Muy bien, habiendo cumplido ya con la tradicion me dispongo a continuar mi historia.
Como iba diciendo, salimos de la estación de atocha por la salida que da justo al museo antropológico. La chica estaba eufórica completamente fuera de sí, gritando y hablando con todo el mundo.
Yo reconozco que tenía intenciones libidinosas pero se puede decir que fui a por lana y salí trasquilado. Esa chica era guapa, inteligente y estaba bastante buena. Sin llegar a ser una chica llamativa, era físicamente muy follable en su discreción. Fumaba porros compulsivamente y eso fue lo que la condujo a la locura según supe en aquellos momentos tan tortuosos. Entre esparabanes, vaivenes y aspavientos manteníamos una conversación de la que yo trataba de sacar la mayor cantidad de información posible, pues estaba completamente perplejo.
Comenzamos a andar por la acera del ministerio de agricultura. Había un coche de policía aparcado con los agentes dentro y ella empezó a lanzarles improperios asobrosos, desde el socorrido hijos de puta al me cago en vuestros muertos. Los policías no se inmutaron, encendieron el motor del coche patrulla y se fueron. Por allí pasaba una pareja de jóvenes con un carro de bebé. La moza, gordita y con pintas punkis, empezó a decir que eso estaba muy bien, que tenía un par de cojones y que no podían hacerla nada. Yo alucinaba, tenía la sensación de vivir una pesadilla.
Seguimos avanzando. Ella iba cantando y bailando, recuerdo que se esforzaba especialmente con una canción que creo que es de Bebe, que dice algo como "no quiero llorar, quiero andar con mis pies, lara lara lara lala". En fin, yo le suplicaba que detuviera ese espectáculo, que me estaba haciendo sentir mal. En aquella época yo sufría una crisis depresiva que me mantenía bastante abajo, lo último que necesitaba era pasear por madrid con una loca de atar que seguramente me buscaría un problema. Traté de hacer que entrara en razón con toda la persuasión que pude, pero la información que le transmitía no hacia sino enfurecerla más, enajenarla más. Empezó a gritar "ESTE ES MI AMIGO XXXX, ES ESQUIZO Y DEPRESIVO ¡¡Y ES UN TÍO DE PUTA MADRE!!... Yo anhelaba la paz del sepulcro como nunca lo he hecho.
Una anciana le dijo que se calmara, ella se puso a hablarle con dulzura a la mujer. Acabaron amigas. Mientras se alejaba de nosotros, la anciana le decía "a pesar de tu pelo eres una chica guapa". Recordemos que el nuevo look de mi "amiga" era una cresta. De cuando en cuando empezaba a decir que ella era la más puta, gritaba que ella era la más guarra y la más puta. En estas ocasiones se endemoniaba terriblemente, se ponía violenta y yo me alejaba de ella. Luego se volvía hacia mí con una sonrisa y me invitaba a seguir caminando a su lado, comenzando de nuevo a cantar.
Sabrán los madrileños que por esa zona hay una discoteca muy del gusto de los jóvenes. Creo que se llama Radikal o Kapital, algo así. Había unos chicos repartiendo flyers. Recuerden que hasta hace poco hubo unas obras en la estación de atocha gracias a las cuales tenías que hacer todo el recorrido que describo para llegar a la cuesta de Moyano. En fin, mi amiga se puso a hablar con los chicos. Empezó a hacer sus locuras, a gritar sus lemas, a bailar sus canciones... Hasta que un chico me dijo "oye, ¿vosotros sois de un grupo de teatro alternativo o algo así?" Yo le contesté que no, que, en fin, era una compañera de clase a la que hace tiempo que no veía y que me había encontrado en esta situación sin comerlo ni beberlo. El chico me dijo que me la llevara de allí porque le estaba espantando a la gente, no sin antes hacerle un gesto a la lunática para que se limpiara la saliva reseca que adornaba la comisura de sus labios.
Cerca del quiosco de la cuesta de Moyano había otro coche de policía. En esta ocasión la loca se acercó educadamente a los agentes y les dio las buenas tardes. La policía no es tonta, seguro que la venían observando desde hace rato, pero no hicieron nada, simplemente rechazaron su saludo diciendo "que si, que si, que los perros son verdes". Se montaron en su coche y se fueron.
Yo estaba agotado, no sabía qué hacer, no aguantaba la situación, si la dejaba sola me sentiría culpable. Si me quedaba, ¿qué me depararía el destino? Estaba en un callejón sin salida. La convencí para que se sentara en un banco y le pregunté si su familia sabía dónde estaba. Me dijo que sí, que su madre sabía que había quedado con un compañero de clase. Le dije que si seguía comportándose así me iría. Me dijo que dejaría de hacer locuras. Es lo que más me irritaba, se podía hablar con ella perfectamente, ella escuchaba y respondía cosas lógicas, pero cuando pasaban dos segundos estaba de nuevo gritando y molestando a los transeúntes.
Muchos huian asustados, pero con otros congeniaba. Esa noche había un concierto de Skalariak al que ella iba a asistir. Resulta que por alli pasaban dos punkis que también iban a ese concierto. Vi el cielo abierto, pensé que se la llevarían y podría irme en paz. No fue asi, siguieron su camino. Les vi alejarse como quien ve pasar el último autobús sin poder alcanzarlo.
También hubo un chico con una bicicleta que estaba por allí. Se puso a hablar con él, al parecer era del este de europa, no recuerdo esa conversación, pero de pronto el ciclista sacó una ficha de chocolate y nos ofreció. ¡Lo que faltaba!, pensé. Afortunadamente mi loca amiga rechazó el ofrecimiento y siguió su camino a ninguna parte. Cruzamos el paso de peatones del Paseo del Prado y allí se descontroló totalmente. Había una muchedumbre de niñatos que venían de hacer botellón para entrar a la discoteca a la que antes he aludido, creo que es Kapital el nombre. En fin, la perdí entre una turba de jóvenes alcoholizados, la veía de lejos agitando los brazos en el aire, en medio de un corro de personas que contemplaban el espectáculo. Fue entonces cuando me fui. La dejé allí, desaparecí entre la gente, volví a casa. Nunca he sabido qué hizo cuando me fui, si me buscó, si se extrañó al no verme o si le partieron la cara.
Al principio tuve remordimientos, me sentía obligado a dejarla en algún lugar a salvo. Luego comprendí que soy un auténtico gilipollas por aguantar más de cinco minutos a semejante elementa. Cuando pasó el tiempo la vi en la facultad de nuevo. Había engordado, seguía con el pelo corto y apenas me dirigía la palabra. Yo a ella tampoco, le dirigí un saludo y seguí mi camino. Estuve un par de semanas temiendo un encontronazo con ella, que me echara en cara haberla abandonado aquella tarde, pero no, las pocas veces que nos veíamos en los pasillos no intercambiamos palabra, y en las ocasiones aún menos frecuentes en las que nos juntamos en la cafetería con otras personas actuamos como desconocidos.