La primera imagen fue algo desoladora.
Eran las 12 de la noche de un sábado, estaba perdido en lo más alto de la ciudad, en una loma sin asfalto ni pavimentos, con el suelo embarrado, griterío de gente que no conocía y el ruido de una rave lidiada por gitanos y negros que se juntaban como si aquello fuera una alianza de civilizaciones. Frente a mí, la casa de la ilustradora. No había luz corriente en el exterior, pero la Luna algo ayudaba y en el 'patio' previo a la casa había de todo. Sin clasificar, sin ordenar y sin ningún tipo de criterio. Una bicicleta vieja y oxidada, un par de hachas, un carricoche lleno de mantas, varias ruedas de coche, un bidón metálico rajado y lleno de agua hasta los topes... En fin, cualquier cosa que alguien dedicado a la chatarra se hubiera llevado a casa.
Ah, y unas luces de guirnalda puestas por allí, colgandillo, pero apagadas.
Empujé la cancela y me adentré en ese previo. Buscaba un trimbre que, obviamente no encontré por ningún lado y me tropecé con unas escaleras empinadas y resbaladizas. Casi me pegúe una hostia contra la puerta a la que llamé un par de veces y tras la que apareció Ángela.
Era pizpireta, menuda, risueña, morena, de pelo largo rizado y sonrisa limpia. Llevaba un peto vaquero y una camiseta que dejaba a la vista la zona costillar y evidenciaba unas tetas bien hermosas. Me saludo plantándome un beso en la boca.
Un pico, nada más.
Yo, de primeras, ya me quedé flipando un poco, pero, bueno, tampoco era cuestión de ponerse con remilgos. Entramos a su casa y me la eneñó rápidamente. Para el que no lo sepa, las cuevas son casas en las que se puede vivir de narices. Normalmente se aprovechan agujeros que, de forma natural, sugen en la motaña y, en su interior, se distribuyen estancias. No son ordenadas en su distribución, sino que, conforme el orificio se ensancha o ramifica, se le asignan usos. Algunas, como es el caso de ésta, incorporan más habitaciones que los dueños generan a base de pico y pala en la loma. Se suelen reforzar con enfoscados de cal o cemento y santas pascuas. Ésta respondía a ese esquema y, la verdad, estar allí dentro era algo casi mágico.
Al menos, de primeras.
Luego reparabas en que había bichos que trotaban a sus anchas por el salón o que, cuando ibas al baño, al no haber canalizaciones, tenías que cagar en un WC seco; eso, que suena muy bien, básicamente es deponer en una bolsa y echarle un poco de serrín por encima.
Nos sentamos en el salón y puso la chimenea. Se estaba bien. La verdad, es que uno se sentía como en otra ciudad. No en vano, los que allí viven hablan de 'bajar a Granada' cuando van al centro de la ciudad. No tardó mucho en tirarseme a los morros y yo me dejé hacer. De repente, de uno de los miles de agujeros que había por allí, salió el llanto de un crío.
Si yo tenía la más mínima erección, mi capullo se encogió hasta lo imposible y desapareció para no ser más que una mínima espinilla.
- El crío, que le toca el pecho -me dijo.
Y allí, sin mediar más palabra, se sacó una teta y se perdió dentro de la profundidad de la cueva.
Yo, que ni sabía ni sospechaba que la chica era madre, me planteé seriamente poner pies en polvorosa y volver al confort de mi hogar, pero, no sé si sería a causa del frío que hacía fuera, de la duermevela de la chimenea o que, en el fondo, quería follar, pero la cosa es que no lo hice.
Volvió con el crío enganchado de la teta y se sentó a mi lado.
Debió notar algo en mi cara porque me espetó un 'lo dejo dormidito en un momento y nosotros seguimos a lo nuestro' y me plantó otro besazo en los morros, con lengua esta vez.
Curioso, tenía la manía de dar como minibesines en las comisuras de los labios.
El niño se durmió y ella desapareció de nuevo para volver en pelotas. Con matojo de pelo en el papo incluido. Y con una gotina de leche resbalando por un pezón. Aquello me dio morbo-asco pero cuando se me sentó a horcajadas sobre mí, la verdad, se me olvidaron todas las mierdas que se me pasaban por la cabeza y la balanza quedó claramente decantada en un sentido.
Hasta que el niño volvió a llorar.
- A veces le pasa -me dijo- parece que sabe cuando no estoy. Si te parece, lo traigo aquí al ladito y él se queda dormido.
Y antes de que pudiera objetar nada, ni decir si me parecía o no, ya estaba entrando en el salón empujando el carrito y poniéndolo en una esquina.
A mí me agarró de la mano y me llevó al baño. Una especie de habitación que sobresalía de la ladera, presidida por una bañera tipo jacuzzi, que había sacado de vete tú a saber dónde, y con las paredes cubiertas de hiedras.
Y el suelo preocupantemente habitado por bichos bola y alguna que otra babosa.
- Métete, ahora vengo yo -me dijo.
Y yo, que no tenía muy claro qué hacer, me desnudé y me metí en la bañera vacía, no sin antes apartar del sumidero los restos de algunas orugas y otros bichos que no logré identificar mientras esperaba a que mi acompañante volviera.
[Luego sigo]