Llevo varias semanas acudiendo a la iglesia. Me reconforta en esta insatisfacción y sensación de soledad que me acucia. He descubierto los brazos del Señor y él en su inconmensurable generosidad, ha aceptado a esta superficial, egoísta y egocentrista pecadora. Como la Magdalena de nuestros tiempos allí me he presentado y me he confesado con el párroco. Siempre he querido confesarme. Hubiera preferido hacerlo con un traje dieciochesco y un velo negro tapando mi rostro, pero he tenido que hacerlo en vaqueros.
Se lo recomiendo a todos. Qué sensación de liberación, qué bienestar mental más absoluto. Un párroco joven con gafas me ha abierto sus manos y me ha dicho Aquí hay un sitio para ti.
Y después de dicerle cosas muy fuertes como que deseaba la muerte de la cubana. Ni se ha inmutado, me ha dicho que me espera la semana que viene. Es mi mejor amigo.
Vosotros solo me hacéis mal. Morid en las cloacas del infierno, yo me he salvado en el descuento.