ruben_clv
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- 5 Sep 2005
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Aunque no es la primera ni seguro la última vez que me pasa algo así, sigo sin entender cómo funcionan ciertos mecanismos de nuestro comportamiento en pareja. No sé si somos una generación que está diseñada con cierta tara, cierta incapacidad amatoria, de la que sólo podemos librarnos a través de la fantasía. No sé si es que eso del amor es sólo parte de la literatura, para nosotros, y de Sexo en NY, para ellas. No sé si sólo es accesible para las reinas de la belleza, y el resto debemos enfrentarnos con la cruda realidad bien a los 17 años o bien a los 33.
El caso es que el viernes tuve contacto carnal con una chica que conocía desde hace tiempo, pero con la cual nunca me había planteado que pasara nada. Forma parte de un grupo de chicas bastante monas, que siempre tienen hombres cerca, pero que pasan de todo el mundo con una sonrisa en la boca y sin pecar de soberbia, lejanas en su dulzura. Siempre bailando. Sabes que te daría lo mismo liarte con una que con otra y si no lo consiguieras con ninguna seguirías encontrando las mismas sonrisas al verlas bailar y te darías cuenta de que la Vida en realidad es algo parecido a ellas y que el rechazo no significa nada. Curioso caso el de estos cuatro animales borrachos de felicidad, porque cada una de ellas es peculiar a su manera y sin embargo podrías confundirlas en la noche. En resumen: son un veneno mortal.
Lo que más me gusta de ellas es que representan algo que para mí es capital en una mujer: la capacidad de divertirse sin necesitar un hombre. No flirtean salvo contadas excepciones y tienen un exquisito sentido del humor, esto es, nadie es capaz de entender sus razones y sus gestos, pero entre ellas cualquier sonido, cualquier mirada, genera carcajadas. ¿Envejecerán algún día?
Esta pequeña introducción no es más que una distracción, un señuelo, algo con lo que despistar al lector más ingénuo, ya que lo que me ocupa en el hilo es un fenómeno que es cada día más común pero no por ello -al menos así lo considero yo- consigue ser normal.
El viernes nos bebimos una botella de vino y varias copas, acabamos en mi casa y nos frotamos como posesos en la puerta de una iglesia y, aunque no llegamos a hacer el amor, agotamos las cuatro esquinas de mi cama. Luego, ambos heridos, un océano de abrazos y besos, y quizá algún juramento que se escapaba entre dientes y que el viento de seguro arrastró a oídos mejor preparados. Antes de dormirme, se untó en aceites y salió volando, como un sueño. En el mismo hechizo caímos el domingo, el lunes y el martes, cada vez más agónico y demencial, hablando ambos una lengua que creía ya olvidada. Sus últimas palabras "No quiero que te canses de mí", las mías no las recuerdo.
El miércoles no nos vimos y tras la tormenta llegó la calma. Ya no significamos nada el uno para el otro. Desaparecemos en la rutina diaria y las palabras se pierden en un profundo color azul. Anoche hablamos y es cierto que al pasar de los minutos se iban despertando sensaciones en ambos, pero hoy ya nada es igual. Yo lo sé y ella lo sabe, y avergonzados tratamos de ignorar lo evidente. ¿Somos seres sin esperanza? ¿Acaso morí el viernes y todo lo que me espera en adelante es este anodino letargo?
¿De verdad somos seres incapacitados para Amar?
El caso es que el viernes tuve contacto carnal con una chica que conocía desde hace tiempo, pero con la cual nunca me había planteado que pasara nada. Forma parte de un grupo de chicas bastante monas, que siempre tienen hombres cerca, pero que pasan de todo el mundo con una sonrisa en la boca y sin pecar de soberbia, lejanas en su dulzura. Siempre bailando. Sabes que te daría lo mismo liarte con una que con otra y si no lo consiguieras con ninguna seguirías encontrando las mismas sonrisas al verlas bailar y te darías cuenta de que la Vida en realidad es algo parecido a ellas y que el rechazo no significa nada. Curioso caso el de estos cuatro animales borrachos de felicidad, porque cada una de ellas es peculiar a su manera y sin embargo podrías confundirlas en la noche. En resumen: son un veneno mortal.
Lo que más me gusta de ellas es que representan algo que para mí es capital en una mujer: la capacidad de divertirse sin necesitar un hombre. No flirtean salvo contadas excepciones y tienen un exquisito sentido del humor, esto es, nadie es capaz de entender sus razones y sus gestos, pero entre ellas cualquier sonido, cualquier mirada, genera carcajadas. ¿Envejecerán algún día?
Esta pequeña introducción no es más que una distracción, un señuelo, algo con lo que despistar al lector más ingénuo, ya que lo que me ocupa en el hilo es un fenómeno que es cada día más común pero no por ello -al menos así lo considero yo- consigue ser normal.
El viernes nos bebimos una botella de vino y varias copas, acabamos en mi casa y nos frotamos como posesos en la puerta de una iglesia y, aunque no llegamos a hacer el amor, agotamos las cuatro esquinas de mi cama. Luego, ambos heridos, un océano de abrazos y besos, y quizá algún juramento que se escapaba entre dientes y que el viento de seguro arrastró a oídos mejor preparados. Antes de dormirme, se untó en aceites y salió volando, como un sueño. En el mismo hechizo caímos el domingo, el lunes y el martes, cada vez más agónico y demencial, hablando ambos una lengua que creía ya olvidada. Sus últimas palabras "No quiero que te canses de mí", las mías no las recuerdo.
El miércoles no nos vimos y tras la tormenta llegó la calma. Ya no significamos nada el uno para el otro. Desaparecemos en la rutina diaria y las palabras se pierden en un profundo color azul. Anoche hablamos y es cierto que al pasar de los minutos se iban despertando sensaciones en ambos, pero hoy ya nada es igual. Yo lo sé y ella lo sabe, y avergonzados tratamos de ignorar lo evidente. ¿Somos seres sin esperanza? ¿Acaso morí el viernes y todo lo que me espera en adelante es este anodino letargo?
¿De verdad somos seres incapacitados para Amar?