Ya sé que nadie va a creer lo que voy a contar, sinceramente me da igual, yo tampoco lo creería si me lo contaran. El caso es que la historia es totalmente real.
Verano del 2005. Estaba hasta la polla de todo y de todos. Con el poco dinero que tenía entonces cojí un ferry y me planté en Formentera totalmente solo con la idea de pasar dos semanas como un auténtico perroflauta sarnoso. Yo solo con mi mochila. Quería ser un puto vagabundo y no hablar con nadie en 15 días, sin casa, sin dinero, sin móvil, sin una sola preocupación. Nada más llegar alquilé un bici y empecé a pedalear con la idea de perderme, de recorrer la isla de punta a punta. De dormir al raso donde me pillara, de pasar hambre, de encontrarme a mí mismo. Vamos, lo normal cuando eres un flipado de 19 años que acaba de leer On the road.
El caso es que un día se me hizo tarde estando cerca de La Mola, un pueblucho que está al este de la isla. Me alejé de ella buscando un lugar tranquilo para pasar la noche. Me metí por caminos por lo que no pasaba nadie hasta llegar a una zona boscosa al borde de un acantilado que daba directamente al mar. La zona de la Mola es la más alta de la isla, para llegar a ella hay que subir una carretera larguísima llena de curvas que nunca acaban. Veía toda Formentera desde allí, era un lugar realmente bonito y sin nadie en 1 km a la redonda. Comí algo, me tumbé sobre la mochila y me dispuse a pasar la noche allí.
Pasaron las horas sin que me pudiera dormir, hacía algo de frío (no tenía ni tienda ni mantas con las que taparme) y se había levantado algo de viento moviendo los árboles. Eran las 2 o las 3 de la madrugada cuando empecé a escuchar sonidos lejanos, como si hubiera gente cerca dando voces. Al principio pensé que sería alguna fiesta de sucios italianos (la isla está llena) aunque era muy raro que estuvieran por esa zona. El sonido iba y venía, pensé que las voces estaban muy lejos y que era el viento el que las traía por rachas. Intenté pasar del tema hasta que pasaron unos minutos y el viento paró. Ahora oía las voces más cerca que antes, era un murmullo contínuo que se hacía cada vez más fuerte. Eran muchas voces a la vez y no se entendía nada, como un grupo grande de tías riéndose o algo así.
Yo ya me empecé a acojonar y cogí la bici con la idea de irme de allí, el problema es que en medio del bosque la oscuridad era casi total y sólo tenía la luz esa de la bici que se enciende al girar la rueda
Me tiré casi una hora con la mochila y la bici a cuestas perdido en el bosque sin dejar de oír las putas voces. Da igual hacia donde fuera, parecía que me seguían. Pero lo peor no fue eso.
Al final encontré de casualidad una carretera y me monté en la bici con la intención de salir de allí de una vez. Ya empezaba a tranquilizarme pero cuando miré hacia atrás vi una luz roja a unos 50 metros que iluminaba toda la carretera y en el medio el contorno de alguien enorme que me miraba de lejos. Llamadme maricona pero tenía tanto miedo que me caí de la bici y cuando volví a mirar el cabronazo había empezado a andar y se estaba acercando. No exagero diciendo que mediría unos 3 metros y que andaba casi sin mover el cuerpo, al estar a contraluz no podía verle bien pero tenía los brazos larguísimos y algo le cubría la cabeza, como si llevara un casco o algo parecido.
Tenía auténtico pánico y empecé a gritar ayuda como una nena. Por poco me meo encima y no sé cómo conseguí coger la bici y bajar de allí a toda hostia hasta la cala de San Agustín, pálido como iniesta y tomando las curvas en la noche como un auténtico suicida. Aún no he tenido valor de volver a la isla.
Está claro que cuando cuento lo que pasó nadie me cree, todos piensan que estoy de coña o que lo soñé todo. Pero la historia es cierta, hasta dejaría que me hicieran una hipnosis de esas para recordar algo más.
Si eso luego pongo fotos de trannys para adornar el ladrillo