, él y su grupo. Presentación de nuevo disco. Hablan de cada canción nueva que van a tocar. Y de repente, una de ellas, dedicada a mí. Tanto las palabras de presentación, como la letra de la canción... para morirse. Eso sí, la vergüenza que pasé también fue notable.
- Me va a buscar a mi trabajo. En la acera, tras el besito y tal me venda los ojos; me sube el coche y a rodar. Vamos hablando, pero no me dice nada de a dónde vamos. Los sentidos se agudizan. Intentas saber por dónde vas. Hacia dónde. Sabes que cambias de carretera. En un momento dado te das cuenta de que estás por la sierra, por la subida y el firme. De repente se para. Te hace esperar en el coche. Él da varios viajes. Viene a buscarte. Te sientes torpe caminando por el campo. Te sube a un sitio raro, con tacto de piedra. Te sienta. Te quita la venda. Y estás en un sitio increíble. Tardas en reaccionar, ha sido casi una hora sin ver, nerviosa, y es tan bonito lo que tienes ante ti, a tu alrededor, todo.
El sitio era un refugio de cuando la guerra. Estábamos sobre el techo. Madrid, muy lejos, pero se veía todo... las lucecitas... era mágico. Ante mí, una cena consistente en mis cositas favoritas, incluido un magnífico vino, ya servido en grandes copas, y luz de velas. Por supuesto, acabamos haciendo de todo ahí arriba.
- Una semana especialmente dura para mí. Me dice que me lleva a cenar por ahí. No me quiere decir a dónde. Llegamos. Restaurante de lujo. Los camareros son sopranos, tenores, etc. Desde que llegamos hasta que nos fuimos, todos pendientes de mí. Me cantaron parte de mi ópera favorita, en mi propia mesa, me regalaron flores. Cada detalle de la cena, vino y demás, tenía un significado. Incluso el postre tenía mensaje. Cuando pensaba que ya no podía haber más, me vendan los ojos apenas 5 minutos, hasta que escucho las primeras notas al cello de
El cant dels ocells, me quitan la venda, y ahí está mi chicho tocando para mí, que me mira, y en sus labios leo
para ti, mi niña, te quiero
Hay muchos más regalos de estos, soy una afortunada.