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pulga
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Mayayo rebuznó:Si yo fuera Mundele te echaba de la borda por degenerado. Por cierto tu hilo de platos raros fue motivado mas que nada por que eso parecia la seccion "delicatessen" de un supermercado de Nueva York. Por eso deje de postear por alli. A ver si unas largas vacaciones en la estepa mongola te refrescan la mente:
Depurando el hilo ya:
https://www.youtube.com/watch?v=wwnMYZS1hSc&feature=related
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Por cierto, ya han quitado las macros de los centollos y las bellmadenas?
Tenian su gracia
Mayayo rebuznó:Si yo fuera Mundele te echaba de la borda por degenerado. Por cierto tu hilo de platos raros fue motivado mas que nada por arrogancia. Empezaba a parecerse a la seccion "delicatessen" de un supermercado de Nueva York, ademas por la chuleria de no querer reducir el tamaño de los posters que subias a pesar de haberte facilitado las herramientas necesarias para la tarea. Por eso deje de postear por alli. A ver si unas largas vacaciones en la estepa mongola te refrescan la mente:
Depurando el hilo ya:
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Uncle Meat rebuznó:Lo de acompañar un texto de mierda con fotos de animales muertos, ¿es por provocar, llamar la atención, u obedece exclusivamente a algún subproducto del retraso mental?
LABURO rebuznó:Borra las fotos y vete a tomar por culo cabronazo.
ElSapoDeLaTrankaEmpinada rebuznó:Mi gato Cerete, muerto por ingesta de pescado podrido hace cosa de 3 años...
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Hojas desfallecidas sobre hojas muertas. La helada de la noche aún atenazaba las ramas, todavía pobladas. ¿Cuántas estaciones podían yacer en el suelo de aquel modesto jardín? La verja de hierro, alta, se coronaba de dragones forjados y amenazantes. Detrás de ella, la verja de ramas, entrelazadas en celosía, parecía acallar el tráfico como un cerco hechizado. Desde el umbral polvoriento ya no se oía la ciudad. Parecía que el asfalto y los edificios, que con el tiempo fueron extendiéndose en torno a la casa, se hubieran replegado como una marea o un decorado teatral. <o>:p</o>:p
No eran hojas, ni ramas aún medio pobladas, ni ciclos de astros y vidas de plantas, sino años humanos todo aquello que aún se sostenía y lo que ya se derramaba, o lo que cubría cual escamas el marco de la puerta en las enredaderas. Fundido todo en un remolino gris que se desmoronaba, agua desapareciendo en un desagüe.<o>:p</o>:p
¿Qué mañana era aquélla? ¿De qué tiempo y ritmo se trataba? Los dragones de hierro forjado custodiaban la lenta y plácida agonía, el tiempo que se demoraba como un visitante que da vueltas en torno a la casa y no se atreve a llamar a la puerta. Hubo una época en la que el futuro y la esperanza entraban por estas ventanas, cada mañana. En el ondear de las cortinas, en el trino exaltado de las ramas. Hoy los relojes han cesado de sonar. Los afectos que albergaron estas estancias se fueron apagando. Se cansó el mismo amor. Las manecillas de los relojes avanzaban lentas. Las rosas tardaban en marchitarse: el nuevo octubre las descubría en su jarrón de cristal polvoriento, sólo quemadas en las comisuras de sus labios.
El mismo amor se cansó de velar.<o>:p</o>:p
Algunas hojas sobre las baldosas. Y nadie las barrerá.
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Un disco había quedado olvidado en su urna de cristal. Sin embargo, no había sido la premura lo que deshabitó el salón, lo que sacó de este nido al ultimo vástago. En algún día perdió el disco sus redondas pegatinas, y nada podía saberse de lo que permanecía grabado en el misterio de sus surcos. Y aunque aún tardarían un rato los operarios en volver para llevarse consigo los últimos muebles olvidados, no había electricidad en el lugar y no pude hacer sonar esa marea nocturna, tranquila y sin dueño. Música para siempre encerrada, que acabará sus días en un vertedero o en un abarrotado y sórdido trastero, tras haber sonado en aquellas mañanas. ¿Qué podía haber entonado sino la despedida de un alma que no quiere dejar de ser solitaria, o una Pavana para una infanta difunta?
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<o>:pNo era aquello la muerte, sino la espera de la muerte. La espera prolongada, sin temores, que se había adormilado entre la casa y el jardín. La aguja del reloj era una lágrima lenta. Si el viento derribaba un recipiente olvidado, que se rompía al caer, alguno de sus fragmentos quedaba temblando sobre las baldosas y no se detenía.</o>
El mismo amor se cansó de alumbrar. Sólo permaneció la confiada fe en su lumbre y su cuidado. Sólo quedó, aguardando su retorno, la fragilidad a la que dio cobijo su ala, respirando entre las paredes empapeladas y marchitas. Como la sonrisa inocente de quien ignora su desdicha.<o>:p</o>:p
Cuadros y armarios habían dejado su sello sobre el papel pintado de las paredes, como lentas quemaduras de pacientes lenguas de fuego, invisibles. Esas lenguas de fuego, en susurros, narraban historias.<o>:p</o>:p
Consunción sin hambre ni martirio. Separación sin despedida, quemadura sin calor.<o>:p</o>:p
Se abrían heridas sin lágrimas en rincones apartados. Roturas inadvertidas de esquinas, cornisas, vidrios, que nadie escuchó.<o>:p</o>:p
En una nueva jornada bajo el encantado equilibrio de la nieve, bajo su blanco pelaje de fiera aún no homicida, me acerco al cerrado anillo de blancura en torno a la fuente dos veces coronada. La montaña abre allí en su roca una herida generosa.
Regreso a este rincón de la fuente y las zarzas, que me presenta hoy inusitado semblante. Las alturas retienen el agua con el puño que doma la materia. El espíritu que hablaba en el surtidor, hoy se ausenta. Me coronaré yo con las zarzas de la fuente.<o>:p</o>:p
La fuente me niega hoy su agua, pero de ella manan los recuerdos.<o>:p</o>:p
Perdido durante la montería, en una lejana jornada, el doncel que fui una vez llegó frente a este santuario. Tan separado de la compañía de mis pares, había dejado de oír los cuernos y el ladrido cruel y el jadeo de nuestros lebreles. Sólo me alcanzaba el grito de las águilas volando sobre la cumbre, compañeros demasiado distantes. Exhausto, apoyado en mi venablo, me incliné como en una reverencia hacia el fino tallo de plata. Nunca he vuelto a conocer agua y frescor como aquéllos. Un solo sorbo sacia de este cáliz.
Si llevamos todo ello con nosotros, es que perduramos. Si lo portamos como se lleva en la conciencia un lugar de la tierra al que prestamos obediencia; como un altar embarcado hacia santas orillas. Reconocemos nuestras facciones y el espejo nos devuelve nuestro nombre. No nos perderemos en el olvido si el olvido no nos habita.<o>:p</o>:p
Seguimos siendo el que una vez amó un determinado rostro de doncella, el que lloró en ese jardín al que el frío atenazaba: anochecía sobre los árboles y sobre la inocencia.<o>:p</o>:p
Los años de una generación humana pasaron arrasando el jardín. Hace estos mismos años que yo erigí en mi interior un baluarte cristalino. <o>:p</o>:p
Del incesante manar de labores y cosechas surge un cantar que me tuvo a mí por protagonista. Yo arrostré sus batallas, me endurecí en la gesta de aquellas campañas, amé y enviudé de por vida en esas trovas incrustadas. <o>:p</o>:p
Hoy pienso en lo que amé y en cuanto pude amar. Lo que fue una vez, será por siempre; y lo que pudo ser, será.<o>:p</o>:p
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