Desde parvulitos ya iba yo a clase con un subnormal. No de los down, sino de los faltos. De los que en apariencia son normales pero tienen la cabeza manga por hombro.
Mario se llamaba. Siempre apestaba a meado. Estaba gordísimo. Y era retrasado. Una joya.
Pobre de ti como te sentasen con él. En los recreos andaba por ahí solo jugando con cochecitos. Hablaba solo y siempre andaba mirando hacia arriba, como quien observa un helicóptero pasar.
Si la memoria no me falla tenía algún año más que yo, o sea que andará por los 34 ahora. Desapareció del plano estudiantil al terminar la primaria, pero lo he seguido viendo por la calle todos estos años. El bastardo sigue igual. Igual de gordo, igual de apestoso, igual de retrasado, la vista igual de perdida en las nubes. Anda siempre por las mismas aceras mirando al cielo, hablando solo y de vez en cuando escuchando música en un discman. No sé si habrán conseguido integrarlo en algún trabajo tipo tirar de una palanca.
Lo que le pase me da bastante igual, pero siempre he sentido lástima por su madre. Creo que era divorciada, y por lo tanto durante toda la vida del gordo solo ella se ocupó de él. Cuando lo veo por la calle sólo es obvio que la madre andará trabajando. El padre ahora que lo pienso supongo que pegó la espantada al ver el fruto de su simiente.
Eso significa tener un hijo así. Un hijo normal te roba muchas horas durante muchos años. Un hijo retrasado hace que tu vida desaparezca para siempre. Desde el momento en el que nace hasta el momento en que te mueres no eres más que un esclavo de su existencia. Luego ya depende de si eso te parece bien, o te parece mal y te tienes que joder.