Querido imbécil, (no le insulto, le defino):
Me desagrada descubrir a todo un intelectual de salón entre toda la demás morralla. De salón de billares y máquinas del millón, por supuesto. Con ese magistral uso alambicado del lenguaje, sacado de la lectura atenta de los champús mientras descarga su infecta carga basada en la ingestión de baratos coñacs de garrafas selectas y alguna olivilla distraída del plato vecinal. Me ha sorprendido, para mal. Faltaría más.
Supongo que es en esos mismos salones y bares de carretera donde habrá acostumbrado su débil sesera a los tópicos rancios de la España de Cervantes y la defensa a ultranza de los toros, y demás tópicos casposos cañís desde la más tierna infancia debido a que fue cuna y debió nacer seguramente de puta, muy española eso sí. Como de las muy españolas carreteras secundarias donde le engendraron, vaya Vd. a saber de qué padre y en qué condiciones.
Desgraciado esperpento, que no valleinclanesco ya que para deformarse necesitaría tener forma previa, no hace falta conocerle para contar con otro prescindible ser más cercano a la nada que al algo. Comprendo su situación, no se preocupe: Si la imbecilidad doliera, Vd. estaría en el más profundo de los comas. La comprendo, aunque no la comparta. A Dios gracias.
Ahora, contrariamente a lo que está acostumbrado, cállese y no hable de lo que no sabe. Aunque le cueste, y sea un deporte tan español, como su puta madre.