Últimamente me junto con bastantes expresidiarios old school, y en sus antebrazos dominan el rojo, el verde, el azul y el negro. Figuras y símbolos desdibujados reflejo de la vida desordenada, pasada y presente, de sus portadores. Pobres diablos matando las horas a base de botellines hasta que el apechusque final a la patata haga acto de presencia.
Realmente ya los tatuajes les dan igual y no les prestan atención, pero a mí ya me están dando información suficiente para saber que no se los hicieron en un estudio de tatuajes molón intercambiando batallitas con algún poseur barbudo al calor de una cerveza artesana. Ni siquiera se los hicieron en este siglo.
Cuando acudía el templo de las pollas, también había algún sudaca con tatuajes que no sé si eran de cárcel, pero con motivos imposibles dignos de las comunas más pobres de su lumpenbarrio de Cali. Pareja perfecta para esas sudamericanas con más tablas que Celia Cruz, que llevan tatuajes de horribles mariposas borrosas en el omóplato.
Tal para cual.