... muy aburrido, así que pensé que no estaría mal coger la camarita y retratar a alguna chavala asín desnuda y eso, o mejor medio desnuda, con el pantalón medio bajao y las bragas despasás a medio muslo, que siempre parece que es más morboso. Unas fotos que dieran para paja, sin descuidar el aspecto artísitico, siempre fué algo que me entretuvo agradablemente los momentos de ocio.
Así que me puse a cavilar a ver quién me podría hacer de modelo. No habían muchas opciones que dijéramos. A las angelicales y perrofláuticas modelos que paraban por la facultad o por el Círculo de Bellas artes a que las pintaran o modelaran en porreta, ya me las conocía y no me apetecía llamar a ninguna, porque me salía un poco caro y por otras cosas que mejor me callo.
Así que después de meditar un rato, me vinieron a la memoria las golfas que se ponían en las inmediaciones del puerto a esperar a los clientes, y pensé que alguna de aquellas mozas tan necesitadas quizás posaría para mí a cambio de unas pocas pesetas. Sólo pensarlo se me empinó la tranca, de modo y manera que cogí una vieja Exakta que compré en un mercadillo, le ediñé un flash a pilas made in Hong Kong, y me monté en mi desvencijado Renól dispuesto a buscar fortuna.
Como quiera que el mundo de la prostitucción era desconocido para mí y me daba algo de vergüenza, me volqué antes de salir de casa un par de copas de coñá para infundierme valor, cosa que más me valiera no haber hecho, porque el Soberano no es buen compañero en según qué situaciones, como ahora se verá.
Llegué al sitio, apagué la radio y bajé la ventanilla. Con el motor casi al ralentí me recorrí la oscura avenida ojeando a ver lo que había.
Un ejército de yonquis desdentadas y esqueléticas ofrecían sus ajadas y escurridas carnes a quien las quisiera comprar. Me dí un par de vueltas y ya me disponía a volverme para casa dado el desolador panorama que a mi vista se ofrecía, cuando de sopetón ví a una pelandrusca en una esquina, muy elegante toda vestida de negro, con el pelo largo y rizao y botas de esas como Napoleón, por encima de la rodilla.
-A vé si va a poné la afoto en arguna revista o argo, eh?
-Qué va, mujer. Si es un hobby.
-Ay, un jobi dice er tío. Míralo, si parece un cantante de los Bitels.
-Va, sube. Y me lo arreglas bien, que ahora mismo estoy en el paro.
-Son veintemil y con la cara tapá.
-Si quieres dosmil pelas, es lo que tengo. Total van a ser diez minutos.
-Ea. Pos venga.
Nos fuimos a una zona algo apartada, a salvo de miradas indiscretas. Siguiendo con docilidad mis indicaciones, se quitó la chaqueta y la minifalda, quedandose sólo con el tanga y las botas puestas, como el general Custer en Little Big Horn.
Abrí el capó del coche y la dije que metiera la cabeza dentro, como si estuviera arreglando el motor, con el culo bien en pompa para que luciese.
-Tu me está rezurtando muy, pero que muy morbosiyo.
-Toma, claro. Pues no estás tú poco buena. Saca el culo más pa afuera.
-Otro día viene y me enzeña los afoto, eh? Es por curiosidá.
La chavala, vista de cerca, era un callo, si, en todos los aspectos, menos en el culo. La heroína se conoce que no había acabado de derrotarla, y aunque feúcha y con pinta de drogata, carnes tenía y bien repartidas, sobre todo en las ancas, que parecían talmente dos mapamundis ó dos pelotas de baloncesto, por lo lisas y redondas, y sin atisbo alguno de flaccideces ni pieles de naranja.
Así que ni corto ni perezoso empezé a magreárselas por el procedimiento alterno de palmada, pellizco y apretón, susurrándole al tiempo gorrinadas al oído a ver qué me decía.
Tal vez no me crean ustedes, pero la total pasividad de la golfa, lo bizarro de la situación y el hecho de encontrarse en un sitio público aunque poco transitado, me embravecieron la minga de tal manera que no hubo más solución que satisfacer el instinto allí mismo.
-Ahora quiere follar también er señorito, no te joe. Si quieres te pongo condón y te la chupo, si es lo mismo.
-Qué va a ser lo mismo. Ni punto de comparación!.
Se conoce que tenía prisa por ir a pillar drogainas y las dosmil que le dí le quemaban en el bolsillo.
Logré convencerla -o eso creía yo-, nos fuimos al asiento de atrás y me puse a empujármela con ansia y desesperacion, mientras las castigadas suspensiones del Renól chirriaban y crujían, tal era la fuerza de los apretones. La puta no decía ni mú, pero yo, que estaba enardecido, la llamaba cerda y gorrina y que ojalá tuviera marido para que nos viera follando y que me gustaría lefarle el jeto y un largo etcétera de cosas.
Acabado el asunto, más satisfecho no podía yo estarlo, pero de todos es sabido que las momentos buenos duran muy poco en ésta vida, y que siempre hay alguien dispuesto a joderte y a quitarte la ilusión.
Comenzó a ponerse inconveniente, a decir que follar costaba más dinero, que no la había valorao como mujer, que eso no podía ser y que la diera mil duros o se ponía a chillar. Me disponía a usar de la sicología con el fín de apaciguarla, cuando escuché unas voces a lo lejos.
-Amigo, amigo. ¡Qué pasa!. Amigo!.
Levanté la cabeza y oteando por la ventanilla ví que por la carretera venían, bronce y sueño, los gitanos.
Un nutrido grupo de calés, alertados por los destellos del flash, visibles de bien lejos durante la noche, venían a satisfacer su curiosidad con toda su cultura milenaria a cuestas, y quien sabe si también con facas o con palos. Era de preveer, dado que muy cerca se ubicaba un poblado chabolista de pésima reputación, cosa en la que no había caído, ansioso como estaba por descargar la cojonera.
-Qué pasa. Oye. Amigo! - exclamaban los calés apretando el paso.
La situación no pintaba bien, esa es la verdad, pero nunca a un hombre bien dispuesto como yo me considero serlo, le han de faltar los recursos cuando los haya menester.
Agarré a la puta por las solapas de la chaqueta-el coito fué semi-nude, que me ponía más verraco-, y sin hacer uso excesivo de la fuerza, la saqué del automóvil, con la mala fortuna que se dió un coscorrón al salir contra el quicio de la portezuela.
-Que te rajo.
-Tu puta madre.
Cerré las puertas con seguro y puese el motor en marcha, los gitanitos ya se encontraban a escasos palmos del vehículo. Arranqué y dí marcha atrás con precaución, no fuera que atropellara a alguien, y cuando el morro apuntaba a la salida del descampao, puse las largas y salí chiscando rueda al más puro estilo de Forocoches, su foro amigo.
Y es que por mucho que digan, las putas pueden ser la perdición de uno, y cuando les dá la ventolera, no paran hasta joderte bien jodido. La cual cosa en mi caso puede verlo claro un ciego.