Existe en Galicia una homogeneidad de carácter, tan secularmente autóctono, tan contrario al alma castellana, que a menudo caemos en tentaciones antipáticas, tales como la de proclamar que nosotros somos arios y los demás semitas. Con todo, séanos permitido decir con Portela Valladares: “Los confusos linderos de la raza se destacan en Galicia de rara manera, porque celtas, suevos, normandos, peregrinos, cuantos allá fueron, vienen de un tronco común, repiten la misma sangre, como la repiten los iberos, los fenicios, los árabes y bereberes, los almoades y los almorávides en otras zonas de la Península. En la medida de lo posible, indudablemente poseemos unidad etnográfica” (Castelao, 1994, pp. 260-261).
Galicia “tiene, si quisiéramos –que no queremos–, características diferenciales de raza, pues somos predominantemente celtas” (Castelao, 1994, p. 322).
“Lo que el mundo distingue como “español” ya no es “castellano; es “andaluz”, que tampoco es andaluz sino gitano. A este respecto hay que decir que no negamos la hondura cultural de Andalucía, solamente comparable a la nuestra; pero es que allí los fondos antiguos de mayor civilización están ahogados por la presencia de una raza nómada y mal avenida con el trabajo. “Estos son unos hombres errantes y ladrones” –decía el padre Sarmiento–; y si nosotros no apoyamos tan duro juicio, nos mostramos satisfechos de no contar con este gremioen nuestra tierra. El caso es que los gitanos monopolizan la sal y la gracia de España y que los españoles se vuelven locos por parecer gitanos como antes se volvían locos por ser godos. La cosa está en consagrar como español todo cuanto sea indigno de serlo. (...) Pero... ¿Qué son la golferancia y el señoritismo sino un remedo de la gitanería? ¿Qué es el flamenquismo sino la capa bárbara en que se ahogaron los fondos tradicionales de España, la cáscara imperial y austriaca, los harapos piojosos de la delincuencia gitana? Hoy el irrintzi vasco, el renchillido montañés, el ijujú astur, el aturuxo gallego y el apupo portugués están vencidos por el afeminado Olé... Pues bien; los gallegos espantaremos de nuestro país la “plaga de Egipto” aunque se presente con recomendaciones..., porque somos la antítesis de la golferancia y del señoritismo, de la gitanería y del torerismo” (Castelao, 1994, p. 367).
“Siendo Galicia el reino más antiguo de España le fue negada la capacidad para asistir a las cortes, y ésta es una ofensa imperdonable; pero peor ofensa fue la de someternos a Zamora –una ciudad fundada por gallegos, pero separada ya de nuestro reino y diferenciada étnicamente de nosotros–. Con razón el exaltado Vicetto escribió estas palabras: “¿Y quién le negaba (a Galicia) ese derecho de igualdad y solidaridad entre los demás pueblos peninsulares? Se lo negaba la canalla mestiza de gallegos y moros que constituía los modernos pueblos de Castilla, Extremadura, etc.; Se lo negaba, en fin, esa raza de impura, adulterada sangre” (Castelao, 1994, p. 393).
Y si la raza fuese, en efecto, la determinante del carácter homogéneo de un pueblo, sin que por así creerlo incurriésemos en pecado, bien podría Galicia enfrentar su pureza con el mestizaje del resto de España, atribuyéndole a la sangre árabe la indisciplina, la intolerancia y la intransigencia con que los españoles se adornan” (Castelao, 1994, pp. 446-447).