Acabas de dar con una de las jodidas claves del asunto.
Mi TOC me sobrevino cuando tenía 9 años. Entonces, en mi cabeza se alojó una figura con la apariencia del maestro de Cisne, de los Caballeros del Zodiaco (suena a coña, pero es la puta verdad) y era el que me ponía restricciones y me daba órdenes a cumplir, bajo amenaza de explosión mundial, muerte de familiares o desgracias físicas propias.
Cuando pisaba la raya roja y tocaba la blanca, aparecía en mis pensamientos y me abroncaba; cuando bajaba el bordillo con la derecha en lugar de con la izquierda, descendía desde lo más profundo de mi mente para advertirme del riesgo al que me enfrentaba hasta que corrigiera eso; si no hacía un ruido estridente y ridículo con la boca, venía para decirme que si sabía lo que estaba haciendo y lo que les podía pasar a mis padres; si no pestañeaba con fuerza a lo mongo, se presentaba para advertirme de que estaba jodido.
Lo pasé realmente mal durante dos años por culpa del hombrecillo con pinta de hijo de puta que aparecía en mi mente y me decía lo que tenía que hacer. Amenazaba con que mis padres morirían, que suspendería mis exámenes o que el matón del colegio me pegaría si no hacía lo que él quería.
Un buen día, se presentó con una maleta y me dijo que se iba, que ya estaba educado. Nunca más volví a verle. Pero el TOC no ha desaparecido de mi cuerpo. Llevo haciendo algunas de esas gilipolleces a las que me obliga un pensamiento furtivo e ilógico desde hace muchos años. Ello crea estrés y ansiedad pero bueno, uno aprende a vivir con ello y con la sensación de que es un paranoico.
¿La última? De vez en cuando me viene el impulso de tocar madera y tengo que rozar cualquier superficie que esté al lado mío, aunque no sea de madera. De lo contrario, algún familiar morirá, estoy seguro.