Ordenando papeles encuentro un sobre grande, dirigido a mi nombre en LD, con documentos muy interesantes, en parte conocidos y muy poco divulgados, es decir, desconocidos para la inmensa mayoría. Debían de venir junto con una presentación del amable remitente, pero la he traspapelado y ahora mismo no puedo decir quién es (si lee el blog, podrá informarme). Dejé el sobre algo olvidado, y ahora veo que contiene fotocopias de cartas por las que un agente de Negrín, que firmaba “C” (Celestino Álvarez), informa de diversos asuntos. Celestino, socialista, se muestra como un investigador bien informado, negrinista acérrimo y de fondo ingenuo. Algo de estos informes lo cité en El derrumbe de la República a partir de F. Olaya, historiador anarquista e infatigable buceador de archivos, que ha sufrido, cómo no, el ninguneo de historiadores “académicos”, muy inferiores a él. Las cartas van desde el 10 de febrero de 1937 al 20 de junio de 1938, y dan una idea de la clase de gente que prosperaba en el Frente Popular, por lo demás muy bien descrita por Azaña. Una buena galería de “antifascistas”. Deprimente, también.
París, 21 de febrero de 1937. Sr. D. J. N. (Don Juan Negrín)
Querido D. J. : Mi primera información respecto a las actividades en el extranjero de determinados miembros del Partido, no va a ser nada agradable. Usted mismo juzgará.
A poco de llegar a París, en el pasado Diciembre, supe que había llegado asimismo, y que me buscaba, el camarada Vidarte (Juan Simeón Vidarte, figura muy importante del PSOE) Me personé en el hotel en que me dijeron se hospedaba y me recibió en seguida. No quiero transcribirle la larga conversación que sostuvimos, de la que hice un resumen en cuanto abandoné el hotel. En síntesis, me propuso lo siguiente, asegurándome que se trataba de un encargo del Gobierno, y particularmente de usted, como ministro de Hacienda: que me cuidara de hacer un sello como el que los fascistas usan para timbrar sus billetes, a fin de que el Gobierno pudiera timbrar buena cantidad de éstos y venderlos al precio a que se venden los timbrados por los fascistas, que es aproximadamente el doble del que alcanzan los nuestros. Creí que se trataba, realmente, de un propósito del Gobierno, y no me pareció prudente consultarle a usted. Tales cosas no se pueden escribir, y hacer un viaje para consultarle me pareció excesivo. Por lo demás, la personalidad del camarada Vidarte dentro del Partido era, a mi juicio, más que suficiente garantía. Compré, pues, unos cuantos billetotes timbrados por los fascistas, encargué a personas de absoluta confianza que, con ellos a la vista, me copiaran el sello, y a poco tuve dos maquinitas para timbrar en seco, exactamente igual que estaban timbrados los billetes de los fascistas, cuantos billetes se quisiera. Comuniqué al camarada Vidarte que todo estaba preparado, y éste, después de felicitarme por mi actividad en cuanto era de interé para el Partido, me pagó todos los gastos que había realizado y me entregó cien mil pesetas, asegurándome que ya irían llegando más, para que las timbrara. Pasé varios días dedicado a este trabajo, nada fácil viviendo en hotel, donde no habría sido extraño que se me sorprendiera, y cuando tuve, por fin, todos los billetes timbrados, los entregué al camarada Vidarte. Nuevas felicitaciones por su parte, en su nombre y en nombre del Gobierno (recuerdo que insistió sobre este particular), y promesa de entregarme, en fecha próxima, cada vez mayores cantidades de billetes para que los fuera timbrando. Pero no le volví a ver en varios días. Intenté, entonces, telefonearle, mas en vano. Fui, en vista de ello, diversas veces al hotel en que se hospedaba. Nunca se encontraba en él. Tuve, pasados muchos más días, noticias suyas desde España. Según me decía, el Gobierno no juzgaba prudente persistir en el propósito a que yo tan activa y decididamente había colaborado. Vi en aquel momento, de súbito, con entera claridad, lo que había pasado. El camarada Vidarte acababa de embolsarse, con mi concurso, cien mil pesetas, toda vez que los billetes timbrados valen exactamente el doble que los nuestros. Eso era todo. El Gobierno no tenía nada que ver en el asunto. Tal fue mi convicción, al instante, y tal sigue siendo. Pero dejemos aparte lo que yo crea o deje de creer, que importa poco. Lo que importa es que conozca usted cuanto antes estos hechos, y en lo que precede tiene un relato sucinto de ellos. Si en efecto la cosa ha quedado reducida a que el camarada Vidarte se embolse cien mil pesetas, no me duele la burla que en su proceder puede haber para mí; me duele que haya usado el nombre del Gobierno, y sobre todo el de usted, para sorprender mi buena fe. Y me duele, en otro sentido, que hombres representativos del Partido obren de ese modo para tales fines.
Nada más por hoy, querido D. J., sino saludarle atentamente.
Nota: El oro del Banco de España servía como respaldo al valor de la peseta. Si se hubiera conocido lo ocurrido con él por orden de Negrín, la peseta del Frente Popular se habría hundido por completo. El propio Largo Caballero llega a acusar a Negrín: “De hecho, el Estado se ha convertido en monedero falso. ¿Será por esto y por otras cosas por lo que Negrín se niega a enterar a nadie de la situación económica?” (citado en Los mitos de la Guerra Civil)
**Cien mil pesetas de la época podrían equivaler a veinte millones actuales (unos 120.000 euros)