Una vez fui a Tanger con un hamijo enorme, un coloso, una mole y un broncas, aunque jamás tuve un problema con él. Era el único con el que ir, porque cumple con el rol de Vinnie Jones, macarra que no teme a nada. En el ferry compramos tabaco y Jack Daniels, un poco más barato, aunque tampoco mucho. Era Ramadán y no lo sabíamos, planificamos muchas cosas, pero no eso. Escapadas por Tetuán, visita a Xauen (El Aaiún) y todo fue fenomenal. Las moscas parecían croquetas, no sabías si te iba a pasar por el lado una CBR o una FZR, evidentemente, los habitantes de la aldea vendían sus dulces espantando las moscas a manotazos. Los niños eran un puto peligro, pedigüeños hasta durmiendo, parecían venezolanos. Mucha policia secreta arreando hostias a estos en las plazas públicas. La conducción, psicótica, no se matan porque Alá les asiste como quien juega al Scalextric. El oro de joyeria, al igual que la plata, a precio hinchado (gran decepción). Un moro hijo de puta dando la brasa para que le cambiase las gafas de sol por dos Rolex, con las agujas de los cronógrafos pintadas, por supuesto. A pesar de ello, al ponerse el sol algunos tangerinos comían fuera de casa y ofrecían lo poco que tenían al visitante. Creo que cada día me vino uno distinto a intentar venderme hachís, primero querían el dinero y a la media hora "vendrían", cosa que no colaba. Pese a todo era mas o menos seguro coger un morito (el taxi clásico, es decir un Mercedes blanco con mas años que una cancela y un olor a culo insoportable), para escaparse de madrugada a por un termo de té moruno con hierbabuena, que por cierto, quemaba como su puta madre y con más azúcar que el copón divino.
El gran problema lo tuvimos a la vuelta, vimos un McDonalds en Tanger, muy chulo, con dos accesos, dos plantas y desde fuera parecía una mezquita con su alminarete. Y allí que fuimos. Ya nos pareció raro que estuviera vacío, pero joder, siete días comiendo lo que comen estos es demasiado tiempo, aunque el cordero con ciruelas es una puta delicia. Nos sentamos donde hacía sol, en la ventana acristalada que daba a la calle. Cogemos fos menús, todo vaca y dos por barba y a comer. A los cinco minutos pasa por la calle un barbas mirándonos con desprecio absoluto desde de fuera y haciendo aspavientos. Treinta segundos mas tarde una pedrada al cristal, nos viene alguien del personal y nos recomienda ponernos más adentro. También que al salir fuera por la parte trasera que daba a una terraza. Salvo eso, no pasó gran cosa, salvo que me traje diez pares de Nikes falsas para hacer negocio. Por cierto falsificaciones muy buenas.