Yo tenía un novio graffitero-rapero, fanático de Morodo y desconocedor absoluto del magnífico Banksy. Dado que yo hasta entonces sólo había estado metida en el universo indie, no se me ocurrió nada mejor que regalarle para el día de San Valentín que un anillo de ésos hiphoperos que compré en una tienda de ésas regentadas por negros con pantalones anchos a tope:
Parece que mi novio no se conocía la frase "a caballo regalado no se le ven los dientes", porque dijo que era una horterada espantosa, y me lo tuve que quedar. En efecto, yo jamás en la vida lo habría utilizado, y eso que lo intenté, de veras. Pero imposible, demasiada vergüenza me daba.
Pero qué coño iba a saber yo, si cada vez que daban algo de Morodo, él se ponía a sacudir las manos abiertas en el aire, como un loco. A lo mejor le molaba parecer un payaso, qué sé yo.
Sobra decir que a partir de entonces, no nos volvimos a hacer más regalos.