Hace tres semanas quedé con unos amigos para salir, en principio nada serio, cuatro cervezas y para casa. Lo malo es que la cosa se salió de madre y terminé con una cogorza enorme. De un bar a otro, y de ahí a otro, terminando en uno que celebraba un sucedaneo de Oktoberfest bastante cutre, pero con jarras de litro a bastante buen precio.
En ese sitio, cuando ya dejé de ser consciente de mi situación, se me acercó una tipa gordita, la cual empezó a soltarme vaciladas y a ligar conmigo descaradamente. Yo le seguia el juego ante la atónica mirada de mis amigos y, ya en el momento de irse, nos deleito subiéndose la falda, poniéndo mis manos en sus tetas y comiéndome los morros, sin que yo pudiera hacer nada, dado mi estado. No sé ni como, apunté su teléfono.
¿Error? Quizás.
Durante esa semana estuvimos intercambiando mensajes, y ella me proponía quedar. No fue prodiga en fotos, por lo que tuve que tirar de memoria, recordando la imagen de una especie de gordita pseudogótica, cada vez con más nitidez.
Así pasó la semana, hasta que llegó el viernes y me propuso vernos. Durante un rato mi pensamiento fue un WTF, pero de repente algo se cortocircuitó en mi interior: pensé en el foro, pensé en Karlitros y me dije "si él puede, yo también, y además nos echaremos unas risas cuando lo cuente".
Qué cojones, a su casa que me fuí, kamikaze absoluto, siendo totalmente consciente de que iba a perpetrar un polvo con una gordita que, por lo demostrado en las conversaciones, iba a ser lo más lacio a la hora de follar.
Cuando llegué a su casa y me abrió, me recibió con un conjunto que calificaría de escalofriante, más cercano al disfraz de Halloween que a lencería sexy.
En serio, imaginad a una tía de, aproximadamente, 1.75 y unos 85 kilos embutida en un conjunto con los colores del Joker, con predominio del morado, y tacones sacados de ortopedia. Además, al andar, se balanceaba, como si las caderas y los muslos no dieran más de sí.
Era justo lo que me esperaba, no podía ser más feliz.
Tras una breve charla, nos fuimos a su dormitorio, la desnudé y con ello abrí uno de los 7 sellos. El horror.
El horror.
Lo primero de todo, corroborar absolutamente el tema del olor que se desprende de debajo de los pliegues de una gordita, y que ha señalado el amigo Stonehenge el Batallador. Lo calificaría como un olor a rancio y con aroma a salado, pero muy desagradable, sin duda.
Esta chica, gracias a Dios, lo tenía depilado, pero no evitó que comerse eso fuera una experiencia muy desagradable, no solo por el olor, no por el hecho de tener que hacer fuerza constante con la mano para que las carnes no se cerrasen evitando toda exploración, cual cueva de Ali Babá, si no por el hecho de tener que arrimarme tanto, tanto, que mi nariz quedaba taponada con la carne sobrante.
Era necesario tomar aire y sumergirse, literalmente, en un mar de carne con olor a salmuera.
Cuando ya me cansé de aquella situación bochornosa (ella estaba encantada, con las piernas extendidas y los brazos detrás de la cabeza), nos pusimos al lío y...ni un puto condón decente.
Bueno, sí, solo uno: el primer condón femenino que he visto en mi vida.
Imaginad un calcetín de latex. Pues lo mismo.
Se lo colocó a duras penas, y era como ver una bolsa del Mercadona asomando de su coño, la imagen más ridícula (después de la mía intentando comerme ese coño) que he visto en mi vida, sexualmente hablando.
Imaginad como se debe follar con eso. Efectivamente, 4 empujones y a otra cosa, porque no había manera, sobre todo por las risas que me estaba echando.
Salí de ese chocho como pude y me tumbé junto a ella, aunque duró poco, porque entonces fue ella quien quiso tomar la iniciativa.
Iniciativa que yo estaba convencido que no llegaría a ningún lado.
Intento un sucedáneo de mamada, aunque creo que nunca me la llegó a chupar; me resultaba imposible verlo, y sentirlo con ella encima y manoseando, mucho menos.
Cuando noté que su intención verdadera era hacer un 69, por razones obvias, me revolví como un hábil luchador grecorromano, dando su momento de gloria por terminado.
Pero comenzando el momento más espeluznante que he tenido el placer de vivir.
Decidí ponerla a cuatro patas, por hacer algo, y empecé a darle azotes, que visto lo visto, era lo único que hacía que me empalmase. Aprovechando su situación y la mía, opté por darle por el ojete, y entre risotadas, me puse a ello.
Ella ya me advirtió que el anal no le molaba, y quizás fue eso lo que más me estimuló.
Entre avisos de "tranquila, que lo hago suave" y ligeros gemidos de dolor por parte de ella, aquello comenzó a entrar, hasta que me confirmó que era el primero que le taladraba el culo. "Pues qué bien, será que no me sorprende", pensé yo.
Seguí hasta conseguir un buen ritmo, y el hecho de sentir cierta lubricación facilitando el trabajo me llevó a pensar que igual el viaje no había sido en balde.
Hasta que con tanta lubricación se me salió el rabo del agujero y...¿lubricación?
NO.
Mierda.
Montones de mierda.
Saqué mi rabo rebozado en pura mierda, mientras del culo de ella salían escupitajos de mierda y churretes resbalando nalga abajo, cual geiser.
Salí de esa cama como pude, me dejé de preocupar de su puto culo rezumante de caca y me preocupé de mi chorra, envuelta en una nauseabunda capa marrón que dejaba tras de sí un olor absolutamente desagradable y que, en las noches de soledad, creo seguir sintiendo. No bromeo.
Entré en el baño, puse el nabo bajo el grifo y con los ojos cerrados, mucho valor y mucho jabón en las manos, comencé a limpiar aquello, sin parar hasta percatarme que estaba brillante y con olor a frutas del bosque. Me lo habría desgastado a base de frotar, si hubiera sido preciso.
Cuando verifiqué que estaba limpio, salí del baño para que ella se limpiara toda su ponzoña.
A partir de ahí, a vestirse y a elegir el momento de pirarse.
Por supuesto, no ha vuelto a haber contacto.
Y así es como el karma decidió pagarme en forma de caca el hecho de querer echar unas risitas a costa del polvo con una gordita.
La verdad que el momento fue absolutamente traumático, pero ahora lo recuerdo como uno de los más hilarantes de mi vida.