Pues aquí lo dejo. Perdón por las molestias.
Todos quieren amor. La felatriz ovillada sobre el tótem de su sustento y vocación quiere amor. El bombero torero, el juez del Tribunal Supremo, la cajera impertinente y el jardinero fiel. Usted también, forero sentencioso, imperturbable, categórico en sus desdenes, usted también quiere achuchones bajo la manta y un despertar en compañía de queridísimas legañas. Gina Gross en México D.F. entre cadáveres decapitados y resentimiento indígena, también quiere amor, también quiere ósmosis y epidermis con algún criollo de acento resbaladizo, mientras recuerda con nebulosa nostalgia sus tardes en Vetusta de la mano de Pai. Pai, caro mio, lívido amadísimo ,tú que eres capar de licuar el ano mercenario, también aullas a la luna en busca de aquella a quien entregar tu libido y tu erudición. Y por su puesto Gintonic y su gargajo envenenado, su escupitajo feroz, que no era otra cosa que un declaración desesperada y visceral de amor, era la entrega metafórica de su deshecho corazón. “Toma zorra, amor de mi vida, esto es lo que queda de todo lo que fui. Esta ruina, este desastre es obra tuya. Llévatelo, te pertenece”
Amor, amor, amor. Amor que busca Cachondo en el Trópico. Amor irracional, amor biológico, genético e imperativo. Amor que también merece y espera el rebaño lascivo de Torbe con el rostro lleno de latigazos de esperma. Bajo una arboleda de pollas chorreantes hay una mujer, enamoradiza y tierna, que espera a su príncipe azul. Y el propio Torbe, invulnerable como un Aquiles, devastador inmisericorde de coños, también, desde su trono olímpico, quiere amor, quiere cariño, afecto romántico, quiere, oh terrible servidumbre el ser hombre, que en lugar de llamarle, como tantas veces, titán, le llamen “mi osito”. Mil mujeres después, después de mil hembras cabalgadas, el héroe no es otra cosa que un peluche anhelante y mimoso