Atención, tocho.
No es que tenga un gran arsenal de citas locas (aunque algunas de risa sí que tengo, como aquella vez que quedé con una amiga de Santander y la cita paso enseguida de lo sicalíptico a lo lisérgico cuando terminamos en una fieshta en casa de una especie de parapsicóloga - Stephanie no sé qué - con Iker Jiménez) pero hubo una en particular que me marcó.
Uno de mis contactos Badooleros (sí, lo confieso) era una chica algo más joven que yo, con la que tenía bastante contacto por el chat de la propia página primero, por el messenger y por teléfono, pero que por hache o por be nunca terminábamos quedando, aunque yo le insistía porque me caía bien y era bastante mona. Ahora, a toro pasado, me doy cuenta de que había ciertos indicios, ciertas pistas, que deberían haberme puesto en guardia. Cierto que yo era más joven, más inexperto y más garrulo, pero aún así...
Tras varios intentos infructuosos, conseguí citarme con ella una noche en Pozas, una de las zonas de bares de Bilbao. Llevábamos ya algún tiempo tonteando y en los últimos días la cosa había subido de tono, así que me preparé para una noche de triunfo y puerta grande.
Bendita cita a ciegas.
Cuando la vi me di cuenta de por qué en las fotos salía en encuadres raros, en planos cortos, y de golpe reinterpreté la timidez y la gazmoñería en su justa medida como inseguridad y miedo al rechazo. La chica de cara era mona, pero estaba gordísima, y las fotos que tenía eran de algunos años antes. Cuando digo gordísima me refiero a muy gorda, no simplemente rellenita, lo que se acentuaba porque era bajita y tenía además un tipo bastante raro. Esa mujer no tenía culo, tenía un horizonte de sucesos. No me interpreten mal, no soy superficial, o al menos no hasta el punto de descartar a alguien con quien tengo buen rollo por el físico, ero me sentí lógicamente engañado, y no hay nada peor en una primera cita que frustrar tan dramáticamente las expectativas. Aún así, como ella me caía bien, ante la perspectiva de un polvo fácil decidí en un desgraciado momento de ofuscación seguir con el plan según lo establecido, es decir, salir de fiesta en plan tranquilo y acabar... pues dios sabía donde, porque en el asiento trasero de mi coche era virtualmente imposible salvo que desafíaramos las leyes físicas (y posiblemente, las de tráfico). Así que allá me fui, recorriendo bares tomando copas en un intento de acumular valor y libido suficiente para acometer la tarea.
No me culpen. Llevaba una mala racha.
En fin, no detallo más porque la cosa acabó en su casa. Bueno, mejor dicho, en la de sus padres. La chica vivía en un pueblo cerca de Bilbao y la familia estaba en el pueblo, por lo que "tenía la casa libre jijijiji" (cito de memoria pero bien podría ser sic). Entramos en su habitación y ya desde el principio sentí ardor de estómago, porque era una habitación un poco desasosegante, como de niña. Se supone que la chica tenia veintitantos, pero la habitación parecía de catorce, no sé si me explico. Incluso tenía una casa de muñecas en un rincón. En fin, qué puedo decir. Llegados a ese punto, y si una mujer te deja entrar en su dormitorio, por los dioses que iba a poner una pica en Flandes.
Una pica en Flandes...
La cosa no empezo mal, porque si uno cierra los ojos en el fondo se puede imaginar cualquier cosa, sobre todo si los cierra muy muy fuerte y trata de evadirse a un mundo mágico y feliz de senos turgentes y carnes prietas. Mucho comernos la boca y caricias y eso, pero una vez que la ropa quedó fuera de juego...
Ahí querría haberlos visto a ustedes, folladores.
Educado en la asepsis del sexo diferido y en la comodidad y confianza de las relaciones estables, hay una cosa que me resulta particularmente antierótica, y no lo puedo evitar. Es como mi kriptonita sexual, mi chute de bromuro. Y es el mal olor. No lo soporto. Pues bien, cuando aquella mujer abrió las piernas... bueno, más bien los perniles de brontosaurio, frente a mí... Para empezar tenía la parte interior de los muslos como rozada, como con callo, lo cual me dio un asco infinito. Pero lo peor fue el olor y el aspecto de aquel coño preternatural, aquel coño húmedo y viscoso y feo como sólo puede ser feo un coño. Ahí les querría yo haber visto, valientes, frente a aquella boca lovecraftiana, frente aquel murruño pestilente y sudado y peludo. Aquello tenía algo de gelatinoso, algo de batracio, como el vestigio primigenio de nuestro pasado anfibio. Si aquel coño hubiese tenido nombre, señores, sería un nombre que no debería ser pronunciado. Así como la sinuosa esfericidad imperfecta de aquella mujer desafiada la geometría euclidiana, su coño desafiaba las más elementales reglas de la sensualidad.
¿Y aún así creen que me arredré?
Si alguna frase se me quedó grabada de la película "Amanece que no es poco" es aquella que pronuncia Luis Ciges al compartir lecho con su hijo recién llegado: "un hombre siempre es un hombre en la cama". Aquel coño eran mis miedos. Aquel coño eran mis escrúpulos, mis fobias, mis pesadillas. Aquel coño que amenazaba con devorarme entre sus apestosos labios abotargados era mi némesis. Mi ballena blanca. Así que con un supremo esfuerzo acerqué mi boca abierta y le apliqué la parodia obscena de un cunilingus patético, respirando por la boca y conteniendo, lo juro por lo más sagrado, las arcadas. No creo que lo lamiera media docena de veces porque aquello era superior a mis fuerzas, así que decidí que allí donde mi lengua no se atrevía a aventurarse, bien lo haría mi cimbel enfundado en un aséptico y bendito profiláctico. Dicho y hecho, empecé a percutir con el entusiasmo de quien piensa que lo peor ya ha pasado, y que París bien vale una misa y que en peores garitas hemos hecho guardia.
Y una polla.
No sé si era el olor, la panza de la chica que no me dejaba empujar a toda máquina, o yo qué sé, que aquello no iba ni de casualidad. Probé diferentes posturas, normalmente a cuatro patas me suele poner bastante, pero había algo entre esos dos páramos lunares y fofos que eran sus nalgas que me repugnaba casi ontológicamente, lo mismo que sus tetas blandas y fláccidas con pezones enormes color chocolate. Fui, lo confieso, incapaz de correrme. No es que tuviera un gatillazo, es que entre la incomodidad, la situación y lo grotesco que me empezaba a parecer todo, yo serruchaba y serruchaba pero no sentía absolutamente nada. Así que tras un buen rato y tras descartar, por razones obvias, que ella se me subiera encima, sencillamente lo dejé pasar. Me quité el condón, todavía con una erección más que pasable dadas las circunstancias, y me tumbé a su lado. Ella estaba decepcionada, no sé, empezó con no sé qué neuras de que si no le gustaba, que si qué pasaba, que si tal y cual y al final como medio haciéndome un favor (a todo esto, ella sí parecía haber disfrutado de lo lindo con todo, desde el amago de comida de coño hasta el interminable mete-y-saca) se puso a chupármela para que me corriese.
Ahí sí que ya... No soy un experto en felaciones y tampoco recuerdo que ella fuese especialmente buena o mala, pero entre la situación, ahí tumbado boca arriba, la habitación que de verdad que daba grima, finalmente mi soldadito de Pavía dijo que no iba a gastar la pólvora en salvas y se batió en retirada. Ahí creí yo que se acaba todo, insensato de mí. Ella se lo tomó como una ofensa o algo, porque empezó con unas paranoias del copón bendito. No sé qué ilusiones se habría hecho, no sé qué pensaría que había entre nosotros, pero ahí fue un torrente de "si es que no te gusto", "si ya sé que estoy gorda", "si estás aquí por pena", "que te doy asco"... Yo intentaba capear el temporal lo mejor que sabía, pero nunca he sido hombre de tacto, y además la vengüenza ajena me superaba. No recuerdo qué exactamente, pero algo debí de decir, o algo debí de hacer que provoqué el armagedón.
Si el drama me estaba matando, faltaba todavía la tragedia. La chica empezó a quejarse de dolor de estómago, empezó a respirar agitadamente, a hiperventilar o qué sé yo, que me puse loquísimo. Como no tenía claro si le ocurría algo real o era una patochada, le dije que no quería escenas, que lo sentía pero que no era lo que esperaba, no me acuerdo bien de los detalles. El caso es que ella se quedó encogida de espaldas a mí y le daban temblores, era algo del todo punto espeluznante. Yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, por lo que yo sabía, bien podía estar enfrentándose a un xenomorfo que pugnaba por escapar de su voluminosa caja torácica, o lo mismo su masa estaba colapsando y pronto se iba a convertir en la estrella más brillante del firmamento.
El caso es que el colofón fue cuando ella empezó a vomitar.
No sólo el kalimotxo que había bebido conmigo, no, empezo a vomitar líquido bilioso y espeso, aquello fue... En fin, no quiero detallar más cómo con fregona y toallas y con el asco más profundo que he sentido y sentiré jamás, arreglé un poco ese desastre y acabé con esta mujer en el hospital, con un ataque de ansiedad diagnosticado, mintiendo cutremente a su hermano cuando apareció en Urgencias y me relevó de mis funciones.
Cuando atravesé la puerta de Cruces, allí mismo en el túnel, estuve a punto de arrodillarme y gritar "Thalassa! Thalassa!".
No fue sino al llegar a casa, bajo la ducha, cuando pude quitarme el olor a vómito y sudor y derrota y cutrez, que me di cuenta de que aquella noche había sido mágica, porque todas se medirían con ella. Había tocado fondo, y había salido con bien. Con fuego y golpes se forja el acero, y con fuego y golpes me había forjado yo. Allí mismo en la ducha me hice una tremenda gayola, casi rabiosa, y cuando me corrí me sentí limpio por dentro como si me hubieran sacado un veneno. Me sentía puro, nuevo. Había alcanzado el nirvana.
My two cents. Gracias por leer hasta el final.