Gran gesta de Baler
Entre 1898 y 1899, en Baler, provincia de Nueva Écija, Filipinas, cincuenta
y siete españoles resistieron durante 337 días, en condiciones de extrema
dureza, el asedio y sitio de su posición por parte de tropas filipinas, en
la convicción de que estaban cumpliendo con su deber e ignorando que la
guerra había terminado.
La heroica (aunque infructuosa) gesta de Baler fue protagonizada por un
grupo de hombres que, aparentemente, poco tenían en común. Sólo
aparentemente. En realidad, estaban unidos por una condición esencial que
hoy, más de un siglo después, parece haber perdido su significado: eran
españoles. Y, desde muchos siglos atrás, los españoles se identificaban con
dos cualidades que nadie, ni sus adversarios más encarnizados les negaron
nunca: patriotismo y valor. Los cincuenta y siete hombres que protagonizaron
la heroica resistencia del Sitio de Baler componían una casi perfecta
representación del mapa de España. Había hombres de prácticamente todas las
regiones españolas.
Varios murieron durante el asedio, heridos o atacados por las enfermedades
derivadas de la desnutrición extrema a la que se vieron sometidos. Los
supervivientes, cada vez más debilitados, prácticamente sin víveres, con
escasísimas municiones y la esperanza de que, antes o después, llegarían los
refuerzos que necesitaban, resistían a pesar de las órdenes que recibieron
de abandonar la posición y rendirse al mando filipino. Una serie de
circunstancias casuales condujeron al Teniente Martín Cerezo, al mando de la
guarnición tras la muerte del Capitán de las Morenas y del Teniente Alonso
Zayas, a desconfiar de la autenticidad de los documentos que le fueron
entregados, en los que se le comunicaba el final de la guerra, por cesión de
la soberanía de las Islas a los EE.UU., y se le ordenaba que depusiera las
armas.
Tras casi un año de heroica resistencia, sufriendo la muerte de varios
miembros de la guarnición, hambre, escasez y terribles enfermedades, la
lectura de una noticia en un periódico que había llegado junto con la orden
de rendición provocó que el Teniente Martín Cerezo cayera en la cuenta de
que aquella documentación no era falsa y, por fin, se convenció de que,
ciertamente, España había cedido la soberanía de las Islas y, por tanto, la
guerra había terminado.
El Teniente reunió a la tropa, comunicó a todos la situación y propuso "una
retirada honrosa, sin pérdida de la dignidad y del honor depositado en ellos
por España".
De esta forma, honorablemente, terminó el sitio de 337 días. Las condiciones
de retirada propuestas por el Teniente español a los sitiadores fueron
aceptadas. Así, con los Tenientes Martín Cerezo y Vigil de Quiñones
encabezando la formación y enarbolando la bandera española, en disciplinada
formación de tres en fondo, los 33 supervivientes de aquel sitio abandonaron
la posición, entre un pasillo de soldados filipinos que, admirados e
incrédulos, les rendían honores por su valor y coraje.
El Teniente Martín Cerezo recibió del ya presidente filipino Aguinaldo un
periódico en el que se publicaba un decreto que decía:
"Habiéndose hecho acreedora a la admiración del mundo de las fuerzas
españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, la
constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin
esperanza de auxilio alguno, han defendido su bandera por espacio de un año,
realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los
hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e
interpretando los sentimientos del ejército de esta República, que
bizarramente les ha combatido; a propuesta de mi secretario de Guerra, y de
acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Los
individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados
como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia,
se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que
puedan regresar a su país".
Lo ocurrido en Baler, como dice el periodista Manuel Leguineche, "para unos,
fue una locura, una inútil resistencia, un ejemplo de innecesario heroísmo;
para otros, un ejemplo de la capacidad de supervivencia de la raza por una
patria, una bandera y el honor". En cualquier caso, fue un suceso de la
historia de España, que muchos creen legendario, encuadrado en lo que fue la
pérdida de nuestras últimas territorios de ultramar, Cuba y las Filipinas,
en ambos casos en beneficio de los EE.UU. convertidos ya, a la sazón, en la
potencia emergente que en pocas décadas se convertiría en hegemónica.
Sin embargo, si bien ese 2 de junio de 1899, España entregaba su última
posición en esos territorios de ultramar y, junto con la pérdida de Cuba, se
finiquitaba lo que un día fue el Imperio donde no se ponía el sol, esto sólo
suponía de algún modo una pérdida material y, en cualquier caso, una enorme
pérdida de influencia en el panorama geoestratégico mundial que en esos
momentos adoptaba nuevos contornos. Pero el ocaso espiritual de España, la
verdadera pérdida, tardaría un siglo en llegar.
Ese siglo ha pasado. Ahora la historia se desdibuja, se esconde, se retoca;
incluso, si conviene a determinados intereses, se sustituye descaradamente
por mitología de nuevo cuño. Los valores que en su día nos permitieron crear
un imperio y, en su momento, perderlo con cierto honor y dignidad, han
caducado. Incluso invocarlos, no ya ejercerlos, se ha convertido en
políticamente incorrecto, digno incluso de desprecio; en el mejor de los
casos, merecedor de una magnánima condescendencia. Las Fuerzas Armadas,
defensoras de nuestra integridad territorial, nuestra soberanía y nuestro
ordenamiento legal, tienen que disfrazarse de ONG de forma vergonzante para
que se les perdone su existencia. Los símbolos de nuestra Nación son
vilipendiados, ultrajados o, en el mejor de los casos, escondidos para que
no hieran la sensibilidad de algunos. Unos cuantos españoles matan al resto,
por serlo, como lo son ellos, mientras otros negocian salvoconductos
territoriales y rapiñan vorazmente los recursos de todos. La mayoría,
felizmente alimentados, inconscientes de que lo que hoy es pan mañana es
hambre, viven en una arcadia imaginaria, que limita al norte con el terror,
al sur con el pesebre, al este con la voracidad y al oeste con el
apoliticismo. Nadie quiere problemas. Nadie recuerda nada. Solo unos
cuántos, ésos sí, y mientras puedan obtener rendimiento político, recuerdan
la Guerra Civil Española, y a los muertos, nuestros muertos, que son de
todos, utilizándolos para que lo poco que queda de la España de siempre
acabe de disolverse como un azucarillo en un vaso de agua. Y de paso se
inventan, no solo una nueva historia, sino una nueva geografía, un mapa
"étnico" en el que las señas identitarias, el ADN, la lengua, el folklore o
no se sabe qué establecerán las fronteras internas de una entidad de nueva
creación llamada algo así como estado plurinacional.
Todo esto constituye el verdadero ocaso de España. La pérdida de su esencia
espiritual, que no la pérdida de sus antiguos provincias de ultramar; la
subversión de valores; el empeño en enterrar hasta el nombre de los muertos
inconvenientes y de desenterrar, si es preciso, hasta los huesos de otros
muertos, los que más cotizan, los que otorgan rendimiento político; la
obsesión por ocultar lo que nos une e inventar, si hace falta, lo que nos
separa; todo esto es, si no lo remediamos, el principio del verdadero fin.
Pero voy a poner aquí, un pequeño granito de arena, un párrafo que servirá
para demostrar que la España que dicen que no existe estaba aquí, hace
apenas un siglo y desde muchos antes, la España de los españoles que,
unidos, sin enarbolar distinciones identitarias, entregaron todo, absolutamente todo,
por legarnos lo que ahora nos empeñamos en destrozar, por acción o por omisión.
Es, simplemente, la relación y procedencia de los españoles que lucharon juntos
por defender lo que ellos creían todavía una de nuestras provincias.
"La procedencia de cada uno de los oficiales, y de los soldados
supervivientes en Baler era la siguiente: El Capitán de las Morenas, de
Chiclana (Cádiz); el Teniente Martín Cerezo, de Miajada (Cáceres); el
Teniente Alonso Zayas, de Puerto Rico y el Teniente médico Vigil de Quiñones
era de Marbella (Málaga). Su nombre es el que da título al Hospital Militar
de Sevilla. El personal de tropa se distribuía entre pueblos de Canarias,
Murcia, Sevilla, Castellón, Valencia y Lérida, con dos soldados cada una, y
con un solo soldado las provincias de Albacete, Zaragoza, Málaga, Orense,
Mallorca, Palencia, Ávila, Granada, Castellón, Jaén, Barcelona, Huelva,
Coruña, Teruel, Salamanca, Gerona, Guadalajara, Cuenca, Burgos y Lugo. Lo
que puede justificar lo anteriormente dicho de que los defensores de Baler,
"Últimos de Filipinas", fueron una representación genuina de todo el pueblo
español."
En octubre de 1954, con motivo de la visita del Teniente General Muñoz
Grandes como Ministro del Ejército Español al Pentágono, el jefe de E.M. del
Ejército Norteamericano, Ridway, recordando el heroísmo de la guarnición de
Baler, popularmente conocida como "Los últimos de Filipinas", dijo al
General Español: "La resistencia de aquella guarnición inerme y destrozada,
es un ejemplo admirable de la capacidad de heroísmo y de la fuerza, de las
condiciones del soldado español". Añadió que recomendaba a sus oficiales, la
lectura de la famosa hazaña de Baler, símbolo de un gran espíritu.
Ellos, y muchos como ellos, fueron nuestros antepasados.