Terrible tristeza cae cual miasma sobre quien busca arruinar la vida de otra persona bajo pretexto de "devolver un agravio" o bien "vengarse" de no haber recibido un favor, cuando otra persona en circunstancias parejas, mutatis mutandis, se negó en el pasado. Un favor, al contrario que un derecho, se puede negar. Siempre será peor cometer injusticia que padecerla, tal como fueron pronunciadas las palabras en el pórtico del arconte previo a la vista oral en Mégara.
Los ajustes de cuentas o tomarse la justicia por tu propia mano está justificado cuando la administración jurisdiccional es incompetente o considera probados los hechos punibles pero prescrito el crimen por un supuesto efecto destructor del paso del tiempo sobre la responsabilidad penal, que no hace sino martirizar y atormentar la conciencia de quien en su día debió defender a las víctimas. Suprimidos los tribunales de honor y excepción, queda en el equilibrio psíquico de la persona buscar justicia para no regalar ni conceder pacto de impunidad.
En muchas culturas como la japonesa, no se considera delito defender la honra familiar o el autorespeto, la buena reputación basada en no dejarse pisar por nadie, aunque si te descubren puedes acabar en la cárcel y leer atónito la sentencia donde un juez prevaricador omite maliciosamente todos los antecedentes de hecho por los cuales se ha vengado, dejando invertidas las figuras de víctima y victimario de forma equívoca a la opinión pública, pero no para quienes sepan leer entre líneas y estén acostumbrados a los entresijos de los pleitos de hidalguía y fiscalización de los juicios de residencia.