La Basílica es una de las más conocidas, y hoy estoy en la cola, silencioso y medio dormido.
Observo la pila de agua bendita a unos metros y veo a un gañán que se acerca con una botellita de plástico y la llena allí. Está visto que cuando la sed aprieta nada es sagrado, y ese gesto me ha puesto de muy mala hostia (un servidor, aunque ateo, procura ser respetuoso y más cuando se halla en un lugar así); contenida la ira sin embargo, nada le he dicho a ese tarugo incapaz de apreciar lo que allí se alberga pues los cánticos del coro en ese momento me producían una especie de hipnótica y agradable calma.
Soy uno de tantos visitantes que hacen cola una mañana de domingo para ver la imagen.
Llego ante la Virgen, que es una de las más conocidas y veneradas. La gente se santigua, o besa el cristal que la protege o pasa la mano.
-Pídele un deseo ahora -dice un pariente devoto.
Por un instante he pensado en todos los deseos típicos, pero al final no he formulado ninguno, y tampoco me apetecía. Dios, si es que existe, ya habrá dispuesto algo para todos y en su infinita Providencia se encargará de que se cumpla lo que se tenga que cumplir. No está en mi mano.
Uno no controla los acontecimientos, son ellos los que te controlan.
Además, ahora que lo pienso mientras escribo esto, mucho mejor que desear es ser deseado.