Como de costumbre, antes de un clásico, aquí llega el ladrillo insustancial, ilegible y carente de todo sentido del señor Slowhand, madridista en general y mourinhista en particular.
Al Madrid le gustaría mucho no tener compostura. Es complicado. La falta de compostura es la seña de identidad del héroe. Una marca de compostura hecha de cifras, goles, contraataque y vértigo. Es su leitmotiv, el mantra que debería descascarillar en cada momento de partido. El único crimen consiste en ser superficial, y este Madrid no solo es el asesino, sino que sabe cuál es el móvil del crimen; una gota de esperanza en este mar de incertidumbre. La irritación de esta frase es palmaria, pero también es reveladora. Nos encontramos en un lugar común, en la convergencia, así que todo esto cesará, y el lugar común no será tan común, y comenzaremos a vivir por el hecho mismo de que podemos descubrirnos; tenemos la fuerza de una fecha, 30 de Enero del año 2013.
Nos levantamos cada mañana con un misterio tras nuestra actitud frente a la pobreza futbolística, y algo no está bien. Nos bombardean y asedian desde el frente, desde los medios de comunicación, obligándonos a no creer, a morir de hastío, a ser imbuidos por la desidia y el desazón; nos susurran al oído que somos pobres y que nuestra ropa se encuentra en mal estado; que no podemos irnos de vacaciones, que eso está mal; que nuestras raídas alfombras ensucian el vecindario; que somos nosotros los culpables de la depresión que asola la humanidad. No, no lo somos.
Y cerramos los ojos y volvemos a cerrarlos. Nos quieren hacer sentir angustiados, como recién sacados de una operación a vida o muerte; están hartos de cortarnos la pierna, y nosotros de que nos trinchen, de que nos troceen, de que nos agoten con el incesante goteo de lágrimas desesperadas. Tenemos la sensación de que cualquier mal gesto enseguida provocará un calambre en la pierna, como si fuese nuestro punto débil, ese dique enclenque que dejará irrumpir el violento oleaje del dolor, aunque solo son recuerdos, recuerdos pasados de tiempos malos. Nos agobia no intuir nada de ese posible mal que parece avecinarse, y al cual considerar, por tanto, muy malo, ya que cualquier movimiento que intentemos realizar, puede quebrar la pierna. De ahí que no nos movamos, que vivamos en la inacción, que permanezcamos tumbados, rígidos y asustados, cosa que sabemos, es un error imperdonable.
Pues yo no. Mi viaje y mi meta me llevarán a una selva en la que entraré y saldré con vida, aun perdiéndome por el camino. Mi corazón en vilo será invadido de repente por un súbito calor que se difundirá por mis pálidos miembros, apresurando los latidos, y mis mejillas volverán a tener color. Y mis ojos no estarán exentos de huella alguna, visualizarán el sendero del espinoso camino a la victoria, una victoria frondosa y densa, con zarzas, punzantes espinos y el desagradable viento de lo imposible; seremos rudos pinos, pesados como un alcornoque y provistos de una corteza infranqueable, una corteza que adornará el firmamento del madridismo; y llegarán los gratos rayos de sol al suelo cuajado de rocío, y formará una cúpula de ondas que no dejarán penetrar la oscuridad. Y de este modo me encontraré tras la sombra, en el cálido refugio del sol, lejos del bosque, y sospecharé con fundamento, y creeré que ha llegado el vastísimo animal madridista, y que tras nosotros y ante nosotros, no hay otra cosa que una guarida de ratas y comadrejas, no de fieras dañinas y cubiles de animales salvajes y bestias feroces.
Quiero vísceras y quiero entrañas; quiero que cada jugador surque el campo con una garrafa de bilis atada a la boca; quiero que mis jugadores boguen por entre el césped y no se amilanen; quiero guerra, mucha guerra; quiero que después del partido haya metralla en el sueño, pólvora y olor a goma quemada; quiero tacos de aluminio desgastados por el galope; quiero ganas, voluntad y alma.
SOMOS EL PUTO Y JODIDO REAL MADRID, EL MONSTRUO COLOSAL QUE DEBE ACABAR CON TODA AMENAZA QUE OSE CERNIRSE SOBRE NOSOTROS.
Hala Madrid y Benzemán balón de oro.