El primer asesinado por violencia doméstica en 2004 iba a ser también otro hombre.
1 Gisella Revelles en El Mundo, 13 de febrero de 2003.
ASESINAR A HOMBRES SALE MÁS BARATO
«No nos esperes, que no regresaremos ninguno de los dos. Nos vamos para siempre a un lugar del que no se puede regresar. Cuídate mucho y sé feliz. »
El sábado 31 de diciembre, María Adelaida Romero, una colombiana de cincuenta y un años, depositó la carta dirigida a su hija en la mesa del comedor, en Terrassa (Barcelona), recogió a su marido, Jordi Gironella Ayats, un año más joven y vecino de Sant Esteve Sesrovires, también en la provincia de Barcelona, y puso rumbo a la playa. Lo hacían como cualquier pareja romántica que iba a pasar el fin de año a la urbanización Santa Margarita en Roses (Girona). La mujer, auxiliar de enfermería de profesión, había decidido, sin embargo, que aquel día sería el último día de la vida de su pareja, tal como había dejado escrito a su hija.
Su idea era drogar a su marido con un potente narcótico que había robado del hospital y, posteriormente, cortarle las venas con un bisturí que llevaba en el bolso. A continuación, se suicidaría y pondría fin a aquellas peleas por celos y malquerencias que sufría desde hace años.
Lo tenía todo tan planeado, estaba tan obsesionada con la idea de la muerte que ni siquiera la cena romántica de Fin de Año en un restaurante frente al mar Mediterráneo le hizo cambiar de planes.
-Cariño, ya no me darás más celos. Ahora seremos dos personas felices –pensó mientras echaba la droga en una copa de champán, ya en el departamento.
Al día siguiente, Año Nuevo, los Mossos d’Esquadra, que acudieron al apartamento alertados por la hija, encontraron a la mujer subida en su Rover 200, a punto de escapar despavorida del lugar. Los agentes, que llevaban su matrícula, la detuvieron y la interrogaron:
-¿Es usted Adelaida?
-Sí. ¡Cómo han podido enterarse tan pronto! Ha tenido una muerte muy dulce- confesó.
Cuando regresaron al apartamento en compañía de la mujer, de Jordi Gironella, empresario, yacía muerto en la cama en medio de un charco de sangre. Su asesina, María Adelaida, reconoció que había aprovechado sus conocimientos médicos para sedarlo primero y degollarle luego con un bisturí, cortándole la carótida de un tajo.
-En los últimos meses se había echado otra novia. ¡Mira que le advertí lo que le podía pasar! ¡Las colombianas somos muy celosas –le dije-, pero nunca me hizo caso!
La mujer había tratado de quitarse la vida también y se había tomado un enorme paquete de barbitúricos. Un simple lavado de estómago y un día de ingreso en observación en una clínica fue suficiente para salvarle la vida.
Luego se supo que tras matar a su compañero, sintió miedo al suicidio. Llamó a su hija y le preguntó qué debía hacer. Ésta, aterrada, leyó la carta de despedida y llamó a los Mossos d’Esquadra para que impidieran el suicidio de su madre, lo cual lograron.
Jordi Gironella es una de las tres personas que el día de Año Nuevo fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas. Pero a diferencia de las otras dos (mujeres), él no pasará a engrosar la lista oficial de víctimas mortales de la Violencia de Género.
ASESINAR A HOMBRES SALE MÁS BARATO
Y eso aunque de los 39 homicidios cometidos en Cataluña en el primer semestre de 2001, el 63% de las víctimas fueron hombre, un 37% mujeres y un 7% menores.2
«Un crimen cometido cada cinco días en los que, por difícil que parezca, aunque no sea políticamente correcto, los hombres se han llevado la peor parte», revela el diario digital.3
El cortijo «Los Guiraos» es un lugar tranquilo, rodeado de un pinar, donde se respira la paz, situado a dos kilómetros de la localidad de Vélez Rubio. Las casas de los alrededores, unas treintena viviendas de recreo, se hallaban vacías aquel día.
De pronto, dos disparos de escopeta rompieron la paz y la tranquilidad del ambiente, pero nadie pareció escuchar el estampido de los proyectiles.
Eran las once de la mañana del 9 de diciembre de 2005. Quien sí sintió en sus carnes el impacto y el fuego de la metralla, disparada a quemarropa, fue Antonio López, de cincuenta años, propietario del caserío. Al poco tiempo dejó de sufrir para siempre.
La autora de los disparos, Emilia Tardón,4 de cuarenta y siete años, estaba aún acalorada por la fuerte discusión que acababa de tener con su marido, un criador de cerdos y empresario de la construcción con el que tenía dos hijos mayores. Pero no lo suficientemente alterada como para no saber cómo deshacerse del cadáver.
Inmediatamente, se dirigió a un cobertizo, agarró un trozo de plástico de invernadero, envolvió el cadáver de su marido y lo trasladó a una zanja en la que solían enterrar a los cerdos muertos por enfermedad, situada apenas a cien metros de la vivienda: Lo arrojó en el interior y fue a buscar un saco de cal viva para que el cuerpo se descompusiera rápidamente.
-Ahí es donde tenía que haber estado siempre. ¡Con los cerdos! –masculló entre dientes.
Acto seguido, tomó una pala, cubrió totalmente el cadáver con tierra, regresó al cortijo y borró cualquier huella de sangre que pudiera delatarla.
Después de darle vueltas a la cabeza, la mujer llegó a la conclusión de que «el asesino nunca triunfa». Por mucho que dijera que su marido había sido secuestrado por unos mafiosos, por problemas de droga o por dedicarse al tráfico ilegal de emigrantes, la verdad siempre acaba abriéndose paso.
A las cinco y media de la tarde, tras darle muchas vueltas al asunto, llamó a la Guardia Civil y cuando tuvo a los agentes presentes en la finca, los llevó a la zanja.
-Ahí está en cadáver de Antonio. Le he matado –confesó.
Los agentes sólo veían un montón de tierra revuelta, así que le pidieron que se aproximara al foso y les indicara el lugar exacto del enterramiento.
-No. No quiero volver a verlo.
En un descuido de los miembros de la Benemérita, echó mano de la escopeta de caza que había dejado oculta detrás del tronco de un árbol y se disparó un cartucho en la barbilla, en un supuesto intento de suicidio. Sólo consiguió herirse en la mandíbula. Inmediatamente, la ingresaron en la unidad de salud mental de Torrecárdenas, en Almería, capital donde se apreciaría que estaba bajo un profundo shock por lo que había hecho e influenciada por los efectos de una fuerte depresión.