Black Adder
Plagiador de mierda
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Reza una de las cabeceras de falocracia:
Sería muy laborioso intentar llegar a todos aquellos rincones que todos conocéis, pero intentaré explicar cómo veo personalmente el asunto y espero que todos los foreros y lolitontos aportéis vuestra opinión al respecto. Estoy hablando, obviamente, de
Un buen día, empujado por la maldición divina, el hombre se ve obligado a correr detrás de unas faldas fatales. Un hocico pintado, unos ojos emmascarados, una falda demasiado corta, un perfume hechizador, un coqueteo, la aproximación al placer inevitable y la prohibición inmediata con tal de imponer las condiciones. Eso ya lo sabemos, es ley de vida: todas putas, y tal. La mujer es una araña, encerrada en su vida diminuta y claustrofóbica, tejedora de telarañas traicioneras, trampas mortales. El hombre es la mosca incauta que mariposea felizmente, pensando que es libre, que la vida es bella, ignorando que su futuro lo ha escrito una mano enemiga. Y llega a casa y cae entre las patas depliadas, y sucumbe al beso mortal de la mujer araña.
Pero hasta entonces, vive instalado en el placer de la amistad con otros hombres, la competencia leal, la deportividad, el trabajo en equipo, conociendo las reglas del juego y seguro de que los demás las respetarán como código de honor inquebrantable.
Partimos del contexto de esos maravillosos años.
La familia va haciendo lo que tiene que hacer, copiar y pegar lo peor de cada casa, y así desaparecer por turnos. Cada nuevo eslabón generacional empuja a los demás al fondo del abismo del olvido, llevándose con ellos millones de casualidades que en su día hicieron que llegáramos a existir.
Los amigos, la familia elegida, van emprendiendo uno a uno viajes sin retorno al país de las parejas, para no volver jamás. Y allí se instalan. Claro que puedes visitarlos, pero siempre con visado de turista. O con llamadas, mails y esemeses, neocostumbres que mantienen vivo el lamentable espejismo de pensar que aún están ahí. Y eso no admite ninguna discusión posible: es de supinos ignorantes pensar que la llegada de las mujeres la vida de uno, ya sea la relación de carácter sexual o de carácter emocional, no va a afectar a su círculo social más cercano.
Existe un aberrante sub-hombre que por voluntad propia o ajena, en el instante que anida en el coño de una tirana, entierra su voluntad para siempre y se prepara para una vida que le conducirá al fracaso como persona. Esos no pueden ni salir a por el pan. Han de pedir audiencia para ver a su familia un sábado al mes. Pero estos no tienen cabido en este hilo, no hay debate, por todos es despreciado. Yo hablo de la inevitable transmutación que sufren los hamijos de toda la vida al echarse novia. He tendido a observar, por experiencia propia y ajena, el recelo que surge en otros machos de la manada cuando este hecho acontece: el que, por una circunstancia u otra haya una persona con quien uno de ellos comparte sexo y tiempo de una forma más o menos estable. El individuo en cuestión empieza a cohartarse un poco a la hora de salir a hacer el cafre, su participación en las antiguas expediciones en busca de chochos son recordados por todos cada vez con más nostalgia, empieza a hacerse bien patente su ausencia como destacado miembro del comité machoalfista, sus visitas empiezan a ser puntuales, la excepción a la regla.
Hasta que ocurre lo inevitable: las primeras rencillas, los primeros piques y la inevitable etiqueta:
En ese momento, muchos puentes se resquebrajan, amistades de jornadas gloriosas desaparecen en segundos perdidas en la vorágine de aquellos que, viendo la inutilidad de buscar un afecto sincero, se lanzan al suicidio sexual, no al ocasional: el que no tiene retorno.
Hombres que te han visto hasta cagar, que te han visto intentar comerle el morro a una tía mientras contenías los vómitos del garrafón, noche tras noche...
Ahora cambian sus armas por crema hidratante antiojeras, viven más en la red social que en su casa, y se detienen a pensar en sus mujeres antes de actuar.
Cambian sus edredones por sábanas de cebra, toman rayos uva, ponen bolas de discoteca en el techo de su habitación e instalan webcams camufladas en la rejilla del aire.
Ya nunca bajan a tomarse una cerveza si no hay putitas a las que echar la caña. Cuando pasan por el parque con una señorita elegante, te miran con desprecio por estar ahí, en chándal, fumándote unas convesaciones. Olvidan sus raíces.
Supongo que en eso consiste la contrapartida de las cosas bellas, en que todas acaban por no durar. Ese fin de trayecto oscuro y desagradable, la despedida, en el que todos nos hemos que tenido que bajar alguna vez. La amistad como valor se está viendo manchada por esta mierda también. Y no olvidemos que el desencadenante tiene tetas y culo.
Cuando pienso en los viejos amigos que se han ido
de mi vida, pactando con terribles mujeres
que alimentan su miedo y los cubren de hijos
para tenerlos cerca, controlados e inermes.
Sería muy laborioso intentar llegar a todos aquellos rincones que todos conocéis, pero intentaré explicar cómo veo personalmente el asunto y espero que todos los foreros y lolitontos aportéis vuestra opinión al respecto. Estoy hablando, obviamente, de
Cómo afectan las mujeres a los círculos sociales masculinos
Un buen día, empujado por la maldición divina, el hombre se ve obligado a correr detrás de unas faldas fatales. Un hocico pintado, unos ojos emmascarados, una falda demasiado corta, un perfume hechizador, un coqueteo, la aproximación al placer inevitable y la prohibición inmediata con tal de imponer las condiciones. Eso ya lo sabemos, es ley de vida: todas putas, y tal. La mujer es una araña, encerrada en su vida diminuta y claustrofóbica, tejedora de telarañas traicioneras, trampas mortales. El hombre es la mosca incauta que mariposea felizmente, pensando que es libre, que la vida es bella, ignorando que su futuro lo ha escrito una mano enemiga. Y llega a casa y cae entre las patas depliadas, y sucumbe al beso mortal de la mujer araña.
Pero hasta entonces, vive instalado en el placer de la amistad con otros hombres, la competencia leal, la deportividad, el trabajo en equipo, conociendo las reglas del juego y seguro de que los demás las respetarán como código de honor inquebrantable.
Partimos del contexto de esos maravillosos años.
La familia va haciendo lo que tiene que hacer, copiar y pegar lo peor de cada casa, y así desaparecer por turnos. Cada nuevo eslabón generacional empuja a los demás al fondo del abismo del olvido, llevándose con ellos millones de casualidades que en su día hicieron que llegáramos a existir.
Los amigos, la familia elegida, van emprendiendo uno a uno viajes sin retorno al país de las parejas, para no volver jamás. Y allí se instalan. Claro que puedes visitarlos, pero siempre con visado de turista. O con llamadas, mails y esemeses, neocostumbres que mantienen vivo el lamentable espejismo de pensar que aún están ahí. Y eso no admite ninguna discusión posible: es de supinos ignorantes pensar que la llegada de las mujeres la vida de uno, ya sea la relación de carácter sexual o de carácter emocional, no va a afectar a su círculo social más cercano.
Existe un aberrante sub-hombre que por voluntad propia o ajena, en el instante que anida en el coño de una tirana, entierra su voluntad para siempre y se prepara para una vida que le conducirá al fracaso como persona. Esos no pueden ni salir a por el pan. Han de pedir audiencia para ver a su familia un sábado al mes. Pero estos no tienen cabido en este hilo, no hay debate, por todos es despreciado. Yo hablo de la inevitable transmutación que sufren los hamijos de toda la vida al echarse novia. He tendido a observar, por experiencia propia y ajena, el recelo que surge en otros machos de la manada cuando este hecho acontece: el que, por una circunstancia u otra haya una persona con quien uno de ellos comparte sexo y tiempo de una forma más o menos estable. El individuo en cuestión empieza a cohartarse un poco a la hora de salir a hacer el cafre, su participación en las antiguas expediciones en busca de chochos son recordados por todos cada vez con más nostalgia, empieza a hacerse bien patente su ausencia como destacado miembro del comité machoalfista, sus visitas empiezan a ser puntuales, la excepción a la regla.
Hasta que ocurre lo inevitable: las primeras rencillas, los primeros piques y la inevitable etiqueta:
En ese momento, muchos puentes se resquebrajan, amistades de jornadas gloriosas desaparecen en segundos perdidas en la vorágine de aquellos que, viendo la inutilidad de buscar un afecto sincero, se lanzan al suicidio sexual, no al ocasional: el que no tiene retorno.
Hombres que te han visto hasta cagar, que te han visto intentar comerle el morro a una tía mientras contenías los vómitos del garrafón, noche tras noche...
Ahora cambian sus armas por crema hidratante antiojeras, viven más en la red social que en su casa, y se detienen a pensar en sus mujeres antes de actuar.
Cambian sus edredones por sábanas de cebra, toman rayos uva, ponen bolas de discoteca en el techo de su habitación e instalan webcams camufladas en la rejilla del aire.
Ya nunca bajan a tomarse una cerveza si no hay putitas a las que echar la caña. Cuando pasan por el parque con una señorita elegante, te miran con desprecio por estar ahí, en chándal, fumándote unas convesaciones. Olvidan sus raíces.
Supongo que en eso consiste la contrapartida de las cosas bellas, en que todas acaban por no durar. Ese fin de trayecto oscuro y desagradable, la despedida, en el que todos nos hemos que tenido que bajar alguna vez. La amistad como valor se está viendo manchada por esta mierda también. Y no olvidemos que el desencadenante tiene tetas y culo.