A una edad muy tierna, a cuestas con mi marginalidad y gusto por el jevi metal tuve a bien empezar a fijarme en los llamados guarros.
Me gustaban, eran como los que salían en las portadas de mis cedeses. Horteras a más no poder, camisetas molonas y pelazos.
Intenté mimetizarme.
Hasta entonces yo vestía lo que heredaba de mi hermano o primos, esto es, ropa estándar, de tienda de barrio, sin marca concreta, nada estridente y muy frecuentemente de rastrillo.
Empecé a ahorrar las pocas perras que me daban de paga y un buen día, cuando consideré que tenía una buena suma, me fui al rastro donde me compré varias camisetas de grupos, unos pantalones negros de segunda mano y una chaqueta vaquera también de segunda mano.
También ese día tomé la determinación de empezar a dejarme el pelo ( aaayyy....) largo.
Así, de la noche a la mañana pasé de ser el subnormal que viste como un subnormal a ser el subnormal que viste de luto.
Todo lo hice para imitar a ese grupo al que quería pertenecer. La chaqueta no me abrigaba apenas. Pasé puto frío ese invierno y el pelo me quedaba como el culo y me molestaba.
Me llamaban Javi Cantero.
Los que antes se metían conmigo por gilipuertas e inadaptado ahora lo hacían por gilipuertas, inadaptado y por vestir así.
Yo no sabía que había bandas que rivalizaban. Desconocía que un gusto musical pudiera hacer que alguien quisiera pegarte. Tuve que salir corriendo varias veces para evitar que me hostiaran y me robaron una noche.
Yo veía a mis amados guarros y veía que algo fallaba en mi. No se habían acercado a saludarme como yo pensaba que iba a pasar. Es más, parecía que alguno me miraba y se reía.
Debía ser por mi cara de tonto, sin duda.
Ellos parecían haber nacido para esa ropa, para esas poses, para reunirse en grupo y molar un huevo.
Yo parecía el desterrado, el que les rondaba pero no era como ellos.
Eso sentía yo, que era un impostor.
Alguna vez os he contado el verano que pasé estudiando para selectividad y que combiné con mis primeros curros. Pues gran parte del dinero que gané lo invertí en comprarme una chaqueta de cuero, de esas jevi, ha me entendéis.
Pues no hay chaqueta más incómoda, eh. Vaya puta mierda, eso sí que es estar embutido en algo.
El mismo día que aprobé selectividad pasé por el viejo que antaño me cortaba el pelo y le dije que me volviese a hacer varón. Las camisetas me las quedé porque me gustaban y me he ido comprando las que me ha salido de la polla, pero dejé de intentar parecerme a nadie en concreto, o de querer pertenecer a alguna tribu para sentirme de la manada.
La chaqueta, a la mierda. Por ahí está todavía, prácticamente sin usar.
Desde ahí en adelante he vestido con lo más cómodo que viese y que me entrase por el hogo. Vaqueros y sudaderas del decathlon en su mayoría.
Si necesito, por ejemplo, unas zapatillas pues empiezo a fijarme en las que lleva la gente o en los escaparates. Si me gusta alguna y no excede de precio, me la compro sin mirar si está de moda o si ya no o si es de tal marca.
A veces ha coincidido que he llevado algo que estaba en ese momento en la cresta de la ola.
Por supuesto no puedo pasar sin hacer referencia a mis amadas camisetas de selecciones de furgol, mi uniforme de currar.
Desconozco si está de moda.
Mi aspecto? Más de lo mismo. Rapado porque no tenía ganas de peinarme a lo Anasagasti y barba porque sin ella tenía aspecto de leucémico.
La verdad, veo a muchos calvos como yo, debe estar de moda entre los alopécicos.
El día que pase de moda yo seguiré. Y así hasta que vuelva a estar de moda. Y seguiré porque estoy a gusto así, que es lo que siempre busco en todo, estar a gusto.
Y así, amigos, os he contado otro ladrillo de mi triste pasar por este prado de pena que es la vida y de cómo intenté ser guay y no lo conseguí.